A las 11:52 horas del 11 de septiembre de 1973, el Palacio de La Moneda, sede del gobierno chileno, fue bombardeado por soldados comandados por el general Augusto Pinochet. En cuestión de horas, el entonces presidente Salvador Allende se suicidaría, lo que inició una de las dictaduras más sangrientas de América Latina, que recién terminó en 1990.
Según la Subsecretaría de Derechos Humanos del país sudamericano, el régimen cobró más de 40.000 víctimas, entre desaparecidos, ejecutados, encarcelados y torturados.
Después de la Segunda Guerra Mundial y hasta la caída del Muro de Berlín, el mundo experimentó la polarización de la Guerra Fría, en la que Estados Unidos y la URSS apoyaron disrupciones políticas en países menos desarrollados para ampliar el alcance de sus ideologías.
El miedo al comunismo fue utilizado como mecanismo para derribar gobiernos en América Latina, como en el caso de Chile, que llega a 50 años del golpe en un escenario político también polarizado.
Gabriel Boric, el presidente más izquierdista desde Allende, enfrentó su primer golpe poco después de las elecciones, con el intento frustrado de implementar una nueva Constitución. El texto, demasiado militante, fue rechazado por el electorado.
Desde entonces, Boric ha tratado de equilibrar las demandas de avances sociales y las presiones conservadoras contra la agenda aduanera.
La derecha radical del Partido Republicano está en ascenso. Obtuvo 22 de los 50 escaños —y la derecha tradicional, 11— en la comisión responsable de la nueva Carta. Además, el golpe militar de 1973 implica un torpe revisionismo, que intenta culpar a Allende por la violenta ruptura institucional.
La tradicional UDI emitió un comunicado afirmando que el golpe era inevitable. José Antonio Kast, quien creó el Partido Republicano y quedó segundo en las elecciones de 2021, dijo que «la primera dictadura en Chile fue la de Salvador Allende».
Boric rechazó esta mistificación en su discurso en el evento que marcó el aniversario y ha sido una voz crítica para los regímenes dictatoriales de izquierda en la región, como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuyos líderes como Luiz Inácio Lula da Silva ( PT) insisten en apoyar.
La democracia chilena parece protegida, con apoyo popular, pero tendrá que buscar el entendimiento y retomar el camino del progreso económico y social.
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