Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba
Tanto la historia como los hechos más recientes muestran la falacia de la convicción de que el ahorro interno del país es insuficiente para financiar el desarrollo y por tanto es imprescindible el aporte de capital extranjero tanto en forma de inversión extranjera directa como a través de préstamos de las organizaciones. instituciones multilaterales de crédito y otras naciones.
El caso más flagrante es el del Fondo Monetario Internacional, calamidad que castiga con furia a la Argentina, acorralándola económicamente y chupando su soberanía con colmillos codiciosos. Tanto Perón como Néstor Kirchner lo tuvieron muy claro y lograron librar a la Argentina de tal flagelo, lo que trajo prosperidad para la nación y bienestar para su pueblo.
El ejemplo más completo de lo que significa la «ayuda» del FMI lo representa el préstamo de 47.000 millones de dólares, una cifra sin precedentes en la historia de ese organismo, que batió todos los récords en la materia y puso de rodillas al país. Y lo insólito del caso es que ni un solo dólar de esa colosal cantidad se utilizó para poner un solo ladrillo en la Argentina: se tomó sólo para que los especuladores extranjeros que -cambiando sus dólares por pesos en ese momento, a favor de un tipo de cambio estable y altas tasas de interés en moneda nacional- hicieron diferencias financieras espectaculares. En un momento, cuando ya no quedaba más moneda en el país, quedaron atrapados en la moneda argentina. El préstamo del Fondo, entonces, vino a permitirles retirar su capital y utilidades (y apoyar la reelección de Mauricio Macri), dejando un hueco a los argentinos que tardará generaciones en cerrarse.
La falacia de la falta de ahorro interno se desnuda solo teniendo en cuenta el dinero que los argentinos ricos se llevaron a las guaridas fiscales (que abundan en el mundo) y que según muchos cálculos más o menos coincidentes se estima en 1 Producto Interno Bruto , es decir, toda la riqueza que se produce durante un año en la Argentina.
Parte de ese dinero se fue de forma legal (por no decir ética), pero otra cruzó las fronteras a través de procedimientos penales, que lamentablemente siguen en pleno funcionamiento. El contrabando de granos es tan traicionero que ni siquiera vale la pena mencionarlo. Las maniobras en los puertos cerealeros, en manos extranjeras, y el embarque en una flota fluvial en la que ya no ondea la bandera blanquiazul, contribuyen más a la delincuencia que al fisco.
Inversiones
Las conducciones de la economía argentina parecen atrapadas en una opción binaria respecto al ahorro de los habitantes del país: comprar dólares con los pocos o muchos pesos que se ganen, o poner su dinero a plazos fijos (también se puede invertir en bonos del Estado y, aunque el movimiento en este campo es de gran importancia, no es tan accesible al público en general). Ningún funcionario puede pensar en una forma diferente. El resultado es que cuando el ciudadano común -y el rico especulador también- considera que el dólar está barato, busca llenar su colchón con esta moneda. Y muchas veces la desesperación de ver derretirse sus ahorros lo lleva a comprar divisas aun cuando su precio sea ridículamente alto. Lo demuestran los números de estos días, en los que la moneda norteamericana llegó a los 350 pesos, para desinflarse ahora a menos de 300. Obviamente, quienes se angustiaron por la depreciación del peso y fueron a refugiarse en el dólar durante ese pico, perdido una buena parte de su capital. Lo mismo pasó en 2020 y los que no quisieron asumirlo en su momento y esperaron la recuperación debieron tener mucha paciencia.
Para apaciguar el avance del dólar informal, una de las medidas clásicas es subir la tasa de interés. Con esta opción se espera que los inversores se tienten y se vayan al plazo fijo. Esto pasa; la presión sobre el dólar disminuye y el precio, por un tiempo, baja, con lo que quienes depositan a plazo fijo se benefician doblemente, porque de él obtienen el interés y -con suerte- pueden luego recomprar sus dólares a menor precio .
El problema es que esta forma de frenar al dólar tiene un costo, que no es pequeño: el banco, que paga más al ahorrador, también cobra más a quien toma un préstamo, tanto de un particular como de la industria y el comercio. Y así aumenta el costo de las operaciones alimentando la inflación.
Si uno se pregunta cómo salir de esta trampa, la respuesta es obvia: desviar el dinero excedente de los individuos hacia la actividad productiva. Y eso se hace a través de la bolsa de valores.
En Argentina, en ese tema, todo está mal. Una Bolsa de Valores con mínimo movimiento, operada por personajes que no merecen ninguna confianza, y que constituye un universo misterioso que está prácticamente vedado al hombre y la mujer comunes. En los países desarrollados, el inversor bursátil puede abrir una cuenta desde su casa, tiene acceso instantáneo a ella y puede operar en décimas de segundo.
Los ciudadanos de los Estados Unidos están familiarizados con el comercio de acciones; Existe una familia de planes muy popular, denominada 401K, por la que los trabajadores de la empresa pueden destinar parte de su salario -a veces también con aportación patronal- a la compra de acciones, descontando el importe de la base imponible. Como allí el impuesto a la renta es muy alto, este sistema representa un beneficio neto para el trabajador.
En Argentina, donde hay mucho por hacer en los más variados campos, el ingreso de los ciudadanos al mercado de capitales permitiría realizar muchas obras de infraestructura, a través de empresas mixtas controladas por el Estado, con rentabilidad garantizada. De esta manera, Argentina podría salir del péndulo de las tasas del dólar y -con el viento a favor- terminar por domar la inflación y lanzar al país hacia el desarrollo.
Fuente: diariocordoba.com.ar