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Cartas de lectores III: Holocausto

El lector Arturo Garvich en su carta “Holocausto” (17/03), en uno de sus párrafos argumenta “que los incas, a diferencia de los aztecas, no practicaban sacrificios humanos -como afirma el lector-”. Sólo me referiré a este punto en particular, ya que en ninguna parte de mi carta (“Holocausto”, 03/03), pretendo reproducirlo o revelarlo. El Museo de Arqueología de Alta Montaña, en Salta, resguarda a los hijos de Llullaillaco, el hallazgo arqueológico contemporáneo más importante, ya que data de más de 500 años, en pleno esplendor del estado inca, y antes de la llegada de los españoles a América. Según historiadores e investigadores, los Incas practicaban la «capacocha», por la cual sacrificaban niñas y niños en las cumbres más altas de su Imperio, y así, sin ningún fundamento razonable, creíble y menos científico, evitar catástrofes naturales y lograr mejores cosechas, así como para honrar la muerte de un gobernante inca. De estos sacrificios, en los que «preparaban» a los niños que elegían proporcionándoles hojas de coca y alcohol, se cree que con chicha durante meses, y los dejaban, sabiendo el inevitable desenlace y tras largas y agotadoras caminatas, en la cima de una montaña o un volcán de gran altura, razón por la cual actualmente existen decenas de humanos momificados como evidencia o vestigio de estas prácticas. Estos repudiables rituales, poco frecuentes en aquella cultura, formaban parte de una necesidad de unificación, y los sacerdotes encargados de tal fin requerían y obtenían «ofrendas» de todo el Imperio en cuestión, y premiaban a sus familias con funciones o bienes. . materiales significativos. Por lo anterior, y destacando de manera independiente la sabiduría y adelanto de la población inca, se destaca y se deduce que no solo los aztecas tuvieron estas atroces modalidades, aunque fueron más feroces en ellas. Con lo dicho, y enviando mis saludos al erudito lector Garvich, termino este intercambio epistolar, con la convicción de que es bueno disentir o disentir de manera afable, y que de todo y de todos aprendemos un poco más.

El lector Arturo Garvich en su carta “Holocausto” (17/03), en uno de sus párrafos argumenta “que los incas, a diferencia de los aztecas, no practicaban sacrificios humanos -como afirma el lector-”. Sólo me referiré a este punto en particular, ya que en ninguna parte de mi carta (“Holocausto”, 03/03), pretendo reproducirlo o revelarlo. El Museo de Arqueología de Alta Montaña, en Salta, resguarda a los hijos de Llullaillaco, el hallazgo arqueológico contemporáneo más importante, ya que data de más de 500 años, en pleno esplendor del estado inca, y antes de la llegada de los españoles a América. Según historiadores e investigadores, los Incas practicaban la «capacocha», por la cual sacrificaban niñas y niños en las cumbres más altas de su Imperio, y así, sin ningún fundamento razonable, creíble y menos científico, evitar catástrofes naturales y lograr mejores cosechas, así como para honrar la muerte de un gobernante inca. De estos sacrificios, en los que «preparaban» a los niños que elegían proporcionándoles hojas de coca y alcohol, se cree que con chicha durante meses, y los dejaban, sabiendo el inevitable desenlace y tras largas y agotadoras caminatas, en la cima de una montaña o un volcán de gran altura, razón por la cual actualmente existen decenas de humanos momificados como evidencia o vestigio de estas prácticas. Estos repudiables rituales, poco frecuentes en aquella cultura, formaban parte de una necesidad de unificación, y los sacerdotes encargados de tal fin requerían y obtenían «ofrendas» de todo el Imperio en cuestión, y premiaban a sus familias con funciones o bienes. . materiales significativos. Por lo anterior, y destacando de manera independiente la sabiduría y adelanto de la población inca, se destaca y se deduce que no solo los aztecas tuvieron estas atroces modalidades, aunque fueron más feroces en ellas. Con lo dicho, y enviando mis saludos al erudito lector Garvich, termino este intercambio epistolar, con la convicción de que es bueno disentir o disentir de manera afable, y que de todo y de todos aprendemos un poco más.

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