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el crimen de elena holmberg

Elena Holmberg, diplomática de carrera.

La noche del 20 de diciembre de 1978 ya había caído. Una noche pegajosa e infernal, tan infernal como la vida cotidiana de la última dictadura. Pero esto no impidió que, en ese tramo de la avenida Santa Fe, las luces de las vidrieras impregnaron de aires navideños tan histórica maldición.

Exactamente a las 8:45 pm, un Fiat 128 Rural dobló por la calle Uruguay, y su chofer, una mujer menuda y de mediana edad, disminuyó la velocidad al acercarse al garaje ubicado casi en la esquina con Arenales. En ese momento, un Chevy celeste la cruzó, de cuya cabina saltaron dos figuras armadas.

La acción fue corta y muy profesional: la mujer fue sacada del Fiat. Ella resistió e incluso pidió ayuda, pero la silenciaron con la culata de un rifle mientras la golpeaban en el otro vehículo. Entonces se la llevaron.

Los pocos transeúntes que vieron la escena reanudaron sus pasos sin abrir la boca, tal vez pensando que la víctima «habría hecho algo».

Pero, a pesar del inconfundible carácter policial o militar de sus perpetradores, esa no había sido precisamente una «operación antisubversiva».

Paris era una fiesta

En la división ministerial acordada tras el golpe de Estado de los miembros de la Junta Militar, la Armada obtuvo –entre otras carteras– la Cancillería. Así, se nombró al vicealmirante Oscar Montes para dirigirlo. Sin embargo, este último envió a París a una persona vinculada al Ejército: el embajador Tomás de Anchorena, quien allí conoció a la señora Elena Holmberg.

En realidad, era una diplomática de segunda línea, pero su influencia fue notable. Porque, en la práctica, la legación había quedado en sus manos en el período comprendido entre la salida del embajador peronista y la llegada de Anchorena. Además, a los 45 años de edad, esa mujer baja, esbelta, de aspecto sombrío, de carácter rudo y visceralmente gorila, pertenecía a una familia de prosapia, siendo su primo hermano nada menos que el teniente general Alejandro Agustín Lanusse, por lo que el Ejército lo consideró. uno de los suyos. Por supuesto, también hubo otro motivo que apuntalaba su parte de poder: los reportajes sobre “extremistas” exiliados que redactaba y enviaba semanalmente al Palacio San Martín, con copia al Edificio Libertador.

Se dice que estos papeles secretos inspiraron al almirante Emilio Eduardo Massera en la creación del Centro Piloto de París (CPP), con el doble objetivo de hacer inteligencia y contrarrestar la llamada «Campaña Antiargentina en el Exterior». Eso comenzó a organizarse en julio de 1977, once meses antes del Mundial de Fútbol de Argentina.

Elena Holmberg con miembros de la Junta Militar
Elena Holmberg con miembros de la Junta Militar.

Para ello, con una parte de los $ 100.000 que recibió Anchorena para montar el asunto, alquiló una lujosa mansión en el 83 de la avenida Henry Martín. Esta sería una embajada paralela atendida por «diplomáticos» que, estrictamente hablando, pertenecían al Grupo de Tareas 3.3.2 (GT 3.3.2) con sede en la Escuela de Mecánica Naval (ESMA).

Recién a finales de ese año se produjo la llegada de sus felices hijos. Entre ellos se destacaron Eugenio Bilardo, Enrique Carlos Yon, Antonio Pernías y Alfredo Astiz, así como tres mujeres cautivas en la ESMA, que fueron obligadas a realizar trabajos esclavos. Los habían traído allí porque sabían hablar francés, un idioma que ninguno de estos represores hablaba.

La jefa administrativa del CPP – y enlace con el embajador – fue la Sra. Holmberg, quien también continuó proporcionando sus informes.

No tardó en ver con malos ojos cómo los marineros, algunos incluso con sus cónyuges, estaban viviendo la buena vida allí. Lo cierto es que despilfarraron el presupuesto de funcionamiento en juergas con prostitutas a altos honorarios y volcaron el gasto de los abrigos de visón que regalaban a sus esposas a la cuenta de la Embajada. Holmberg tomó nota de eso. Y confió el asunto al embajador.

«Elena, quédate en el molde», le dijo Anchorena en tono de reacción.

– ¡Eres un cobarde! Fue la respuesta de Holmberg.

Pero hubo una circunstancia que de repente congeló su indignación: la llegada a París del capitán Jorge Perrén. Sucede que el enamoramiento entre ellos fue cautivador.

Amor en tiempos de ira

Este oficial de 39 años era para Holmberg todo lo que estaba bien. El hecho de ser hijo del contraalmirante homónimo que en 1955 rebeló la base naval de Puerto Belgrano, uno de los focos iniciales de la Revolución Libertadora, pudo fortalecer su atractivo en esto también el hecho de que fuera Jefe de Operaciones de el GT 3.3.2., donde utilizó el atractivo alias de “Puma”.

Por no era muy estimado por sus compañeros, quienes lo llamaban el «Oído» por el gran tamaño de sus pabellones auditivos. En la ESMA solían tomarlo por el churrete porque había fallado un tiro en el Salón Dorado, que pasó a centímetros de la cabeza del vicealmirante Rubén Chamorro, el capo del lugar. Fue compañero en la promoción del jefe de GT, capitán de fragata Jorge “Tigre” Acosta, quien lo hizo a su lado por su carácter dócil y obediente.

Cuando el chisme sobre su romance con Elena llegó a Buenos Aires, los verdugos del principal campo de concentración naval bromearon a gritos: «La oreja es de novio, ¡qué quilombo se va a armar!».

No fueron sin razón: la esposa del adúltero estaba a punto de viajar a Francia para acompañarlo en tierras tan lejanas.

En solidaridad por fin, el Tigre y sus secuaces hicieron todo lo posible para retrasar su partida. Pero sus trucos se estaban quedando sin cuerda.

Mientras tanto, en París, Holmberg provocó un extraño episodio. Fue durante una recepción ofrecida en la Embajada en presencia de Massera y su esposa, Delia Vieyra (a) “Lily”, quien tenía un gran diamante colgando de su cuello. La diplomática, con gesto de admiración, la tomó entre los dedos y dijo:

– ¡Qué bonito diamante! ¿Firmenich también te dio eso?

Los presentes se miraron unos a otros con las cejas levantadas. Y Anchorena tomó suavemente a la diplomática del brazo para sacarla de la escena.

La verdad es que, poco antes, Holmberg había escuchado parte de un diálogo entre dos marinos del CPP. Allí, riendo, uno se refirió al «palo verde que nos regaló Firmenich». Y esa frase le bastó para imaginarse negociaciones secretas entre el cacique montonero y el almirante.

Entrevistado para este artículo, el entonces integrante de la Conducción Nacional de Montoneros, Roberto Cirilo Perdia, señaló al respecto:

El gorro de un médium de la época.

«Esos tipos se referían al millón de dólares que nos robaron en Suiza».

Esa historia la protagonizó un cuadro montonero llamado Pablo González de Langarica (a) “Tonio”, quien, al caer en las garras del GT 3.3.2., Se rompió. Como solía viajar a Europa para negociar la compra de armas en nombre de la organización, fue llevado a Zúrich por dos marineros, ya que solo él tenía acceso a la caja fuerte del banco, que albergaba una bolsa con más de un millón de dólares obtenidos para el secuestro de los hermanos Born, y así se apoderaron de esa suma. Ese trío –completado por el teniente Miguel Benazzi y el capitán Alberto González Menotti– incurrió en una tontería cuando fueron desenmascarados durante una rueda de prensa en el hotel Eurobuilding de Madrid, al hacerse pasar por “montoneros arrepentidos”.

Alfredo Astiz en el Pilot Center de París. (solo se ve su rostro en el ángulo izquierdo detrás del hombro de una mujer rubia)

Pero la trama suiza fue suficiente para que Holmberg alucinara un encuentro a la luz del día, y en una confitería de París, entre Massera y Firmenich.

«Lo curioso», dijo Perdia a Titulares de Política, «fue que ese infundy se volvió viral, hasta el punto de ser sostenido durante años incluso por periodistas serios».

En medio de tales circunstancias, la esposa de Perrén llegó a París. Y el escándalo fue enorme.

Fue entonces que le dijo a Elena:

«Lo nuestro se acabó.»

Ella juró venganza. Y tenía qué: una copia de hojas de cálculo con toda la contabilidad de costos del CPP, que resultó el desperdicio de los marineros en sus noches de alegría.

Oreja, presionado, fingió reconsiderar su decisión.

Pero acordaron no verse hasta que la señora Perrén se calmara.

La otra «guerra sucia»

Ya en mayo, apenas tres semanas antes del Mundial, Elena Holmberg no se sorprendió gratamente por su inesperado traslado a Buenos Aires.

Es posible que, en París, Perrén sintiera un merecido alivio, ya que a partir de entonces se limitó a reunirse con ella por teléfono y por cartas, deslizándole palabras de amor y prometiéndole un futuro feliz.

El peligro aún estaba latente.

Todo GT 3.3.2. Esperaba esta «hipótesis de guerra», al igual que el propio Massera, quien poco después dejó el mando de la Armada en manos del almirante Armando Lambruschini para entregarse plenamente a su ensueño político.

Recién en octubre se desmanteló el CPP y sus miembros regresaron al país. Entonces, para Perrén, la pesadilla comenzó de nuevo.

Si bien la mentira del encuentro con Firmenich favoreció la impostura de “apertura” de Massera, la evidencia de la corrupción del CPP que Holmberg amenazó con difundir reveló GT 3.3.2.

A mediados de diciembre, Elena se encontró con Gregorio Dupont, un diplomático de carrera que trabajaba con ella en la Cancillería, en una avenida Recoleta, y fueron a tomar una copa al bar Colony.

Esa tarde, Dupont se convirtió en su confesor. Ella soltó sus arrepentimientos amorosos y también la represalia que tenía en mente.

El bueno de Gregorio le aconsejó prudencia.

El 19 de diciembre Elena habló con Perrén por última vez por teléfono. En esa ocasión, casi como de pasada, anunció que estaba a punto de encontrarse con su primo, el general Lanusse.

– ¿Así que eso? Quería saber, con una pizca de alarma.

–Te vas a enterar, mi amor.

Su voz sonó deliberadamente aguda.

– ¡Detén a Elenita! Encontrémonos antes de esa reunión.

Así que fijaron una cita para dos días a partir de ahora.

Elena Holmberg no pudo asistir. Esa misma noche fue secuestrada en la esquina de Uruguay y Arenales por los sicarios favoritos de Tigre Acosta: Adolfo Donda Tigel y Jorge Radice, según testimonios posteriores.

El esqueleto del diplomático, parcialmente desencarnado con ácido, apareció el 11 de enero de 1979 en el río Luján, cerca de Tigre.

Recién a fines de 1982, con Massera acorralado por diversas causas penales, Gregorio Dupont lo denunció públicamente por este delito.

La repercusión más contundente de tal audacia fue el secuestro de su hermano, el publicista Marcelo Dupont, quien -ahora muerto- fue arrojado el 7 de octubre desde la terraza de una obra en construcción en Palermo Chico.

Ambos asesinatos quedaron impunes.

Fue una paradoja que Elena Holmberg pasará de ser a no ser a través de las metodologías del terrorismo de Estado que tanto trabajó por ocultar.

Titular con información de Telam.

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