No siempre es necesario recurrir a indicadores económicos y sociales, que se repiten y cada vez peor, se naturalizan, para calificar la gravedad de la situación actual y medir la estatura del Gobierno, de varios de sus miembros, de sus políticas y de no es Plan.
En el ámbito político, económico y empresarial, el termómetro refleja tal nivel de inquietud que llega al punto de reivindicar el menemismo, no por su contenido ni por el curso de esos dos mandatos de Carlos Menem, sino por el volumen del gabinete, la audacia y el convencimiento de políticas como la Convertibilidad o la estrategia ante el mundo, que siempre fueron coronadas por la última palabra en boca del presidente cuyo liderazgo era indiscutible. A esto se suma la relación con la comunidad internacional, la política de seducción inversora y la gestión interna peronista, especialmente con los sindicatos. Hasta el más antimenemista, crítico acérrimo de la corrupción y del modelo privatizador, acaba añorando la estabilidad política, institucional y de precios.
No es casualidad que la dolarización, que fue el pilar del menemismo bajo Domingo Cavallo y se convirtió en una solución transitoria, vuelva a estar en el centro del debate actual tras el fracaso de la lucha contra la inflación de los gobiernos de Néstor. y Cristina Kirchner (terminó con el 30%); Mauricio Macri (entregó el poder con 54%); y ahora de Alberto Fernández y Cristina (con un 60% proyectado como piso para 2022).
“Estamos mucho peor que en 2001 porque tenemos más pobreza, la inflación que entonces no existía es dramática, y un fuerte desencanto con el mundo cuando en ese momento aquí había fuertes inversiones y hasta exportábamos gas y energía a los países vecinos. los paises. . Por eso hay más bronca que en 2001 porque la economía está peor y cuando la economía está mal es lo más importante, la sociedad solo quiere que solucionen eso”, reflexiona un dirigente peronista, que supo ser un referente poderoso. del PJ durante aquella crisis que parecía terminal para la política, pero estuvo lejos de serlo.
Según la consultora Taquión, ni 1 de cada 10 argentinos confía en los ministros de Economía en general, lo que denota el nivel de desconfianza que atraviesa a todas las generaciones por igual. ¿Por qué deberían?
Ese grito de “que se vayan todos” se perdió en la historia argentina contemporánea, pero vuelve a revivir en la región. Por ejemplo, en Ecuador refleja el descontento de la sociedad con el liderazgo político. En Perú, la presidenta del Congreso, María Del Carmen Alva, afirmó que “hay un cansancio general de los políticos y este cansancio del Poder Ejecutivo se refleja al final tanto en el Congreso como en el Poder Judicial y el Ministerio Público”.
En los ’90 también hubo un fuerte proceso de desencanto en la clase política. Aquella vez fue Menem quien recurrió a outsiders, personajes que no procedían estrictamente de la política sino de otras profesiones, para ensayar una renovación de la dirigencia. Así surgieron los nombres de Daniel Scioli, Carlos Reutemann, Palito Ortega y hasta pusieron en el radar a Mauricio Macri. Ahora, no hay padrinos.
Hoy, los outsiders vuelven a jugar un papel central en el futuro inmediato de la política argentina. A los fenómenos con ambición presidencial como Facundo Manes y Javier Milei, se suman los de Carolina Losada, Martín Tetaz, Amalia Granata, Segundo Cernadas, Roberto García Moritán, Victoria Onetto, entre muchos otros. ¿Cambio de época u otra expresión de enfado?
Un informe de la Universidad Nacional de Villa María plantea cinco factores para que un outsider llegue al poder: 1) crisis de los partidos políticos, 2) desconfianza en la antigua dirigencia, 3) necesidad de un mensaje de esperanza, 4) existencia de una persona dispuesta a encarnar el liderazgo a través de los medios de comunicación, ya sean tradicionales o redes sociales y, 5) propuestas pragmáticas que respondan a los intereses populares y transgredan el sistema. Todos se cumplirían.
Sin una estructura política ni un equipo que lo acompañe, Milei asegura que la gente está cansada de los privilegios de la casta política, aunque para él Macri y Cristina Kirchner no forman parte de ese vilipendiado grupo. Dice lo que el pueblo enojado quiere oír, con propuestas grandilocuentes, pero de dudosa ejecución. Manes, por su parte, pretende construir una revolución de abajo hacia arriba, donde la sociedad vista a los líderes, pero basada en la radicalidad. Y asegura que las pandemias siempre alteraron la mentalidad de la época; Por eso expone un informe que demuestra que el 94% de la sociedad quiere un cambio.
El desafío es de la clase política tradicional más allá de su perfil oficialista u opositor. Si es el Frente de Todos, la credibilidad que pueda emanar de las figuras de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa está más que dañada, así lo dijo el propio gurú catalán Antoni Gutiérrez-Rubi. Incluso La Cámpora, convertida en funcionarios con cargos y privilegios, ha perdido influencia y no se moviliza más allá de sus cada vez más limitadas fronteras. Entonces, salvo una explosión de crecimiento, empleo y consumo, algo mucho menos probable que un abrazo sincero entre el vicepresidente y el presidente, las expectativas de reelección de K en 2023 bordean la utopía.
La estrategia de alimentar la figura de Milei porque aumentaría las posibilidades de que el kirchnerismo siga en La Nación quitándole votos a la oposición, sería un espejismo: el riesgo es que el oficialismo quede tercero y que el candidato de Juntos por el Cambio y el candidato de derecha corren la presidencia.
La oposición, por su parte, lucha por no desmoronarse apenas seis meses después de haber ganado contundentemente las elecciones legislativas. La insistencia de Macri en ser candidato es rechazada por el radicalismo que difícilmente está en la columna detrás de una candidatura del expresidente, aunque finalmente triunfe en las PASO. Sus declaraciones objetando la unidad y favoreciendo la línea PRO alimentan la grieta en JxC.
Lo que el Frente de Todos y Juntos por el Cambio no percibe es el grito silencioso de un sector de la sociedad, cuyo tamaño está en duda y conlleva un riesgo, porque puede ser una minoría o una gran mayoría. Tienen a su favor los siete meses que restan para terminar el año y entrar en un 2023 en el que habrá elecciones casi todos los meses. El problema es si durante ese periodo se consolidan los outsiders, Manes y Milei.
“La pandemia nos obligó a parar y nos permitió hacer un balance de la calidad de vida que llevamos, el costo-beneficio, y darnos cuenta que en Argentina el costo es muy alto. Hizo que mucha gente quisiera un cambio y buscara otras alternativas”, dice a Clarín la reconocida psicóloga Celia Antonini, con varios libros en su haber.
Y deja un mensaje claro, casi una advertencia, que los líderes que viven de la política deben tomar nota. “En la oficina veo que mucha gente se dio cuenta de que los mismos modelos conducen a los mismos resultados. Si uno deja pensar a un pueblo, como sucedió en la pandemia, pueden pasar dos cosas: que apruebe el rumbo que está tomando el país o mire hacia otros horizontes. Y creo que eso es lo que está pasando. Las nuevas figuras políticas tienen cierta aprobación, gracias a la pandemia”.
* Para Clarín
Fuente: diariocordoba.com.ar