En el Líbano, ya ni siquiera se puede decir la hora sin caer en el sectarismo. Este domingo, los libaneses se han levantado con dos horarios distintos. Uno, el que estaba previsto, con la entrada en vigor del horario de verano, como en muchos otros países (entre los que no se cuenta la Turquía de Erdogan). Otro, el decidido in extremis por el primer ministro Nayib Mikati para complacer a la mayoría musulmana del país.
El Ramadán, que depende del calendario lunar, por lo que la fecha cambia de año en año, comenzó el pasado jueves. Los que ayunan no parecen dispuestos a quedarse con el estómago vacío una hora más, en aras de un cuestionable ahorro de energía. Los líderes religiosos ya habían dicho que la tradición iba a primar sobre la ecología y Mikati se ha limitado a plegarse: el horario de invierno se alarga un mes.
Sin embargo, la principal iglesia del país, la maronita, se ha negado a aceptar este cambio, también anunciado con menos de cuatro días de antelación, para desbarajuste de las operadoras de telefonía móvil, las aerolíneas y un largo etcétera. La iglesia maronita dice que la decisión no ha sido sometida a consultas ni trasladada en tiempo y forma a los organismos internacionales pertinentes.
Mikati, musulmán suní, anunció su decisión tras una reunión con el eterno presidente del parlamento, el chií Nabih Berri, quien insistió en el cambio. “El 6 de mayo por la tarde siguen siendo las 6 hasta el final del Ramadán, en lugar de las 7”, se escucha decir a Berri en un vídeo de las conversaciones que se ha filtrado. Como es sabido, durante el mes sagrado, los musulmanes practicantes no comen ni beben entre la salida y la puesta del sol.
Otras organizaciones cristianas se han puesto de acuerdo con la jerarquía maronita y muchas escuelas religiosas abrirán mañana según el horario de verano previsto y no el horario oficial de invierno. Las tiendas también tendrán que intensificar la apertura y el cierre. De momento, algunas cadenas comerciales y de televisión ya se han pronunciado a favor de continuar con el horario de verano. Los noticieros de este último lo respetarán, porque «Líbano no es una isla».
La aerolínea de bandera, Middle East Airlines, ha declarado que aceptará que el país permanezca en horario de invierno, pero que modificará sus horarios de salida para que no haya interrupciones en las conexiones internacionales. Muchos artefactos se han adelantado automáticamente una hora, alimentando la sensación de incertidumbre y deriva que se ha prolongado desde la crisis financiera de 2019.
De hecho, mientras Líbano se ve envuelto en una nueva disputa identitaria, el Fondo Monetario Internacional ha advertido esta semana que el país sigue al borde del abismo y que las reformas acordadas hace casi un año para desbloquear un préstamo de 3.000 millones de dólares son yendo a paso de tortuga El 80% de los libaneses ya vive por debajo del umbral de la pobreza y la crisis sigue profundizándose.
Líbano sufrió una guerra civil con tintes sectarios entre 1975 y 1990. La disputa actual refleja también la animosidad entre el bloque que apoya al gobierno interino, con un gran peso de los partidos chiítas, y la oposición, en la que la mayoría son sunitas y derecho cristiano.
El efecto secundario, sin duda intencionado, es una extraña comunión temporal entre sunitas y chiítas. Por mucho que Mikati se encoja de hombros y diga que su decisión es «puramente administrativa». Líbano lleva unos meses sin presidente y muchos más con un gobierno en funciones, debido a la discordia entre liderazgos políticos que les impide llegar a acuerdos.
Aunque esto no es nada comparado con el desprecio de la mayoría de los libaneses por todos ellos, en vista de que todo se derrumba, excepto el sistema de patrones y clientelismo. Sistema que ahora, además, les obliga a definirse religiosamente incluso al dar la hora o al abrir o cerrar su comercio.