En los cuatro meses que lleva en el cargo, Sergio Massa instauró un sistema que le permite mantener intactos los sueños de futuro propios y ajenos, a pesar de muchos contratiempos y la ausencia de logros definitivos. Como ministro de Economía, no es su conocimiento en la materia lo que mantiene a flote al Gobierno y sustenta su esperanza electoral, especialmente de Tígrense. Todo se reduce al “lenguaje y método de Massa”. El mismo con el que siempre ha estado relacionado con factores de poder desde su entrada en política.
Nada lo expone mejor que el episodio con el que Massa intentó esta semana «romper» el mercado de granos, en concierto con una empresa extranjera en el debut del Dólar Soja 2. Lo que lo llevó a abrir un frente de conflicto con la cámara de exportadores. supuestamente en beneficio de los oleaginosos, aunque no salieron en defensa de ninguno de sus supuestos patrones.
Las explicaciones posteriores del presidente ejecutivo argentino y la actuación de la empresa de origen chino no hicieron más que confirmar la capacidad y formas de relación del ministro, más que poder desmentir las interpretaciones maliciosas.
La caja de herramientas de Massa desde que fue titular de la ANSeS, intendente de Tigre, jefe de Gabinete de Cristina Kirchner y candidato a Presidente hasta llegar al Palacio de Hacienda, contiene los elementos básicos con los que ejerce su oficio, se mantiene a flote y mantiene una relación privilegiada con factores de poder, políticos, sindicatos y, en particular, empresarios.
En este método, en el que prima «una concepción transaccional de la política», tal como lo describen aliados y exaliados de la política y la economía, Massa demuestra, además de su incansable capacidad de trabajo, un pragmatismo extremo y una reconocida creatividad encaminada a ejecutar siempre la límites de lo posible (o lo permitido).
Operacionalmente, su manual se traduce en concesiones parciales, medidas provisionales, soluciones a medias, discrecionales varios, promesas, presiones y cumplimiento a plazos de lo pactado. Ese es el lenguaje con el que Massa conversa y entiende los factores de poder para salir adelante, tratando de encontrar el camino que siempre lo llevará un paso más arriba. Sin perder nunca pierde el norte (literalmente).
“Sergio conoce a los dirigentes argentinos mejor que nadie. Habla el mismo idioma y sabe relacionarse con ellos, lo que necesitan, lo que le pueden dar, lo que debe darles, y dónde y con qué los puede presionar para que cumplan”, explica uno de sus allegados, quien lo conoce íntimamente desde hace años. más de dos décadas.
Esta descripción responde a la perplejidad expresada por un reconocido economista y es compartida por varios empresarios y líderes políticos: «Massa se pasa todo el tiempo sacando conejos, que no solucionan los problemas, pero le han permitido ganar tiempo, mejorar la situación y morder y evitar que todo empeore o se salga de control. Pero lo más destacable es que la fábrica de conejos parece inagotable y que sigue encontrando gente que la compra.»
Solo el texto sin contexto hace que todo eso sea inexplicable. Según explica aquel allegado al ministro, el sustrato sobre el que se mueve hace viable su método. El cortoplacismo argentino, las opacidades de una economía en la que casi la mitad de lo que se produce y comercializa se mueve informalmente, la constante dependencia de las decisiones administrativas del Estado para poder producir y comercializar la mayoría de los sectores, el rigor arbitrario o la vista gorda de las autoridades de aplicación. y las restricciones cambiarias hacen posible este trato en el que los actores económicos y el Ministro de Economía se entienden y conviven en tensión.
Eso es posible porque los enlaces de Massa no son nuevos. El quincho de su casa en Tigre es uno de los escenarios donde se han forjado relaciones muy cercanas, se han revelado intimidades mutuas y se han creado compromisos mutuos entre el anfitrión y muchas de las personas más poderosas del país, sin distinción. de ideologías, afiliaciones políticas, proyectos individuales o amistades.
En ese contexto, resuena con fuerza por estos días la definición que Néstor Kirchner le habría dedicado al ahora ministro en 2008: “Tú eres como yo, pero más hijo de puta”, que la propia persona se describió disfrutando contando, según reveló el periodista Diego Genoud en su libro “Massa. La biografía no autorizada”.
Allí el autor también expone los estrechos y antiguos vínculos del ministro con buena parte de los principales empresarios nacionales que generalmente operan en mercados regulados. Entre ellos se encuentran banqueros, como el fallecido Jorge Brito, trabajadores petroleros, como la familia Bulgheroni, o los polifacéticos José Luis Manzano y Daniel Vila, todos ellos señalados como antiguos mecenas de la carrera político-electoral de Massa.
Tales relaciones dieron credibilidad y convirtieron en leyenda un vaticinio también atribuido a Kirchner, complementario a la citada definición, que los allegados a Massa no admiten ni niegan: «Vas a llegar, porque tienes ambición, amigos con plata y eres un hdp».
Las dos ediciones del dólar de soja, el dólar qatarí, el fraccionamiento cambiario para el turismo receptivo (todavía en proceso), la autorización por goteo (o lotería) de permisos de importación al dólar oficial, la participación casi forzada (o forzada) en las renovaciones de financiación para el fisco cada vez más asfixiado, el aguinaldo, la desgravación fiscal diferencial, son vistos como los productos que llevan el sello de las herramientas de Massa.
El tira y afloja al que empresarios de diferentes sectores dicen someterse para poder obtener los dólares destinados a importar insumos para fabricar bienes en el país, las promesas parcialmente cumplidas (o incumplidas) de autorizaciones o beneficios fiscales de distinta índole son parte de un baile al que ya están acostumbrados y del que forman parte, no ahora, pero desde hace mucho tiempo. Pero Massa lo perfecciona a diario.
Las historias sobre concesiones que deben hacer los industriales o sobre ofertas de pasar por oficinas alternativas para desbloquear limitaciones son parte de conversaciones cada vez más frecuentes en el mundo empresarial y con periodistas off the record. Pero nadie se atreve a contarlo en público. “Es Argentina al palo, todos hablan el mismo idioma. Y nadie lo interpreta mejor que Sergio”, presumen en massismo.
Así Massa está consiguiendo sumar meses de rodaje, aunque cada día con más coste y menor duración de cada parche, a la espera de que se alineen los planetas. No es fácil. Los conejos padecen el síndrome del peso argentino, cada vez hay que fabricar más y sus propiedades duran menos.
Cada renovación de deuda pone nerviosos a los funcionarios del Tesoro, quienes temen que cada vez se renueve menos, como sucedió esta semana. Y menos aún si quienes asumen estos roles no fueran organismos públicos, que representan más del 50% de la cartera de acreedores y están obligados a sustentar el tiovivo. Ya lo advirtieron Massa, cuya autoestima le permite administrar pastillas calmantes a sus funcionarios al borde de un ataque de nervios.
Las tasas de inflación son también siempre un derecho de expectativa que el ministro ejerce y renueva mes tras mes sin mostrar resultados sostenidos, pero sin volver a dispararse. Aunque para ello tiene que hacer prestidigitación para que no se vean los pases con los que compensa a rivales y competidores sin distinguir entre empresas con buena reputación y cumplimiento del impuesto y otras con contabilidad opaca y productos de dudosa procedencia. Especialmente cuando se trata de consumo masivo. Hay que sustentar cantidades y precios. El suministro y la estabilidad lo es todo.
Así, van en aumento los reclamos que los ejecutivos de las empresas multinacionales expresan con mayor insistencia. Las explicaciones que deben dar a sus casas matrices no son simples en cuanto al trato igualitario que el Gobierno da a algunos competidores locales cuyas prácticas están bajo sospecha. El malestar ya llegó a las sedes de los países a los que Massa seduce ya los que necesitan apoyo. Es el eterno conflicto entre las restricciones externas e internas, que administra el ministro. Por ahora, no lo está haciendo mal. El largo plazo es otra cosa.
Mientras las naranjas permanezcan en el aire, todo puede continuar. Sus partidarios económicos y políticos necesitan no caer y el malabarista mantener la confianza y la esperanza, aunque sea a costa de renunciar a principios (y algo más). No tienen a nadie más con quien entenderse mejor. Incluso a riesgo de que al final del camino se encuentren con que la acumulación de desequilibrios y la postergación de problemas no acaban bien para nadie.
El mejor ejemplo lo da el cristicamporismo que mira para otro lado hasta una nueva genuflexión ante la cancha, con la esperanza de que le permita sostener la ilusión electoral. Ese es el verdadero largo plazo que mira todo el oficialismo (incluidos gobernadores, alcaldes y sindicalistas). El método Massa es el único que tienen para intentar alcanzar ese objetivo. Y su creador lo capitaliza día a día.
* Por la Nación
Fuente: diariocordoba.com.ar