En su asalto final al palacio presidencial en Malacañang, el mismo del que su familia tuvo que huir a toda prisa hace casi cuatro décadas, Ferdinand Marcos Jr. no ha dejado nada al azar. Su equipo ha convertido un himno asociado con la ley marcial impuesta por su padre, el dictador Ferdinand Marcos, en una pegadiza melodía pop bailable en las redes sociales. También se ha apropiado de su particular signo de la paz, que ahora la multitud replica con entusiasmo en los actos de campaña. Y con el micrófono en la mano, Bongbong (como lo apodan) deja en claro que está orgulloso de su pasado y su legado familiar.
“Mi padre era el estadista, el genio político. Mi madre (Imelda Marcos, la de los mil pares de zapatos) es la política suprema de la dinastía. (…) Todos terminan siendo sus amigos”, declaró en una reciente entrevista con CNN Filipinas. Ni una palabra de los miles de millones que robaron de las arcas nacionales o de los opositores contra los que tomaron represalias durante los años más duros de su dictadura.
El regreso de los Marcos es una historia con resonancias en otras latitudes. Durante las últimas décadas, el clan y sus asociados han trabajado duro para encubrir su pasado y volver al frente político. En las redes sociales o medios tradicionales promueven una narrativa que exagera sus logros, minimiza o niega los abusos y difama a sus rivales, para que las nuevas generaciones reciban el mensaje de que la suya fue una “edad de oro” que nadie más ha podido replicar. .
«Ferdinand Marcos fue el mejor presidente de la historia de Filipinas», dijo a este periódico Jayjay Lyric Tandoc, un taxista de 36 años de Manila. “Él construyó caminos, hospitales y casas para los pobres, había seguridad y Filipinas era respetada. Puede que haya robado, como muchos otros. Pero con un hombre fuerte como él, las cosas nos iban mejor”, añade. Una opinión recurrente entre ese 56% del electorado que tiene entre 18 y 41 años y no vivió esos años en primera persona, pero cuyos votos serán clave para las presidenciales del 9 de mayo.
El triunfo de Bongbong, de 64 años, cerraría un círculo que empezó a trazarse hace más de medio siglo. En 1965, Ferdinand Marcos Sr., entonces un brillante abogado de familia acomodada, fue elegido presidente del archipiélago. En 1972, un año antes de terminar su segundo y último mandato, declaró la ley marcial, que utilizó para aplastar a sus críticos.
Según Amnistía Internacional, el gobierno encarceló al menos a 70.000 personas durante esos años, torturó a 34.000 y asesinó a unas 3.240. Mientras tanto, la deuda pública filipina pasó de 2.000 a 30.000 millones de dólares al mismo tiempo que los Marcos y sus socios se enriquecían escandalosamente. Se estima que se apropiaron de hasta 10.000 millones de dólares -con los que compraron inmuebles, obras de arte o lujosas joyas- de los que hasta el momento solo se han recuperado unos 3.300 (2.400 siguen en litigio).
Durante las últimas décadas, el clan y sus asociados han hecho todo lo posible para encubrir su pasado.
En 1986, luego de amañar las elecciones, un movimiento revolucionario pacífico llamado Poder Popular salió a las calles a protestar y, con la aquiescencia de los militares, logró desalojar a la familia de cleptócratas del palacio presidencial. El matrimonio Marcos y sus hijos, entre ellos un Bongbong, que en ese momento tenía 28 años, huyeron en helicóptero a Hawái, donde el patriarca murió de una enfermedad tres años después. En 1991, el gobierno de Corazón Aquino les permitió regresar a Filipinas.
Desde entonces, la dinastía ha ido recuperando terreno político en las urnas, ganando escaños en el Congreso y el Senado y posiciones de liderazgo en feudos como la provincia natal de Ilocos Norte.
Para los analistas, varios factores explican su rehabilitación pública. Por un lado, la incapacidad de los sucesivos gobiernos democráticos para acabar con flagelos como la corrupción, la miseria, la desigualdad o los diversos conflictos armados internos. La situación se ha visto agravada por la pandemia, que ha puesto contra las cuerdas a las clases más pobres. “Es el caldo de cultivo perfecto para el populismo, el revisionismo histórico oportunista y un renacimiento autoritario”, aseguró al diario Ronald Menzoda, de la Universidad Ateneo. asiático nikkei .
También está su capacidad para evitar ir a la cárcel a pesar de tener algunas condenas en su contra. O el apoyo de poderosos aliados como el actual presidente, Rodrigo Duterte, cuya hija Sara hace tándem con Bongbong para la vicepresidencia y que en 2016 autorizó el entierro del cadáver embalsamado de Marcos padre en el Cementerio de los Héroes de Manila.
Por su parte, se ha desatado una campaña de desinformación masiva en las redes sociales a favor de Marcos y en contra de su principal oponente, la actual vicepresidenta Leni Robredo. En enero, Twitter suspendió más de 300 cuentas compatibles con Bongbong por violar sus reglas sobre spam y manipulación. Facebook hizo algo similar el mes pasado, cuando eliminó otras 400 cuentas por razones similares. “Estamos alarmados por la distorsión de la verdad histórica y el intento de borrar o destruir nuestra memoria colectiva a través de la siembra de mentiras y falsas narrativas. Es algo muy peligroso”, criticó recientemente la cúpula de la poderosa Iglesia católica del archipiélago.
Pero en la contienda de popularidad que son las elecciones filipinas, este tipo de quejas no hacen mella en un candidato que, con sus llamamientos a la unidad y su negativa a debatir en público con sus contrincantes, aparece como claro favorito en las encuestas. Si al final logra la victoria, sus detractores temen que se pierda para siempre la oportunidad de hacer justicia a las víctimas y recuperar algún día los bienes saqueados.
Ha sintonizado un himno asociado con la ley marcial impuesta por su padre en una melodía pop pegadiza.
“Es algo que me desconcierta y me consterna. (…) Será como un segundo asalto”, dijo a la prensa Loretta Rosales, una activista de 82 años que sufrió las torturas de la dictadura.