La escena era un poco embarazosa: ese hombre, el «poeta nacional», el orador fascista que supo anunciar la «hora de la espada», sollozaba de rodillas, con las manos en posición de oración, ante el presidente Hipólito Yrigoyen. Y apenas salió una frase, casi como un gemido, de su boca:
Te lo ruego por el honor de la familia…
Leopoldo Lugones intercedía así por su único hijo, también bautizado Leopoldo, a quien todos llamaban «Polo». Ese chico había cometido un desliz: violan a niños internados en Reformatorio Olivera, del cual había sido director durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear. Y estuvo a punto de ser condenado a diez años de prisión.
En ese momento –a principios del otoño de 1929– su condición de perverso polimorfo ya era la comidilla de la alta sociedad porteña. Sin embargo había que reconocer una virtud: su amor por los animales. De hecho, cuando era apenas un adolescente, su padre lo atrapó sodomizando a un pollo. La imagen era difícil de digerir: aquella criatura flaca, rojiza y de ojos inyectados en sangre, torcía el cuello del ave para optimizar tal «ejecución» con sus convulsiones de muerte.
El único fruto de la unión marital del escritor con Juana Agudelo, Polo nació en Buenos Aires a principios de 1897. El padre acababa de publicar su primer libro, el poemario «Las montañas de oro», inspirado en la simbología francesa. Y aún estaba en su etapa socialista.
Ahora, ya consagrado a sus 54 años en el universo de las letras, Lugones rogó al Presidente la absolución de su retoño. Incómodo con la situación, el viejo líder radical accedió a regañadientes.
El 6 de septiembre de 1930, Yrigoyen fue derrocado por el general José Félix Uriburu. La proclama golpista había sido redactada por Lugones. “Von Pepe” -como se llamó al nuevo presidente por sus simpatías germanófilas- reservó una misión crucial para el joven Polo.
el inquisidor
A punto de cumplir 32 años, Polo era de pelo corto, ojos turbios y cabello fino y gelificado.
-Gracias, General. No voy a defraudarlo”, soltó con voz aguda.
Uriburu, atrincherado en su escritorio, lo escrutaba con aprobación. Le había ofrecido el jefe de la Sección de Orden Político de la Policía Capitalina. Esa designación incluía el rango de Comisionado Inspector.
Para alguien sin formación policial y con antecedentes por delitos sexuales, semejante acusación era como tocar el cielo con las manos. «No lo voy a defraudar», insistió Polo., con un tono aún más alto. El mismo que se escuchó en sus arengas durante los actos de la Liga Patriótica, el grupo ultraderechista al que perteneció desde su adolescencia.
Uriburu confiaba en él. Y sonrió.
“Tenemos mucho trabajo por delante”, fue su frase al despedirse.
Sabía de lo que hablaba. Ya había establecido el estado de sitio y la ley marcial. Así comenzó una cosecha siniestra. Sus blancos favoritos: radicales yrigoyenistas, intelectuales y trabajadores comunistas, anarquistas y estudiantes de la Federación Universitaria Argentina (FUA).Cientos de inmigrantes fueron expulsados del país por la Ley de Residencia. Las cárceles estaban abarrotadas de presos políticos e incluso había parodias de juicios sumarios con fusilamientos. En ese contexto, Polo Lugones no era una pieza menor.
A diferencia del modelo represivo aplicado a principios del siglo XX por el comisario Ramón L. Falcón y también en la llamada «Semana Trágica» –basado en el uso intensivo de efectivos policiales y hordas fascistas con el propósito de sofocar las protestas con ataques homicidas contra los manifestantes– era claramente –o sombras, en este caso– un verdugo de laboratorio.
Conocida es su fama como introductor del uso de la picana eléctrica. sobre los seres humanos, un accesorio hasta entonces sólo aplicado al pastoreo de ganado. Celebridad inmerecida, pues esa innovación pertenece en realidad al comisario uruguayo Luis Pardeiro, quien en 1926 ya la había puesto en práctica para agilizar las confesiones.
Pero El mérito de Polo fue haber importado esa metodología a la Argentina. Lo cierto es que en lo suyo, además, se le puede tildar de “revisionista”, dado que –tras una paciente investigación histórica– ordenó reconstruir elementos de tortura quemados públicamente por disposición de la Asamblea del Año XIII. Con tales herramientas equipó una sala de interrogatorios en un sótano de la Penitenciaría Nacional, ubicada en la avenida Las Heras. Esa era su oficina. Y allí alternaba la obtención de datos bajo tortura con el trabajo de campo; es decir, allanamientos, persecuciones y cacerías callejeras.
El 27 de noviembre de 1933, su notoriedad en tales materias le valió una caricatura en la portada del periódico Crítica que lo mostraba como un monstruo bajo un título sumamente elocuente: «El torturador Lugones».
«¿Qué es un torturador, papi?» La pequeña «Piri» le preguntó entonces con los ojos fijos en ese dibujo. Su hija tenía apenas ocho años.
loro de papa
Polo se había casado con Carmen Aguirre en 1923, con apenas 15 años. Era hija del pianista y compositor Julián Aguirre, pionero del nacionalismo folclórico. Tuvo dos hijas con el inquisidor: «Babú» (bautizada Carmen en su honor) y «Piri» (Susana). El matrimonio tuvo sus problemas; la personalidad psicópata del marido y sus deseos pedófilos les molestaba la relación. Entonces, el comienzo de la Década Infame atrapó a esa familia en medio de una crisis terminal. La pareja se separó poco después.
Sin embargo, había algo que desvelaba aún más a Polo: su padre tenía una amante. Si. El hombre que se jactaba públicamente de ser el «marido más fiel del país» solía colarse en una cita con una estudiante casi un adolescente en un “loro” en Retiro.
Finalizaba la segunda década del siglo cuando ella, Emilia Cadelago, se acercó al poeta de 54 años en la Biblioteca del Maestro, donde solía escribir, sin otro propósito que pedirle un ejemplar de Lunario sentimental para su tesis en el Instituto del Profesorado. El enamoramiento fue inmediato.
Prueba de lo tortuoso de tal vínculo eran las epístolas que él le enviaba. Uno decía: «Mi amor en tu boca, añoranza / Mi amor en tu alma, consuelo / Mi amor sin el tuyo, muerte». Cabe señalar que Lugones había incurrido la originalidad de firmar el manuscrito con sangre y semen para subrayar tu pasión.
Ese detalle enfureció a Polo, quien sintió un destello de repulsión al obtener tal carta de sus secuaces policiales. ¿Se percató siquiera el viejo Lugones de que su retoño interceptaba su correspondencia?
El golpe final contra tal romance se dio cuando Polo irrumpió en la casa de la familia Cadelago para amenazar a sus padres. Y él le dijo que si no abandonaba a su padre, lo encerraría en un manicomio.
Lugones pasó seis años tratando sin éxito de recuperar a su amada.
Su última aparición pública fue el 18 de febrero de 1937 en el velorio de Horacio Quiroga. El autor de «Historias de amor, locura y muerte» se había suicidado con cianuro. Lugones se paró frente al féretro para acariciar la frente del difunto y decirle: «Horacio, te suicidaste como un sirviente».
Llama la atención que Leopold Sr. se suicidó en una isla de Tigre exactamente el mismo día del año siguiente, ¡Ingerir nada menos que cianuro!
Su hijo –sin duda el causante de este desenlace– escribiría mucho más tarde al respecto: “Una realidad tremenda, compuesta de pena, soledad y angustia precipita al ser y lo lanza a la eternidad”. La frase forma parte del prólogo de la «Selección de versos y prosas de Leopoldo Lugones», publicada por Editorial Huemul en 1971.
El hijo de Lugones se suicidó en noviembre de ese año. Primero fue herido disparándose en el cuello; luego encendió una estufa y murió asfixiado.
Su hija Piri fue asesinada siete años después, en 1978, en la ESMA. Quizás entonces haya visto la mirada oblicua de su padre en los ojos de sus verdugos.
Con información de Telam y otras fuentes de noticias.