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El sueño de seis alumnos del Teatro Colón: tocar con Gustavo Dudamel / Sociedad

En estos tiempos distópicos, un grupo de músicos argentinos, alumnos de Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, vivió un sueño impensado en plena pandemia: viajaron a España para tocar en una orquesta integrada por jóvenes, de entre 18 y 22 años, de toda América Latina, dirigida por Gustavo Dudamel, uno de los músicos que más admiran y una leyenda de este siglo.

El programa de 14 días comenzó con los ensayos en Oviedo, luego un primer concierto en Madrid, parte de una gira que continuó por Tenerife, Gran Canarias, y concluyó en Oviedo.

Los seleccionados fueron la violista Ayelén Ferraro, los violonchelistas Ana Díaz y Julián Giménez, y los violinistas Daniel Sebastián Ortega, Malena Martínez y Francisco Brizio. Todos, alumnos del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, fueron elegidos por la Fundación Dudamel para participar del proyecto “Encuentros Europeos”.

La experiencia les cambió la vida y reafirmó una vocación que se despertó tempranamente. Tienen entre 18 y 23 años, y quieren trabajar para que la música clásica se democratice y esté al alcance de todos.

Alumnos del Colón con Gustavo Dudamel, en la entrega del regalo del Teatro Colón. Izquierda a derecha: Ana Díaz, Francisco Brizio, Ayelén Ferraro, Dudamel, Malena Martínez, Daniel Sebastián Ortega y Julián Giménez.

Los seis músicos coincidieron vía zoom desde Jujuy, la Patagonia y Buenos Aires, para compartir un encuentro con Clarín y contar sus experiencias.

Quiénes son

Ayelén empezó con la música en una Orquesta-Escuela porque iba su prima y a ella le gustaba mucho la música. Sus padres no son músicos.

“Toco la viola desde los 9 años, instrumento no tan común y poco conocido cuando sos chico. No es que lo conozcas y digas ‘quiero tocar esto’, pero la elegí y no la dejé nunca más porque me enamoré de su sonido, tan íntimo y delicado”, abre la charla, la única integrante del grupo que nació en zona sur de Buenos Aires.

Ayelén Lobato Ferraro toca la viola. Dice que se enamoró de su sonido- Foto: Juanjo Bruzza

Ayelén Lobato Ferraro toca la viola. Dice que se enamoró de su sonido- Foto: Juanjo Bruzza

Daniel Sebastián es Jujeño. Toca el violín gracias a su papá, músico amateur, pero tuvo que esperar a que su hermana creciera para que le pasara su violín porque el presupuesto no alcanzaba para comprar instrumentos para todos.

Empezó a los 9 años en el sistema de Orquesta-Escuela de la provincia de Jujuy. Escuchaba a su hermana violinista, iba a los conciertos y también quería estar ahí.

“Aquí en Jujuy se escuchan muchos instrumentos andinos y todo lo demás, pero a mí me llamó la atención el violín. Tomaba clases con mi papa en casa. Cuando llegué a la orquesta, se hizo una audición y entré como concertino. Para mí era todo muy increíble. Era mucha información, muchos colores. Era otro mundo”, recordó emocionado.

Daniel Sebastián Ortega es jujeño y viene de famili de músicos. Foto: Juanjo Bruzza

Malena es hija de padre filósofo y madre alfarera, y no tiene recuerdos de sí misma sin un violín.

“Empecé desde muy chiquita, a los cinco o seis años. El sonido me cautivó”, explica desde San Martin de los Andes, una localidad que no contaba con profesores de violín ni orquesta cuando llegó el instrumento a sus manos.

“Tuve el deseo de estudiar, pero recién pude concretarlo cuando uno de los núcleos del programa de orquestas juveniles vino por primera vez a San Martin de los Andes, que fue una manera también de federalizar la música, ¿no? Porque en un pueblo tan chiquito, y tan al sur, es muy difícil tener acceso a la música clásica”, concluyó.

Malena Verduga Martínez toca el violín. Su papá es filósofo y su mamá, alfarera. Foto: Juanjo Bruzza

-Y vos, Francisco, ¿Cómo elegiste el violín?

-Un día llegó a mi escuela primaria una profesora de violín, fundadora de una Orquesta-Escuela en Trevelin, una localidad pequeña, debajo de Bariloche, y tiene una población total de 15 mil habitantes. Ahí empecé a los 9 años y nunca paré de tocar. Habré hablado con tanto entusiasmo, que un par de semanas después estaba tomando clases en la Orquesta-Escuela, Arcos al Sur.

Arcos empezó como un proyecto familiar, muy chiquito, hace casi 20 años, de la mano de Paz Misurelli, y hoy , en un pueblito con 15 mil habitantes, la orquesta entera (con todos sus niveles) junta casi cien personas. Es un fenómeno muy interesante del lugar.

Francisco Ramírez Brizio es violinista y de Trevelín, una localidad cercana a Bariloche. Foto: Juanjo Bruzza

Julián y Ana también son del sur, ambos viven en Bariloche, y estudiaron con el violonchelista Diego Díaz, papá de Ana. Julián empezó a tocar a los 12 y Ana a los 11.

“Empecé a estudiar en un lugar que se llama Cofradía”, cuenta Julián, y agrega que su hermano mayor tocaba la viola cuando era chiquito en un programa del Estado, que después dejó de funcionar.

“Yo empecé a ir a los conciertos, lo veía estudiar en la orquesta. Un día me dijo si quería tocar un instrumento, me los mostró y me decidí por el violonchelo. Ahí arranque y no paré más”, cuenta con entusiasmo Julián.

Julián Ezequiel Giménez es de Bariloche y su instrumento es el violonchelo. Foto: Juanjo Bruzza

Ana escuchaba desde chiquita tocar a su papá en la casa, iban a conciertos y escuchaban discos juntos.

“El sonido del chelo me cautivaba porque tiene muchos registros, desde bien grave y también puede llegar muy agudo. Esa amplitud y la calidez del sonido siempre me gustó mucho”.

Desde que empezó la pandemia, dejaron de tocar en la orquesta, algo que los apasiona y a lo que dedican sus vidas desde que experimentaron por primera vez una orquesta desde adentro.

A Ana Verena Díaz, de Bariloche, la sedujo el sonido del violonchelo. Foto: Juanjo Bruzza

La primera vez

– ¿Qué recuerdan de la primera vez que tocaron en una orquesta?

Ayelén: Tenía 9 o 10 años cuando toqué por primera vez en una orquesta. Me acuerdo de una vibración en el estómago que venía de todo lo que estaba sonando: la vibración de los bajos, estar tocando y produciendo un sonido en masa. Me gusta tanto la orquesta por eso, esa adrenalina de todos tocando y haciendo algo en conjunto. Ahora, en tiempos de pandemia que no se puede tocar en orquestas, apelo a esa sensación todo el tiempo para seguir estudiando y esperando que todo esto termine. Eso es lo que te hace seguir.

Francisco no había tocado nunca con orquesta completa hasta que en 2019 participó en un concierto en el Teatro Colón. “ Nunca había tocado antes con vientos porque la Orquesta Arcos en la que participaba era sólo de cuerdas. Quedé fascinado por las diferentes texturas, la cantidad de gente y de sonidos en simultáneo que pueden crearse y en la que uno es partícipe. Si bien uno toca un solo instrumento, y es una individualidad, de repente es la orquesta entera la que tiene toda su capacidad tímbrica desplegada y uno es parte de eso. Realmente es una sensación muy linda”.

Alumnos del Colón con Gustavo Dudamel. Ensayo en Fundación Orquesta y Coro Madrid. Foto: Samantha López

-Cuando no sos miembro estable de una orquesta y vas variando repertorio, lugares, compañeros de fila, son más las experiencias que se acumulan, ¿no?

Julián: Sí, y eso es fantástico porque ir a un ensayo es siempre algo nuevo, porque no siempre se toca la misma obra, no siempre hay la misma energía, no siempre están tus mismos compañeros. Y no siempre estas adelante, atrás o en el medio. Siempre es una situación nueva y una energía nueva la que se siente.

-Y vos, Malena, que llevas mucho tiempo tocando en orquestas, ¿se vuelve rutinario o se sigue renovando la experiencia?

-Se renueva cada vez. Y, al mismo tiempo, el vértigo de estar lanzándose a mundos desconocidos y la sensación tan hermosa de estar volviendo a casa. Tiene que ver con una lucha contra el individualismo, ¿no? La creación comunitaria es otra cosa. No importa tanto el recorrido individua, personal, sino estar ahí y ser pate de algo mucho más grande que uno mismo.

-Sin embargo, el trabajo individual es importante para que esa experiencia colectiva resulte efectiva y crezca, ¿no?

Ayelén: sí, siempre es importante, por eso uno estudia por su cuenta y después forma parte de registros orquestales. Asumir que uno esta ahí para formar parte de una cosa más grande. Pero, como decía Fran, uno es uno con su individualidad en el momento de tocar, pero a la vez, te encontrás replicado en todos tus compañeros y también en el sonido de una fila.

Alumnos del Colón con Gustavo Dudamel. De izquierda a derecha: Francisco, Malena, Daniel, Ayelen, Ana y Julian. Foto: Juanjo Bruzza

-Como las mamushkas, una cosa contenida adentro de otra.

Ayelén: Sí, claro. Sos vos, pero también sos la fila, y la parte de las cuerdas bajas, y la parte de las cuerdas en general; y también sos la orquesta y la persona que está en tu atril, al lado de otra persona. Toda esa combinación, de cómo te partís en varias partes, y al mismo tiempo seguís siendo vos, es una locura. También hay un momento en que dejás de ser vos para ser la música, tus compañeros, y el sonido del otro. Creo que es lo más cercano a la magia que uno experimenta dentro de la orquesta. Es una sensación como metafísica. Es muy lindo.

Malena: Uno asume el compromiso y hay una muy alta cuota de esfuerzo personal, pero sin perder de vista, creo, que el objetivo es comunitario y colectivo.

Ana: Siguiendo lo que están diciendo los chicos, la música es un idioma universal, por eso podes comunicarte con quien sea. No importa que hables otro idioma, si tocás con gente de otros países… Eso es una de las cosas lindas de las orquestas.

-Con todo lo que cuentan, y después de tanto tiempo sin tocar con otros, deben haber vivido con gran intensidad la convocatoria para integrar una orquesta dirigida por Gustavo Dudamel, ir de gira con él, convivir con músicos de otros países, y con el mismo Dudamel.

Julián: Totalmente intensificado. Esa sensación de felicidad, después de todo el tiempo difícil que tuvimos, no la tenía hacía rato. Fue una sensación que quiero que la tenga todo el mundo, porque es felicidad.

Francisco: El 2020 fue difícil para la gente en general, pero para los músicos fue muy duro porque dejamos de hacer música con otros. La experiencia con Dudamel fue un estímulo muy grande y una certeza en medio de tanta incertidumbre. La sola noticia de que había sido seleccionado me alivianó y me renovó de muchas maneras. Después, lo que fue el encuentro, se potenció todo diez veces.

Los alumnos del Instituto de Arte del Teatro Colón con Gustavo Dudame, en un concierto en Oviedo, en el Auditorio Príncipe Felipe. Foto: Samantha López

Cómo fueron los ensayos

-¿Cómo vivieron el encuentro?¿Llegaron a España y al día siguiente empezaron a tocar con Dudamel?

Ayelén: Llegamos a las 5 de la mañana al aeropuerto y ese mismo día, a las 9 de la mañana, fuimos al ensayo de fila. Después, a la tarde, el ensayo con Dudamel. Veníamos de doce horas de vuelo: llegamos, dejamos las valijas, nos cambiamos y salimos para el primer ensayo.

Julián: Estuvimos más de 24 horas despiertos. Nadie pudo dormir la noche del vuelo.

-¿Dudamel dirigía todos los ensayos?

Sebastián: Los ensayos los dirigió el Maestro, pero cada una de las secciones de fila estaban separadas y preparadas por otros Maestros.

Ayelén: Era una locura porque llegué a mi ensayo de fila y estaba Teng Li, la solista de la Filarmónica de los Ángeles. Estaban todos los principales, tanto de la Filarmónica de Los Ángeles como de la de Viena. Gustavo dirigió todos los ensayos. Lo vimos entrar y no lo podíamos creer. Hicimos una pasada entera de La noche transfigurada, de Arnold Schönberg, y no lo podía creer. Empezó con esa obra. Era totalmente surrealista todo.

Julián: Te preguntabas, ¿qué está pasando acá? Veníamos sin tocar en orquesta hacía mucho tiempo. Me sentía un poco desorientado, pero después sobre la marcha todo arrancó.

Francisco: Fue irreal, alucinante. Difícil caer.

Una imagen de un concierto en el Auditorio Adán Martín, de Tenerife. La Orquesta Fundación de Gustavo Dudamel, con los estudiantes del Instituto de Arte del Teatro Colón. Foto: Samantha López

-¿Cómo se manejaban con los protocolos para los ensayos y conciertos?

Ayelén: En Madrid estábamos todos en un hotel. Mis padres estaban súper preocupados por la pandemia, viajar lejos, y qué podía a pasar… Y, la verdad, la Fundación Dudamel fue impecable con los protocolos. Todo el tiempo que estuvimos, no hubo un solo contagio. Nos testeaban cada día por medio, a las 7 de la mañana íbamos a antígenos.

Francisco: Si bien en los ensayos y conciertos había protocolos para evitar contacto con el exterior (los primeros días no podíamos salir del hotel), en las comidas o cualquier tiempo libre, no hacía falta protocolos dentro de la burbuja,…

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Fuente: Clarin.com

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