Igor Belanov fue un crack. Nació en tiempos de la Unión Soviética, en Odessa, Ucrania. En 1986, durante -quizá- la mayor manifestación futbolística de la historia de Diego Armando Maradona, este futbolista de una élite no tan conocida ganó el Balón de Oro. No era muy alto, un poco más alto que Diego: 174 centímetros.
Fue el mejor de ese equipo dirigido por Valeri Lobanovsky, un mito en la historia del fútbol soviético por sus brillantes pasos en el Dynamo de Kiev, y que supo asombrar incluso como candidato a ganarlo todo. En otras palabras, la Copa del Mundo. Belanov lo tenía todo: velocidad y gol; audacia y estrategia. Y también excelentes compañeros, que estuvieron entre los mejores de esta época. Aleksandr Chivadze, Oleg Blokhin y el increíble Oleg Protasov.
El 15 de junio de 1986, en un partido para inundar los recuerdos, el equipo de Igor y Valeri se enfrentaron a Bélgica en los octavos de final. Los soviéticos perdieron 4-3 tras un desarrollo que lo tuvo todo. Además del hecho de que se jugaron horas extras, nadie supo lo que podría pasar. En la primera mitad, a los 27 minutos, Belanov marcó el primero. Parecía que los soviéticos se iban a llevar el juego.
A los once minutos de la segunda parte, apareció otra grieta de ese Mundial. Elegido mejor jugador joven de esa Copa, Enzo Scifo empató. Cuando faltaban 20 minutos para el final del partido, apareció de nuevo Igor, su segundo gol. Pero Bélgica tenía más que ofrecer, siete minutos después Jan Ceulemans hizo el 2-2 durante noventa minutos.
El alargamiento aún tenía mucho que dar. Stephan Demol y Nico Claesen en ocho minutos pusieron a Bélgica al borde de la clasificación.
Pero Igor no quería darse por vencido. Un minuto después, sobre el penalti, se encendió el suspenso. Marcó su tercer gol en ese partido y dejó nueve minutos para que su equipo empatara. Pero no hubo caso, Jean-Marie Pfaff, destacado portero de este Mundial, lo impidió.
Al final, Ceulemans y Scifo fueron quemados. Esa Bélgica, a la que solo Diego Maradona pudo detener, se clasificó para los Cuartos de Final.
Sin embargo, el derrotado Belanov, entró en la historia con su hattrick, un detalle inusual en la historia del Mundial. Aunque se fue en segunda vuelta, gracias a ese partido, se retiró con un valioso récord: cuatro partidos, cuatro goles. Tan buena fue la marca que dejó en México que Igor Bleanov ganó el Balón de Oro en 1986. Sí, en el año de Maradona, aunque con una salvedad: en ese momento, el prestigioso reconocimiento creado por la revista France Football solo podía ser recibido por los europeos.
El delantero ruso con el Balón de Oro. «Fui el mejor de Europa, Maradona, el mejor del mundo», dijo a EFE Belanov. Foto: EFE
«Yo era el mejor de Europa, Maradona el mejor del mundo», explicaba el propio Belanov el motivo de su premio.
Su carrera continuó en Dynamo Kiev. Sus buenas actuaciones y sus goles lo llevaron, en 1989, al Borussia Monchengladbach. Ese paso no tuvo éxito. Su marca como goleador se traspasó en breve. Y tras quedar fuera de la lista del Mundial de Italia 90, se marchó al Eintracht Brunswick. Su carrera estaba en declive. Regresó a la Ucrania de su nacimiento. Y apenas marcó cinco goles en dos temporadas en los dos equipos que jugó: Chernomorets y Metalurg Mariupol.
Ese juego dejó huella. En su recorrido por el Mundial, pero también en lo que vendría después. Otro ruso Oleg salenko, en el Mundial de 1994 en Estados Unidos, estableció el récord de goles en un partido: marcó cinco goles con Camerún en la primera ronda. También fue el máximo goleador en esa competición junto a Hristo Stoitchokv. Quizás no haya coincidencia en ese destino: se cruzaron en el Dynamo de Kiev en 1989. Antes y después, sucedió el asombro de tantos goles juntos.
Fuente: Clarin.com