El desembarco de Sergio Massa en el Poder Ejecutivo estuvo enmarcado en una puesta en escena digna de análisis. No fue un mero cambio ministerial. Todo lo que vio y escuchó antes, durante y después de su nombramiento sugiere un fuerte cambio en el eje del poder.
Sergio Massa irrumpe en escena precedido de una cuidada producción multimedia.
Rumores, detalles filtrados, tuits y publicaciones que se hicieron virales preanunciaron la noticia de su cambio de rol.
Una especie de «grito operativo» prolijamente disparado desde un enclave muy preciso del círculo rojo que siempre ha soñado con instalarlo en el sillón del poder y rematado por gobernadores y alcaldes que este jueves convocaron a Alberto Fernández a tomar una decisión resistida.
Afectada por las redes, los sondeos, los ratings y la política del photoshop, el mitin que llevó a Massa a la Casa Rosada incluyó un tuit que sumó suspenso y tensión a la saga.
“No he recibido ninguna oferta”, aseguró en el febril mediodía del jueves.
Un par de mañanas antes, una insomne Malena Galmarini, titular de AySA, argentina, esposa y madre, subió a su timeline una pieza de coleccionista, rescatada de otro tiempo: “Todo vuelve”. Ella hizo campaña en masa, exultante, en modo candidata, cosechando las recompensas de su esmerada dedicación a sus sueños políticos.
Las primeras fotos del Superministro designado en Casa de Gobierno lo muestran en modo presidencial. Relajado. Caminando empoderados sobre la alfombra roja que despliega la imponente escalinata de mármol blanco que conduce desde la Sala de Bustos hasta la oficina del jefe de Estado.
La imagen del presidente de la Cámara Baja hasta ahora contrasta con la de un Alberto Fernández desdibujado y ausente. Ante la recurrente procrastinación a la que está acostumbrado el presidente, aparece en escena un hipercinético Sergio Massa, desbordante de iniciativa e impulsividad.
Las condiciones que lo trajeron aquí no corresponden necesariamente a su propio mérito. CFK lo hizo. El sostenido proceso de derribo al que ella y su familia sometieron a su presidente designado, sumado al síndrome de subordinación emocional que terminó por socavar la identidad de Alberto Fernández, hicieron el resto.
Sergio Massa es la última bala. Un último recurso al que recurrir segundos después de una colisión fatal.
El golpe de ahogo que representa este viraje para el Frente de Todos implica el reconocimiento explícito de la extrema debilidad del Gobierno, de la fragilidad de la situación económica y social.
Dejar la zona más sensible del poder en manos del líder del Frente Renovador implica también una capitulación de Cristina Fernández de Kirchner.
Casi todas las fuentes consultadas en las últimas semanas aseguran que en lo único que lograron ponerse de acuerdo el Jefe de Estado y su Vice es en la sospecha y prevención frente a la abrumadora impronta política de los tigrenses.
Sergio Masa es el socio minoritario de la coalición, el último en sumarse a la propuesta del frente todista, el que prometió meter preso a los K y acabar con los ñoquis en La Cámpora.
Aceptar el colosal traspaso de poder que significa el ingreso de Massa al Gabinete como superministro revela la impotencia y el miedo que enfrenta el hasta entonces poderoso expresidente.
Es claro que CFK es consciente de la profundidad del deterioro que enfrenta el país y para salvar su pellejo político del costo del ajuste pendiente está jugando su última carta.
Hace apenas tres semanas la tremenda energía aplicada por el líder de FR se estrelló contra la intransigencia de sus compañeros en la dirección de la FdT, que le cerraron el paso untando a Silvina Batakis en el Ministerio de Economía.
La entrada triunfal de Massa deja varios en el camino.
No parece que en este contexto Alberto Fernández tenga alguna fantasía presidencial para el futuro inmediato. Absolutamente débil, sin embargo, allí se le necesita, es él quien tiene que poner el gancho a las medidas que se toman y, si es necesario, responsabilizarse de las dolorosas consecuencias sociales que producirá de inmediato el necesario endurecimiento de las cuentas públicas. Es decir, siempre y cuando las cosas definitivamente salgan mal. De lo contrario, será Sergio Massa quien se lleve los laureles.
Daniel Scioli, quien hasta el miércoles había sido reconfirmado en sus funciones como Ministro de Desarrollo Productivo, recogió sus juguetes y regresó a la Embajada ante la República Federativa de Brasil.
Resiliente frente a la adversidad, una cualidad que ha convertido en un culto, arrastró sus fantasías presidenciales a otra vida. Ministro por sólo 43 días. Hay quien sostiene que en su paso por la cartera dejó algunas cuestiones resueltas. Si es así. ¿Quién quita lo bailado?
Con apenas 24 días en el cargo, Silvina Batakis se enteró en el Aeropuerto de Ezeiza que ya no ocupaba su cargo. Sus memes hicieron de su eje no la volatilidad de su tarea, sino la asertividad de sus declaraciones: “El derecho a viajar choca con la creación de empleos”. Sabía cómo poner en práctica su declaración más memorable. Vale aclarar que en todo caso seguirá viviendo del servicio público. Fue nombrada Presidenta del Banco Nación. Nada se pierde, todo se transforma.
Más triste que Batakis fue la situación de su antecesor. Eduardo Hecker se enteró por WhatsApp en el momento en que subía al escenario para dar un discurso de gestión al gobernador de Catamarca. Un vídeo inmortaliza el curioso momento. Se le ve reaccionar con confusión y perplejidad. Ya le ofrecieron un premio de consolación.
Gustavo Beliz evitó el despido. Lo suyo era dejar un manuscrito en una hoja escrita a mano y doblada en cuatro. Protocolo cero. Se fue con lo que traía puesto. Esta vez es muy poco probable que se confirme el dicho popular. No siempre el que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen.
Julián Domínguez se quedó con la palabra en la boca. Estuvo activo hasta el jueves pero tras la confirmación de que Sergio Massa dirigiría el área decidió marcharse. Demasiado camino recorrido para bancar una nueva degradación.
Alberto Fernández se quedó con el gobierno intervenido. Sus oficinas están siendo vaciadas y sus fichas robadas. Vilma Ibarra fue la primera en la lista de los apuntados del Instituto Patria. Juan Manuel Olmos, uno de sus hombres de mayor confianza, se convierte en Subjefe de Gabinete para monitorear de cerca a Juan Manzur desde Tucumán. Quien lo ascendió a ese puesto no sería precisamente Alberto Fernández. Están ocupando todos los huecos de la intimidad política. Pero eso no es lo más grave. Superando sus propias marcas, es él mismo quien no logra frenar su impulso autodestructivo.
La semana se cerró con un papel que no admite enmiendas. El FMI, en un hecho muy raro, salió a desmentir una comunicación telefónica entre Alberto Fernández y Kristalina Giorgeva.
Fuentes gubernamentales oficializaron una conversación y su contenido en la que el Presidente apoyó la designación de Sergio Massa y los cambios en el Gabinete.
El titular del FMI recibió en persona a Silvina Batakis. Hasta hace unas horas, la ministra de Economía se pasó toda la semana dando cuenta a funcionarios de organismos internacionales de crédito e inversionistas sobre el apoyo político que dijo tener.
«No soy un salvador», dijo Sergio Massa. Promete trabajar con alma y vida sin prejuicios.
Massa acepta con alegría el desafío. Él es lo suficientemente audaz y ambicioso como para asumir la tarea de revertir la debacle sobre sus hombros. Tremendos desafíos esperan. Estabilizar la economía, lo más urgente. Llevar a cabo un fuerte recorte del gasto estatal sin arrojar a más argentinos a la vulnerabilidad y la pobreza es lo más complejo.
Este viernes los mercados le dieron la bienvenida. Era una señal, frágil, volátil pero positiva.
Queda por ver si tendrá el apoyo político necesario para llevar a cabo su tarea. Está por ver si tendrá la fuerza suficiente para neutralizar el fuego amigo con el que el oficialismo suele atender a quienes se atreven a oponerse al capital simbólico sobre el que descansa el relato del kirchnerismo.
* Para www.infobae.com
Fuente: diariocordoba.com.ar