El Mandatario repitió muchas veces, desde que fue ungido candidato en 2019, que nunca más volvería a pelear con Cristina Fernández. Quizás no calculó que el desafío podría plantearse, como empezó a suceder desde la derrota del domingo en las PASO, por el vicepresidente. La dificultad de convivir entre los máximos exponentes del poder político ha abierto una crisis institucional en Argentina, en su génesis, similar a la que ocurrió hace exactamente dos décadas.
Es necesaria una revisión. En octubre de 2000 dimitió el vicepresidente Chacho Álvarez, como consecuencia del supuesto pago de sobornos en el Congreso para la aprobación de la reforma laboral. Fernando de la Rúa estaba extremadamente débil. En marzo de 2001, los ministros que respondieron a Álvarez dejaron el gabinete de Alianza. En octubre del mismo año De la Rúa se derrumbó en las elecciones intermedias. Renunció en el último mes de ese año, en medio de violencia y protestas callejeras. Se registró como la gran crisis de principios de siglo.
Cristina parece haber decidido, en este caso, una intervención directa sobre la gestión de Alberto Fernández. Se le puede llamar un golpe de palacio. O lo que quieras. Resuelto después conversaciones fallidas vaciado de ministros y funcionarios – al menos simbólicamente – la administración presidencial. Once en total pusieron a disposición sus renuncias.
El número no diría tanto como la forma en que fue manipulado. Con la lógica que el vicepresidente succionó durante años de Néstor Kirchner. La primera señal la ofreció Alicia Kirchner, la gobernadora de Santa Cruz, también derrotada el domingo. Pidió a todos sus ministros que dimitieran. Ayer por la mañana, la ministra de Gobierno de Axel Kicillof, Teresa García, anunció que todo el gabinete había puesto sus renuncias a la consideración del gobernador. Sin embargo, no se pudo leer ningún texto. Alberto, abrumado en estas horas, quizás no se dio cuenta de la tormenta que se acercaba.
Desde que comenzó la recomposición con Cristina, antes de 2019, el Mandatario destacó el papel colaborativo de Eduardo De Pedro, el ministro del Interior. «Es un buen chico», repitió en alusión el líder de Mercedes. De Pedro, Wado para casi todos, fue en las últimas horas la punta de lanza del operativo para debilitar al presidente. Lo hice con la frialdad que transmite su figura, remontada a su jefa, Cristina.
Alberto Fernández sale de la Casa Rosada este miércoles por la noche, tras largas reuniones con sus ministros de confianza. Foto Emmanuel Fernández
Mientras el Mandatario encabezaba un acto junto a Martín Guzmán por la Ley de Hidrocarburos, frente a importantes empresarios, De Pedro hizo que el texto de su renuncia fuera entregado a la prensa con referencia a Néstor Kirchner. No tenía un carácter indeclinable: solo que Alberto lo considerara. El resto de los kirchneristas se alinearon detrás.
Alberto se enteró cuando terminó esa ceremonia. Comenzó un despliegue defensivo improvisado con los gobernadores. Anticipó el martes cómo reunió a los alcaldes en Almirante Brown. Sus hombres más cercanos experimentaron la novedad con perplejidad e ira. Uno de ellos comentó cerca del anochecer: «Estamos siendo testigos de una traición». Lenguaje muy familiar al peronismo.
El movimiento de pinza de Cristina ocurrió un martes por la noche durante el cual hubo una fractura. Un fuerte desacuerdo. Hay, por cierto, dos versiones. El de un diálogo solitario entre el presidente y su vice. El de una reunión entre Alberto, Sergio Massa, titular de la Cámara de Diputados, y Máximo Kirchner. En cualquier caso, el contenido de la agenda era el mismo: Cristina quiere un cambio inmediato en el Gabinete; El presidente estima que hasta noviembre deberá corregir determinadas políticas, aunque sin tocar al equipo. Tras las elecciones legislativas, dependiendo de los resultados, relanzaría la gestión para darle al Frente de Todos la posibilidad de luchar por la sustitución del 2023.
Desde entonces, el gobierno se ha dividido prácticamente en dos. La fragmentación en el Frente de Todos parece aún mayor. La simple enunciación no bastaría para medir la gravedad de la crisis. La discordia se produce tras la derrota en las PASO, en medio de una cruda crisis económico-social y con la amenaza de una pandemia cuya atención el Gobierno parece haberse rendido. Los informes diarios del Ministerio de Salud carecen de rigor todos los días. Está informando muertes ocurridas en junio y julio.
Alberto se atrincheró con los suyos, que trató de licuar el desafío kirchnerista poniendo también a su disposición renuncias. Hubo una búsqueda de apoyos para enfrentar la tormenta que encontró eco en un puñado de gobernadores peronistas de pequeñas provincias, en organizaciones sociales impulsadas por el Movimiento Evita y en la Confederación General del Trabajo. La adhesión más llamativa se habría originado en una llamada que recibió el presidente del líder camionero, Hugo Moyano.
Cuatro días después de la derrota electoral, el gobierno de coalición parece haber apoyado en un abismo. Esa sensación de mareo, quizás, motivó la llamada tardía que hizo Cristina al ministro de Economía, Martín Guzmán, para aclarar que no estaba alentando su renuncia. Aunque, junto a La Cámpora, no está de acuerdo con la trayectoria del profesor de Columbia. Habría sido uno de los principales motivos del desastre en las urnas. Santiago Cafiero, el jefe de gabinete, esperaba una comunicación similar. Nunca le llegó.
Cristina Kirchner abandona el Congreso, este miércoles, en medio de la fractura política del Gobierno. Foto Martín Bonetto
La crisis política e institucional ha adquirido una dinámica de la que será muy difícil volver. El Mandatario reflexionó anoche en no aceptar ninguna de las renuncias que le fueron presentadas -ni siquiera la de los kirchneristas- y continuar como si nada. Pero sucedió. ¿Cómo pueden volver a coexistir estos bandos en el futuro dentro de la misma administración? ¿Cuánta confianza puede seguir confiando Alberto en De Pedro, “el chico bueno”? ¿Cómo podría suceder sin obstaculizar aún más una gestión que hasta ahora ha sido ineficaz?
La mayor interferencia no sería esa. Parece claro que ese anómalo dispositivo de poder que ideó Cristina -con un presidente como delegado- se encaminaría al fracaso. No se percibe cómo podría repararse.
La crisis surgió tan pronto como el Gobierno tuvo que dar los primeros pasos para buscar reconstruirse para el exigente desafío de noviembre. Subir la colina ya fue difícil el domingo por la noche. Lo será mucho más después de esta explosión política. Juntos por el Cambio asiste incrédulo y agachado ante el posible beneficio.
¿Cristina y el kirchnerismo podrían dejar de notar el daño objetivo que generaría la ofensiva contra el presidente? ¿Qué pasará si la derrota se repite o se profundiza el segundo domingo de noviembre? Estos son los peligrosos enigmas que rodean la política y las instituciones argentinas en estas horas. Se vuelven más angustiantes cuando detrás de todo el escenario se ve el perfil del vicepresidente.
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Fuente: Clarin.com