No fue magia. El truco que Cristina Kirchner sacó de la galería política en 2019 y que supuso el triunfo del kirchnerismo sobre Cambiemos, este domingo acaba de chocar con el principio más temido por la política, el principio de realidad, es decir, los votos, en este caso, la derrota. A la pregunta de quién es el padre o la madre de la derrota del Frente de Todos, la respuesta macropolítica es: Cristina Kirchner..
Ese espécimen político bicéfala de los Fernández al frente del Poder Ejecutivo, nacido de la astucia del vicepresidente llevado al enésimo poder para cumplir la hazaña de alinear al peronismo, desdibujar su propia imagen negativa, conformarse con su núcleo duro, expandir su capacidad electoral. base y para construir una oferta política para una sociedad impactada por la crisis económica de hace dos años, todo esto al mismo tiempo, que acaba de enfrentar su límite. Y lo sorprendente es que llegó a ese borde de la mano del vicepresidente: el líder del kirchnerismo lo llevó a su crisis.
La pregunta es la siguiente: el vicepresidente está en el origen de los dos errores estructurales del kirchnerismo en esta administración. Primero, exigió al gobierno nacido de esa estrategia una radicalización que iba en contra de su naturaleza creó por lo contrario, la supuesta moderación que prometía una base de apoyo más extendida, también hacia las clases medias: en ese sentido, Vicentin fue el comienzo de todo. El problema está en esa marcha: sin radicalización tampoco hay moderación sino vacío. Alberto Fernández no llegó con su propio proyecto político: su poder fue el empoderamiento por la voluntad de su vicepresidente, es decir, la dependencia política.
Y segundo, Cristina Fernández perdió la magia: Ya no era el tono absoluto de las necesidades de una buena parte de la ciudadanía, incluida una parte de sus votantes. En ese voto libertino se explica esta derrota. En tiempos de pandemia, hubo una pérdida de estilo político al extremo. El kirchnerismo desconectado de la realidad del argentino corriente. No se ha dicho todo sobre cómo va a procesar la política este hackeo del poder del líder del kirchnerismo.
“Sabemos por qué somos peronistas o kirchneristas. Pero los que son macristas, o los de Cambiemos, ¿por qué lo son? ¿Qué motivos pueden invocar, derechos, garantías, símbolos o cosas? Muchas veces, en su mayor parte, es odio hacia el otro, hacia los que sienten diferente, y esto debe cambiar en la República Argentina ”. En esas palabras de Cristina Fernández, pronunciadas el 17 de agosto en plena campaña, en el barrio Isla Maciel de Avellaneda, se puede leer la incomprensión de la vicepresidenta del clima de la época que tiene que interpretar. Parte de sus votantes de 2019 son aquellos votantes de Cambiemos, o ahora Juntos, a quienes no comprende y a quienes no satisface.
El comportamiento de la élite kirchnerista encontró eco en las palabras o silencios del vicepresidente. Entre las palabras que pesan sobre los votantes, familias enteras impactadas por meses de encierro, sin clases presenciales para niños y adolescentes y también para estudiantes universitarios, con consecuencias emocionales y físicas, muchas de ellas a largo plazo, resuenan las siguientes: “Todos queremos que los niños vayan a la escuela por convicción o comodidad, seamos honestos, muchas veces porque los padres no saben qué hacer con los niños”. Así lo dijo Cristina Fernández el 1 de julio en un acto de campaña en Lomas de Zamora. Los sufrimientos de los ciudadanos y su dolor interpretados con una inesperada ligereza en un político en época de elecciones. Si no es empatía, las elecciones exigen al menos su puesta en escena. Pero Tampoco podía la figura vicepresidencial asumir ese lugar estratégicamente: su perfil de líder implacable estaba fuera de lugar en este presente de dolor.
Los silencios también pesan: la primera vez que el vicepresidente dedicó parte de un discurso a la pandemia que se cobró tantas vidas fue recién el 14 de junio en La Plata. Puso un eje en la campaña de vacunación y fue ahí cuando buscó construir las antivacunas como enemigos ideales. Es decir, la pandemia puesta bajo el foco de tácticas políticas. Nuevamente la falta de cercanía a los sufrimientos de los votantes.
El peronismo unido y sobre todo disciplinado ha sido derrotado. Ese dispositivo electoral inventado por el vicepresidente hace dos años es el que dejó de funcionar. Bastaba con volver al poder pero no con gobernar. Implosionó por obra, paradójicamente, de la propia Cristina Fernández.
En cualquier caso, el vicepresidente no es el único dueño de este domingo negro para el kirchnerismo. Los datos clave de estas primarias son la dimensión de la derrota del cuarto kirchnerismo, por un lado, y su transversalidad interna, por el otro: ninguno de los nombres fuertes del Frente de Todos salió ileso. Ninguno. No el presidente Alberto FernándezSabemos, que se encerró en su burbuja política pandémica de prohibiciones para los demás y privilegios para los suyos, fue encarcelado contra las cuerdas por los objetivos políticos de su vicepresidente y licuó su autodenominada moderación en pocos meses. Ninguno Axel Kicillof, cuya intensa retórica no compensó una gestión de la salud alineada con la matriz de prohibiciones de la administración nacional, que estigmatizó la vida cotidiana de Buenos Aires hasta límites inconcebibles, generó deudas críticas en su campaña de vacunación y dejó escapar votos clave de los infinidad de suburbios. que dominó al peronismo durante décadas: quedan por ver las consecuencias políticas para el futuro de Kicillof de esta hazaña en sentido contrario.
La derrota tampoco es gratis para Máximo Kirchner y La Cámpora, que no estuvieron a la altura del éxito y la arrogancia del liderazgo con el que prevalecieron en la PBA sobre los peronistas de la vieja línea. Ninguno Sergio Massa que perdió su Tigre y está empezando a ver languidecer la eficacia de su ubicuidad política. Incluso el gobernador ejemplar, Gildo Insfran, de la provincia modelo del presidente, Formosa, tuvo su hegemonía histórica desafiada con una pérdida récord de votos.
Todos los dioses y héroes de la mitología Kirchner contribuyeron con los suyos a la debacle de las PASO. La palabra «derrota» no habrá permitido que nadie duerma en la madrugada del lunes.
Pero el retroceso kirchnerista en el Los suburbios de Buenos Aires, electorado clave para el perokirchnerismo, recae en gran parte sobre la espalda de Cristina Fernández. Este resultado tiene un impacto directo en la línea de agua del poder, ese intangible que depende de la percepción de otros para existir. La debilidad política de Alberto Fernández ya era un dato: la política, los mercados y la ciudadanía lo habían descartado de sus futuros cálculos de estabilidad y prosperidad. La novedad es la entrada de Cristina Fernández a la zona de debilidad política.
La cabeza del kirchnerismo afectó el dispositivo estratégico del poder, la bestia de doble cabeza y perdió el ascendiente con el pueblo, valor clave del kirchnerismo: su identificación con la «groncha peronista» comienza a sonar impuesta incluso para sus votantes más leales, o aquellos más necesitado. Como en el caso de Victoria Tolosa Paz, también en la vicepresidenta hay una confusión entre referencias narcisistas y empatía con sus votantes. Cristina Fernández también corre peligro de quedarse sin un palacio para ejercer el poder con mayor libertad, el Senado: sin eso, la figura vicepresidencial se queda sin mucho espacio institucional; y está en el centro de algo imperdonable para el peronismo en general y para el kirchnerismo en particular, la pérdida de votos, es decir, de poder. El poder reordena el peronismo: Cristina Kirchner perdió parte de su poder este domingo. De ahí la resistencia de Alberto Fernández a una corrección del rumbo de su ostensible y cristianizada gestión.
Quién es el dueño de la derrota es un tema central: define la estrategia kichnerista de aquí a las elecciones generales de noviembre. Luego define, por ejemplo, el precio del dólar, el valor de las acciones de los activos argentinos, el nivel de déficit fiscal, el nivel de inflación, el valor de los salarios. En definitiva, la tranquilidad de los ciudadanos. Ya existe una disputa interna en el Frente de Todos por estas paternidades. La batalla es ahora entre una «albertización» de la gestión, centrada en funcionarios cuestionados por su eficacia, «los funcionarios que no trabajan», como el jefe de gabinete Santiago Cafiero o el Ministro de Seguridad Sabina Frederic o Educación, Nicolás Trotta, o una “cristinización”, es decir, radicalización, aumento del gasto público, renuencia a negociar con el FMI y conflicto como forma virtuosa de la política.
El análisis que hacen de la derrota de los oficialismos, en esa pluralización de los sustantivos que imponen los tiempos, plantean contrarios: más alfonsinismo y diálogo, incluso con el FMI, o más conflicto como forma virtuosa de política, incluso con el FMI. . Ambos coinciden en impulsar la economía, el consumo y el empleo. Ambos reconocen uno de los problemas de la derrota: la dimensión económica. No es que le falte asado, sostienen; También faltaron los fideos, argumentan en pleno auge de la autocrítica electoral. Porque hay autocrítica. El problema es que la autocrítica del kirchnerismo que propone irse vía Cristina Fernández insiste en volver a lo que nunca regresó, según ellos: la radicalización.
El análisis que falta en los dos intentos de comprender la derrota es la gestión de la salud: el éxito de la «mayor campaña de vacunación de la historia» se da por sentado. La sordera del kirchnerismo es transversal a los albertizados o radicalizados. Más de 113 mil muertos y una vacunación completa, de dos dosis, que aún no llega a un porcentaje de la población que evita los riesgos de nuevas oleadas, niegan esa creencia kirchnerista. El dolor de las víctimas y de una sociedad cerrada, que sigue pagando los efectos de las cuarentenas irracionales decididas por la administración Fernández, sigue resonando lejos de los oídos oficiales.
El resultado electoral tiene un efecto interesante en el interior de Kirchner. El ingreso de la campaña electoral kirchnerista a la disputa por los datos de la deuda o las estadísticas del plan de vacunación volvió a instalar el problema de procesar los datos verdaderos. La verdad estadística y judicial no alcanza en la matriz conceptual del kirchnerismo para determinar la certeza sobre los hechos. La única verdad para el kirchneirsm es la realidad de los votos.
Su error político fue interpretar el voto a favor de Cambiemos en 2015 como un accidente en la historia cuyo curso correcto es popular, es decir, kirchnerista. Este resultado vuelve ahora como una constante histórica que quizás comienza a disputar regularmente el liderazgo del peronismo.. Por eso la figura de Cristina Kirchner permanece en un grado de exposición único: porque sus estrategias crearon un tsunami perfecto. La vitalidad de las PASO se dejó de lado y hubo candidatos a dedos, empujados por la presión del vicepresidente o del presidente o de su círculo rojo. Y esos resultados llevaron al perokirchnerismo a una derrota histórica. Aún no se ha cantado el significado de estos errores en la vida política de los responsables y en las próximas elecciones.
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Fuente: lanacion.com.ar