Paul Ingram conoció a su esposa Sandy, en la escuela secundaria de Spokane, una populosa ciudad cercana de Washington. Tuvieron seis hijos. Con el tiempo, él se convirtió en uno de los tres ayudantes del Sheriff del condado de Thurston. Fue presidente del Partido Republicano del mismo condado y con Sandy eran miembros activos de “The Church of Living Waters”, una congregación protestante fundamentalista. De hecho, a fines de los años setenta la familia Ingram se sintió atraída por el pentecostalismo, que subraya el bautismo en el Espíritu Santo y, por ejemplo, el énfasis en la importancia de la familia.
Este movimiento carece de un dirigente mundial debido a las diferentes creencias y opiniones sobre doctrinas, prácticas y liturgia existentes entre sus distintas organizaciones. Los pentecostales clásicos son más fundamentalistas. Practican la abstinencia al alcohol, el tabaco y otras drogas, consideran que los creyentes tienen autoridad por sobre aquello que consideran «demoníaco», y desaprueban la homosexualidad y el divorcio.
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En el hogar de Ingram, se estaba desarrollando una brecha entre los padres y sus hijos
Paul y Sandy se mostraban cariñosos entre ellos; de hecho, había una carga sexual que los demás difícilmente podrían pasar por alto. Dormían desnudos en una cama de agua y, según Paul, tenían relaciones sexuales casi cada dos días. Eran severos con sus hijos, severos y emocionalmente reservados. Una vez que la familia se unió a los pentecostales, Paul prohibió todas las actividades deportivas y la música rock.
Las tensiones empeoraron en 1978, cuando Sandy quedó embarazada nuevamente. Al niño, lo bautizaron Mark. Los hijos mayores llegaron a sentir que Mark era el favorito de su padre; casi todas las noches, Paul le leía a Mark algún cuento a la hora de acostarse, algo que nunca había hecho con los demás, y luego le compró una computadora y pasaba muchas tardes jugando con él. Las hijas mayores, Ericka, nacida en 1966, y Julie, en 1970, decían que Mark estaba siendo malcriado. Las dos eran muy tímidas y casi no habían salido con chicos.
En agosto de 1988, las hermanas concurrieron a un retiro espiritual llamado “Heart to Heart”, de dos días, patrocinado por la Iglesia del Agua Viva. Karla Franko, una exbailarina, monologuista cómica, actriz, que había tenido papeles en varias comedias y comerciales de televisión, frente a sesenta chicas, se sentía, según ella, llena del Espíritu Santo y declaraba lo que el Espíritu le pedía. Karla se atribuía el don de la profecía y de la sanación. En este encuentro ilustró a los jóvenes sobre el abuso sexual. Luego, varias chicas asustadas, Ericka, por ejemplo, ya de 21 años, se declararon víctimas. Karla, al ver a Ericka deprimida, le salió decirle: “Tu padre ha abusado de vos durante años”.
Muchos eventos extraordinarios ocurrieron en el retiro de 1988. Franko tuvo varias visiones. En una de ellas, dijo que una participante había sido abusada por un pariente cuando era una nena. Varias chicas dijeron que habían sido abusadas. Al anochecer del último día del retiro, a punto de regresar, Ericka se quedó sollozando desconsoladamente. Los consejeros se reunieron a su alrededor en silencio para mostrar su apoyo. Finalmente, según uno de los consejeros, declaró: “He sido abusada sexualmente por mi padre”.
Esta fue la versión oficial. Pero Karla Franko relató que se paró junto a Ericka y comenzó a orar en voz alta. Sintió que el Señor la impulsaba con información. Dio un paso atrás y se quedó en silencio. La palabra “abuso sexual” se le presentó, dijo. Franko recibió otra indicación divina, que le dijo: “Es de su padre y ha estado sucediendo durante años”. Cuando Franko dijo esto en voz alta, Ericka comenzó a sollozar histéricamente. Franko oró para que el Señor la sanara. En ningún momento, dijo Franko, Ericka pronunció una palabra; estaba tan devastada por la revelación de Franko que poco pudo hacer más que asentir.
Poco después de ese retiro, las hermanas Ericka y Julie se fueron de su casa sin dar explicaciones y se mudaron con amigos. Paul y Sandy estaban angustiados.
“Nunca toqué a las chicas”
Ericka hizo arreglos para encontrarse con su madre en un restaurante. La joven llegó en compañía de su mejor amiga, Paula Davis, que había estado en el retiro. Entonces Ericka le dijo a su madre haber sido abusada repetidamente por su padre cuando era joven. En los últimos años, dijo, los dos hermanos mayores también la habían abusado. Ericka relacionó el abuso de su papá con las fiestas de póker que se realizaban en su casa con los compañeros de su padre de la oficina del sheriff. Es decir que todos la violaban, o se turnaban. Dijo que el abuso se detuvo cuando Paul “nació de nuevo” en la iglesia pentecostal, en 1975 (hacía trece años). Mientras Ericka hablaba, Sandy miraba fijamente su taza de té. Finalmente, le preguntó a Ericka por qué nunca antes había hablado de esto. “Mamá, te lo dije”, respondió Ericka. La joven nunca le contó a su mamá de la “divina mediación” de Karla Franko. Sandy fue a su casa y se enfrentó a Paul. Él dijo: “Nunca toqué a las chicas”.
Sandy organizó una reunión familiar en la que su marido se declaró inocente. Estaba sorprendido, apesadumbrado. Sin embargo, Julie, de 18 años, respaldó la versión de su hermana al afirmar que ella también había sido abusada por su padre cinco años antes. “Vos eras la única que no lo sabía”, dijo dirigiéndose a su mamá. Pero, llamativamente, las hermanas no recordaban si sus sufrimientos terminaron hacía diez años o el mes anterior. Respondían a las preguntas luego de larguísimas pausas.
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Sandy llamó al pastor John Bratun, quien ya había oído hablar de las acusaciones de los consejeros en el retiro espiritual. Bratun le dijo a Sandy que las acusaciones probablemente eran ciertas, porque los niños no inventaban ese tipo de cosas.
Antecedentes de acusaciones falsas y relato inconsistente
Ericka había acusado a un hombre de intento de violación en 1983, pero la policía descubrió que no era cierto. Luego, en 1985, Julia afirmó haber sido abusada sexualmente por un vecino. El fiscal del condado retiró los cargos debido a las inconsistencias en las historias de Julie.
Los Ingram tenían unas vacaciones programadas la misma semana en que Sandy y Paul se enteraron de las acusaciones de sus hijas. Paul, contra la opinión de Sandy, quiso aprovechar el viaje a la costa de Oregón. Paul leyó su Biblia y caminó por la playa. Al regresar, fue a su trabajo en la oficina del sheriff y quedó arrestado. Era el 28 de noviembre de 1988. Ansioso por cooperar, Ingram dijo: “Si esto ha sido así, tenemos que arreglarlo. Si ha sido así hay algo diabólico en mí, un lado oscuro que no conozco”. Paul también le dijo al sheriff Gary Edward: “No me veo haciendo esto”. Edwards le preguntó si sus hijos mentían. “Les enseñé a los niños a no mentir”, respondió Paul.
El psicólogo de la policía le aseguró que, una vez que confesara, sus delitos volverían como una cascada a su memoria.
El primer día de la entrevista, la época de las agresiones cambió. Julie le había dicho a su madre que la última violación de Paul había sido cinco años antes, pero después de que le informaron sobre los plazos de prescripción (es decir de archivo del caso), le dijo a la policía que la última agresión había sido hacía sólo tres años. Ericka, que le había contado a su mamá que los abusos terminaron en 1975, ahora afirmó a los investigadores que contrajo una enfermedad de transmisión sexual de su padre hace solo un año, en 1987, y que un médico en California la había tratado. Pero no hubo médico, no hubo tratamiento, no hubo enfermedad. Pero la fiscalía lo dio por cierto.
En la oficina del sheriff hicieron lo posible para que Paul confesara abiertamente. Lo colocaron en una celda aislada con luces encendidas las veinticuatro horas. Sus interrogadores eran sus amigos y compañeros de trabajo, pero todos estaban convencidos de su culpabilidad, hasta su abogado. Lo interrogaron veinticuatro veces en seis meses. Entretanto, Julie escribió a su profesor: “Muchos hombres venían de visita y jugaban al póker con mi papá, y todos se emborrachaban y uno o dos a la vez entraban en mi habitación para tener relaciones sexuales conmigo”. ¿Acaso los propios compañeros de su padre, que lo interrogaban diariamente, eran también violadores? ¿Se trataba de una banda de pedófilos? Los interrogatorios eran dolorosos, con Paul Ingram buscando en su mente “ver” las violaciones. “No veo nada”, decía, cuando le ordenaron recordar a sus amigos mientras tenían relaciones sexuales con Julie atada a la cama. Los interrogadores lo exhortaron a “vivir en vez de seguir muriendo en vida”, gritándole: “Dios te ha dado las herramientas para hacerlo”.
Le repetían con lujo de detalles qué era lo que les había hecho a sus hijas, mientras un psicólogo policial le decía que los delincuentes sexuales suelen reprimir sus ofensas y, a la vez, el ministro de su iglesia lo instaba a confesar. El efecto en Ingram era demoledor. Exclamaba: “Si no puedo recordar esto, entonces soy tan peligroso que no merezco que me dejen en libertad”. Todos insistían con la llamada “confesión experimental”, es decir creían que si confesaba, comenzaría a recordar lo sucedido.
Finalmente, Ingram “vio” el pasado y a su hija Julie con las manos atadas a los pies de la cama
También percibió un “pene que se alzaba en el aire”. Le preguntaron si alguien tomaba fotos y él replicó: “Es probable, voy a ver. Sí, veo, veo una cámara… No veo a nadie detrás de la cámara… Bueno, veo a Ray Risch”. Su amigo Risch fue arrestado y también Jim Rabie, el hombre que Ingram “recordaba” desnudo. Ingram dijo: “Parece que me lo esté inventando, pero no es así”. Las confesiones comenzaron a brotar, pero siguiendo siempre un mismo patrón en todos los interrogatorios. Es decir primero se le informaba qué tipo de acto ilegal se le atribuía, él decía que no se acordaba, luego rezaba, entraba en una especie de trance donde veía lo que había ocurrido y lo describía hablando en tercera persona, hasta que el interrogador le preguntaba: “lo habrías hecho o lo hiciste” e Ingram respondía: “Lo hice”.
Lo que Ingram “veía” casi nunca coincidía con las acusaciones de sus hijas. Entonces los policías les tomaban declaración otra vez a las jóvenes, y así surgían nuevos hechos. Como era un tema de nunca acabar, los pastores pentecostales dirigieron los interrogatorios a las hijas de Ingram con la llamada “técnica cruzada”, es decir en lugar de que Ingram confirmase lo que decían sus hijas, sus hijas confirmaban lo que “visualizaba” el padre. Aún así, los detalles no coincidían.
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El pastor Bratum lo exorcizó el 2 de diciembre. Desde ese momento Ingram aseguró que cortó el corazón sangrante de un gato vivo, que mató a una prostituta en Seattle en 1983 y que participó de los asesinatos seriales de Green River. El asesino de Green River fue Gary Ridgway, que entre 1980 y 1990 asesinó a setenta y un adolescentes y mujeres cerca de Seattle y Tacoma, en el estado de Washington, y que actuó solo en todos los casos. Pero no solamente Ingram se atribuyó crímenes que jamás cometió sino que, además, convirtió los abusos sexuales en sanguinarias ceremonias rituales satánicas.
Su hija Ericka aceptó esta versión de los hechos que dio su padre exorcizado y amplió el círculo de miembros del culto satánico y de delincuentes sexuales a algunas personalidades de Olympia: médicos, abogados, jueces. También incrementó la gravedad de los hechos, contando que había al menos veinticinco cadáveres de recién nacidos enterrados en el jardín de su casa, incluyendo su propio hijo abortado, fruto de la relación sexual con su padre. El equipo del arqueólogo forense Mark Papworth excavó el patio de los Ingram y no halló nada. Ericka también afirmó que en ocasiones había sido clavada al suelo, pero su cuerpo no tenía lastimaduras. Ella sostuvo que se habían tomado fotografías de los abusos sexuales pero estas presuntas fotos nunca fueron encontradas. No hubo una sola…
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Fuente: TN