La posibilidad de encontrar y explotar nuevos yacimientos de hidrocarburos en el mar argentino ha reabierto un debate sobre la industria del petróleo y el gas. Quienes la cuestionan aducen los riesgos asociados que trae consigo la exploración, producción y transporte de hidrocarburos, además de sus efectos sobre el calentamiento global.
En general, existen dos tipos de cuestionamientos: el ambientalismo que pretende exigir mayores resguardos ambientales a la industria, y el negacionismo que se opone directamente a la búsqueda y producción de hidrocarburos.
El negacionismo conlleva ciertas dosis de contradicción entre lo teorizado y la práctica cotidiana. Los argentinos de este siglo se levantan por la mañana, prenden las luces, prenden el celular, calientan el desayuno, se bañan con agua caliente, usan ropa y zapatos con fibras sintéticas, bajan el ascensor y se meten en un coche o transporte publico para desplazarnos. En apenas la primera hora de nuestro día, ya hemos hecho uso de la electricidad, el gas, los combustibles líquidos y elementos derivados del petróleo en artefactos, utensilios y prendas de vestir.
Se puede argumentar que existen comunidades primitivas que viven sin estas comodidades y en armonía con la naturaleza. Aunque, si se corta un árbol para construir una choza, se caza o se pesca un animal para comer y se cocina con leña, ese hombre primitivo también habrá alterado el estado virginal de la naturaleza.
El fuego, la energía básica, fue domesticado hace 400 mil años, cuando el hombre de la edad de piedra inventó el primitivo encendedor, compuesto por una vara que frota una pieza plana de madera; o la percusión de dos piedras tipo pirita que lanzan chispas. Domar el fuego, pudiendo llevarlo al interior de la cueva o refugio, le permitía alargar su vida social nocturna, defenderse de depredadores, cocinar alimentos y así transformar su anatomía. Casi lo mismo que hacemos nosotros. Sólo que en lugar de reducir las mandíbulas y agrandar el cerebro como hacían nuestros antepasados; ahora acumulamos unos kilos de más.
Ese fuego producido por la madera, evolucionó primero quemando carbón, luego grasas y aceites animales (cerdos, ballenas y focas) y finalmente petróleo y gas. El velero y el molino de viento aprovecharon la energía del viento para producir movimiento.
Este breve relato de la prehistoria nos lleva a hacernos una pregunta. ¿Se puede vivir sin energía y sin derivados del petróleo? El 98% de nosotros diremos: “es imposible”. Y quizás el 1 o 2% sueñe con ir a la selva oa la montaña, con un mínimo de plástico: tarjeta de crédito y tarjeta prepago. Porque, ya vimos en el reality de gente desnuda en la selva, que cuando alguien se enferma o tiene un accidente, lo suben al helicóptero y lo llevan al hospital.
Somos seres fisiológicamente adaptados a la vida urbana. Pero también hemos construido una sociedad de consumo excesivo y desperdicio; y ese es el aspecto negativo del mundo de hoy. El pensamiento y la acción ambiental juegan un papel muy importante en esto; promover patrones de consumo más austeros, métodos de producción más limpios, reciclaje, cuidado del medio ambiente y, necesariamente, una distribución equitativa y justa de la riqueza.
Vivimos en una sociedad espacialmente desigual. Según datos del Banco Mundial, el 40% de la población mundial vive con menos de 160 dólares al mes y el 10% con menos de 60 dólares al mes. Por supuesto, la mayoría de los pobres viven en países en desarrollo. Y aquí aparecen las paradojas.
Es en los países centrales con economías desarrolladas y poblaciones económicamente satisfechas donde el pensamiento ambiental está más extendido. Incluso se han formado partidos verdes, que ya forman parte de algunos gobiernos. Países que han crecido, muchas veces extrayendo recursos de naciones pobres, hoy ven con preocupación que el destino del mundo es uno, y la riqueza no es barrera contra pandemias o catástrofes climáticas.
Del otro lado del mundo, los que viven con dos dólares diarios, cocinan con leña o estiércol animal, se bañan cuando pueden en un río y no usan ningún transporte ni combustible, colaboran con la descarbonización sin saberlo, ni mirar para ello.
En nuestro país, según el Censo de 2010, sólo el 51% de los habitantes disponía de gas de red y el 42% utilizaba gas envasado. El resto utilizaba leña o carbón vegetal (3,2%), gas por cañería (2,8%) y electricidad u otras formas (0,2%). Si comparamos con un ciudadano europeo, podemos asegurar que más del 40% de nuestra población acompaña el proceso de descarbonización global. Eso sí, cocinan poco, calientan menos y no usan duchas calientes.
Este sencillo ejemplo muestra la contradicción entre las agendas ambientales propuestas por los países centrales y la realidad de nuestros pueblos.
El consumo de energía es uno de los principales indicadores del bienestar de las naciones. Por ejemplo: EE.UU. consume 11.700 kWh por persona, Alemania 6.000 kWh, Japón 7.000 kWh. China 4.800 kWh, India 899 kWh. Los países nórdicos, por su clima frío, encabezan la lista: Islandia 48.000 kWh y Noruega 23.000 kWh. Y países pobres como Bangladesh consumen 471 kWh o Camerún 251 kWh. Argentina consume 2700 kWh, Bolivia 760 kWh, Brasil 2500 kWh. El mayor crecimiento de consumo proyectado es China, India y otros países de Asia.
Cuando vemos las diferencias en el consumo de energía entre países, es claro que algunos han llegado a cubrir holgadamente sus necesidades y otros tienen expectativas de crecer y brindar mejores condiciones de vida a su gente. El caso más emblemático es el de China, que se está convirtiendo en la primera potencia económica mundial. Y ni los chinos ni los indios piensan renunciar a seguir aumentando el consumo de energía.
Ahora veamos cuál es el aporte de CO2 a la atmósfera, que sería una de las causas del calentamiento global. China emite el 27% de CO2; Estados Unidos 15%; Europa 9,8%; India 6,8%; Rusia 4,7%. Sudamérica 3,2% y dentro de ella Argentina 0,6%.
Otro dato importante es la Matriz Mundial de Energía Primaria. Decimos primaria porque la electricidad se genera a partir de diferentes fuentes. El petróleo lidera el 33%, el carbón el 27%, el gas el 24%; Hidráulico 6%; renovables 5%; nucleares 4%. Según esta tabla, lo primero que se debe reponer es un 27% de carbón, que es el más contaminante. El 60% de la electricidad china se genera con carbón, debería ser reemplazado por gas o fuel oil. En segundo lugar, que las energías renovables, al ser intermitentes (generadas por el sol o el viento), siguen sin ser la fuente más estable.
Argentina tiene una matriz primaria (año 2020) basada en Gas 55%; Aceite 30%; nucleares 4%; hidro 4%; renovables 1,5%; y Carbón 1,2%. Considerando que el gas emite menos CO2 que el petróleo, la nuestra es una matriz más saludable que el promedio mundial. Incluso la incorporación de las renovables en los últimos años ha llevado a que el 15% de la electricidad generada sea renovable.
En conclusión: el mundo va a seguir consumiendo hidrocarburos por muchos años más y nuestro país tiene: la segunda reserva de gas de esquisto más grande del mundo en Vaca Muerta y la posibilidad de encontrar megayacimientos de petróleo en el mar. Sumado a la crisis mundial generada por la guerra de Ucrania, Argentina se encuentra en óptimas condiciones para convertirse en un importante exportador de gas y petróleo.
Volvamos a la negación. En 2013, cuando comenzó el fracking en Vaca Muerta, hubo fuertes protestas en Neuquén, sin embargo, la actividad lleva diez años y no ocurrió ninguna de las catástrofes ambientales pronosticadas. La verdadera catástrofe hubiera ocurrido este año, si no tuviéramos el gas de Vaca Muerta, y hubiéramos tenido que importar GNL (gas natural licuado) cuyo precio pasó de 8 dólares por MBTU (millones de btu) a más de 40 dólares . Consideremos que el Plan Gas paga 3.4 dólares y con el subsidio el consumidor residencial paga 1.45 dólares. Sin Vaca Muerta estaríamos en una situación impensable.
Y volvamos al principio, a las contradicciones del negacionismo. Todos los argentinos, incluidos estos sectores, no estamos dispuestos a renunciar a la luz de la noche, ni al agua caliente en la ducha, ni a la pizza horneada, ni al metro para ir a trabajar. Y muchos millones de compatriotas aspiran a tener las mismas condiciones de vida que en los grandes centros urbanos. Consumimos 2700 kWh al año, pero aspiramos a tener más industrias, más transporte y mejor calidad de vida, por lo tanto, seguiremos necesitando más gas, más petróleo, y también más recursos (que no tenemos) para invertir en renovables y conocer nuestra contribución a la transición energética.
*Aldo Duzdevich es asesor de la Secretaría de Energía de la Nación.
Con información de Telam y otras fuentes de noticias.