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Massa apuesta al milagro de frenar un 2001 peronista

Argentina vive un 2001 minimalista. El martes estuvo en el Congreso y el miércoles en la Casa Rosada. No hay, como hace dos décadas, aglomeraciones en las calles ni fuego en la puerta de algunos ministerios. No hay parque infantil ni persianas de seguridad que la gente golpee en las puertas de los bancos. Esta vez son grupos pequeños. Mujeres adultas, envueltas en banderas argentinas decoradas con dólares con el rostro de Cristina en lugar del de Washington. El kirchnerismo las llama despectivamente «Mabeles», el plural de Mabel, pero cuando se enfadan simplifican y escupen «viejas de clase media». Un joven anda por ahí pateando carros oficiales, llorando e insultando al gobierno porque asegura que sus hijos ya no pueden comer.

Ese es el escenario que debió enfrentar Sergio Massa antes de asumir como ministro de Economía. Tenía preparado un festejo glamoroso, con quinientos invitados y una transmisión en vivo que funcionaría como una demostración de poder. Gobernadores, funcionarios eufóricos, líderes en decadencia, empresarios, amigos, familiares, la exultante Moria Casán y la presencia casi bufonesca del presidente, Alberto Fernández, que una vez más colmó las expectativas.

Hizo el juramento de 120 segundos y se olvidó de saludar a la ministra degradada en Washington, Silvina Batakis, quien no le había reservado asiento y recibió de pie las condolencias. La saludaron como esas personas cuya casa se ha quemado. “Pido un segundo más para hablar, ¿puedo?” Pregunta Alberto, como si ya no fuera el Presidente. Y cuando se da cuenta de que sigue siendo el presidente, continúa. Recuerda agradecer a Batakis, y suma otro para Daniel Scioli y Julián Domínguez, los tres ministros a los que despidió porque se quedó sin poder. Hay aplausos tibios y ganas de que todo termine.

“Vivimos un momento muy singular”, dice el Presidente, y los invitados asienten con la cabeza, pero por razones diferentes a las descritas por Alberto. Varios de los que llegan son insultados o pateados en sus autos como bienvenida. El clima de tensión se puede cortar con un cuchillo. En el Salón Bicentenario, en las calles cercanas a Plaza de Mayo y en todo el país. Afortunadamente, Massa recapacita, decide acortar el acto de juramentación y, al cabo de cinco minutos, los abrazos y las efusividades quedan para la intimidad. No hay nada que celebrar.

Entre los muros de la Casa Rosada se ven los empresarios más cercanos al Ministro de Economía. Están Jorge Brito, Marcelo Mindlin, Francisco De Narváez, Daniel Vila y José Luis Manzano, quien recuerda los tiempos en que fue diputado peronista a los 28 años. Claro que no todo son buenas noticias. La primera señal política fuerte de la era Massa son dos ausencias muy notorias: Cristina y Máximo Kirchner no están.

La ministra les había dicho a unos amigos que Cristina podía ser una de las de la fiesta. Pero el aroma del 2001 que exhalaba el gobierno del Frente de Todos disuadió a estas alturas al Vicepresidente de estar presente en la Casa Rosada. No tuvo que pedir un informe de inteligencia para saber que su mano estaba mal en las calles. El martes le habían gritado a Mirtha Tundis, Myriam Bregman y Juan Grabois en el Congreso. Peor le había ido al exministro de Sanidad, Ginés González García, en la clase ejecutiva de un avión de Alitalia. Cristina ya conoce esas señales de hostilidad porque las suele tener en la vereda de su departamento en Recoleta.

El único apoyo de Cristina a Massa se restringió a la foto del lunes en el Senado. Una imagen que los responsables del Instituto Patria se encargaron de distribuir, acompañada de un texto informativo sin ningún otro gesto de simpatía por la nueva ministra. Máximo Kirchner tampoco fue a la Casa Rosada, y su muestra de apoyo fue una foto el martes con Massa y Cecilia Moreau en el Congreso. Parece que la pregunta será así. Acompañar en silencio los primeros ensayos de ajuste económico. Despega si las cosas van mal y juega a desgastar al ministro si los vientos te favorecen. Cristina necesita que alguien pague los gastos por ella. No es un competidor por el poder.

Hay una foto ilustrativa del supuesto de esos que no necesitan demasiadas explicaciones. En un extremo del escenario, Massa disfruta del momento rodeado de amigos y líderes ávidos de una pequeña tajada de gloria. Por otro lado, Alberto baja del mismo escenario con la cabeza gacha. Consciente quizás, de que las cosas ya no serán lo que eran. Se dirigió directamente a Batakis, tal vez con la intención de reparar lo que ya no podía repararse.

Massa prolongó unos minutos más el alboroto en el maltrecho país y cruzó la calle para dirigirse al Ministerio de Economía. Una hora después daba la primera rueda de prensa y explicaba un plan económico que aún tiene algunas incógnitas. «Vamos a cumplir la meta de no llevar el déficit fiscal más allá del 2,5% del PIB», anuncia en un discurso leído ante su equipo en la sala del quinto piso, llena de periodistas expectantes. Es uno de los puntos acordados con el FMI. El resto de los anuncios es una pieza de equilibrio entre las urgencias del momento y las preocupaciones de Cristina. Tendrás que ser más creativo en los próximos días. Alberto no hizo bien en jugar para no enfadar al Vicepresidente.

La puesta en marcha es más optimista que el desarrollo de los anuncios. Explica de inmediato que no utilizará los adelantos del Tesoro durante el resto del año. Y avanza con la segmentación de las tarifas de los servicios públicos. Revela que cuatro millones de hogares “renunciaron” a usar los subsidios tarifarios, pero no responde cuando se le pregunta si el secretario de Energía, el kirchner Darío Martínez, seguirá formando parte del gabinete. Vale recordar que, por orden de Cristina, ni el Presidente ni el ya olvidado Martín Guzmán pudieron cambiar a un desconocido subsecretario del área llamado Basualdo. Es una de las incógnitas que servirán para medir el poder real del ministro.

Massa desvió la respuesta cuando le preguntaron quién iba a ser su viceministro de Economía. El puesto seguía vacante, sobre todo después de que la economista Marina Dal Pogetto rechazara una oferta para ocuparlo hecha por una persona en la que ambos confiaban. Es la última de la lista de economistas cercanos al ministro que prefirió rechazar las invitaciones para formar parte del gabinete. Martín Redrado, Miguel Peirano, Diego Bossio, Martín Rapetti y Gabriel Delgado, entre los más conocidos. Un funcionario del FMI se puso en contacto con cada uno de ellos para preguntarles las razones de tal decisión. Massa tendrá que superar la ansiedad de Washington por sus primeros pasos.

Uno de los anuncios con los que Massa intenta ilusionar a los mercados es el avance de las exportaciones que deberían ser consumidas por los productores agropecuarios y, en menor medida, por los pescadores y mineros por unos 5.000 millones de dólares. Sería una inyección imbatible para las arcas vacías del Banco Central, pero en los sectores involucrados hay una mayoría que cree que, con suerte, se podrá recaudar la mitad de los dólares esperados. El flamante segundo de la entidad, el financiero Lisandro Cleri, es quien tiene la misión de conseguir que las cerealeras se unan a la ola de optimismo que surfea Massa.

El anuncio para que lo escuchara Cristina llegó unos minutos después. Un refuerzo para el índice de movilidad de los jubilados que “ayuda a los jubilados a superar los daños causados ​​por la inflación”. Una medida que va en contra de la reducción del déficit fiscal, pero que el nuevo ministro debe lograr para no correr el riesgo de romper el frágil vínculo con la Vicepresidenta. Massa sabe que no tiene demasiado margen. Máximo Kirchner llegó a romper el bloque oficial, solo para no votar por el acuerdo con el FMI que debería haber apoyado la oposición en el Congreso. ¿Se juntarán Juntos por el Cambio a votar por alguna ley en este contexto institucional? Parece difícil, casi imposible.

Una estocada con sabor peronista

El martes por la mañana, cuando recogía los votos para promover a Cecilia Moreau como presidenta de la Cámara de Diputados, Massa se enteró de que otros líderes promovían a otro candidato. Como un relámpago, llamó al celular de un diputado cercano a Horacio Rodríguez Larreta.

– “¿Estás armando una obra de teatro para romper a Cecilia con tu propio candidato?” preguntó Masa.

El diputado hizo una consulta y contestó sin dudarlo. “No es Horacio, ni es Patricia (Bullrich), ni Mauricio (Macri) y tampoco son los radicales; lucir mejor entre tus amigos…”, aconsejó. Massa siguió buscando hasta que lo encontró. Un grupo de peronistas entre los que se encontraban Florencio Randazzo, Emilio Monzó y los peronistas cordobeses aliados de Juan Schiaretti agitaban sus celulares en busca de un candidato que compitiera con el diputado Moreau. La madre política de Massa, Graciela Camaño, tuvo que intervenir para abortar la operación y asegurar la presidencia de la Cámara Baja según el plan previsto.

Hay muchas anécdotas en estos días que sirven a los peronistas para comparar el terremoto político que hizo posible el empoderamiento de Massa con el cataclismo de aquellas últimas semanas de 2001. Eduardo Duhalde también era de Buenos Aires y también negoció con la oposición para hacerse un hueco entre los arena movediza. Pero la gran diferencia es que él había sido ungido presidente. Y Massa tiene que ensayar todas sus travesuras políticas desde el Ministerio de Economía ampliado.

Dicen en la antología de cuentos peronistas que, hace una semana, Alberto Fernández citó a Daniel Scioli en la Casa Rosada. No es que el experimentado de La Ñata no se lo imaginase. Ya había vivido y soportado demasiado.

– Daniel, quería hablar contigo porque definimos los cambios con Cristina, y Sergio va a ser ministro de Economía.

– ¿Economía? ¿Y Silvina (Batakis), que está en Washington con el FMI y el Tesoro?

– No sé, así me ofrezco para ir al Banco Nación.

– Y Eduardo Hecker, ¿quién está ahí?

– No sé, así me ofrezco para ir al Banco Central.

– Pero un director de Central tiene que renunciar. ¿Y Julián (Domínguez)? ¿Él también se va?

– Sí, Julián se va. La agricultura mantiene a Sergio…

Scioli supo entonces que la Espada de Damocles también lo iba a atravesar. Por eso se apresuró a preguntar.

– ¿Y yo, Alberto? ¿Qué va a pasar con la Producción?

– Por eso quería hablar contigo. También te tienes que ir y dejarle la Producción a Sergio. Te puedo ofrecer el Ministerio de Turismo.

– ¿Turismo?, pero ya he estado allí. Además, está Matías (Lammens) que lo está haciendo muy bien y te banca desde el inicio de la gestión. ¿Vas a echar a Matías?

– Bueno, que se yo. No me compliques la vida, Daniel. ¿A donde quieres ir?

– En ese caso, prefiero volver a la embajada en Brasil.

– Pues haz lo que quieras Daniel. Vuelve a Brasil si quieres, pero no me compliques más…

Alberto Fernández se levantó de su silla y se fue, dejando a Scioli sin el ministerio que dirigía y, sobre todo, con un infinito universo de dudas. El mismo que empezó a desbordar lo que era su gabinete. Los ministros degradados deambularon el miércoles por la Casa Rosada como zombis, consultándose unos a otros sobre cuánta oscuridad les depararía el futuro.

Es que el futuro ahora es de Massa. Unos apuestan a llegar a septiembre, y otros sueñan con llegar a fin de año porque en marzo comienzan las elecciones en las provincias y creen que entonces habrán alcanzado la meta del gran año electoral.

Incluso los más optimistas, entre ellos Massa, aunque se cuida de decirlo, agotan la imaginación. Creen que, de ordenarse el derrumbe de la administración, el nuevo ministro podría terminar siendo el candidato presidencial del oficialismo en las elecciones anticipadas. Un atajo milagroso en definitiva para vencer la recesión.

Son fantasías demasiado exóticas para el país que se acerca a una inflación de tres dígitos. Síntomas alarmantes de desconexión para el país en el que los políticos miran ahora por todos lados para ver si van a ser insultados cada vez que se bajan del coche.

Fuente: Infobae

Fuente: diariocordoba.com.ar

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