Como la imagen en un holograma, que tiene la información del todo en cada una de sus partes, los pequeños reportajes individuales suelen exponer problemas de gran magnitud social. Es así como un joven universitario, residente de una de las grandes favelas de Río, aunque exultante por la oportunidad que le brinda el sistema público, me hace consciente de sus dificultades para realizar las tareas. En primer lugar, está la distancia y la precariedad del transporte.
Existen, sí, las ventajas híbridas del online. Y entonces se revela otro orden de dificultades, pues la red no funciona bien donde vive, y no hay denuncia ni alternativa posible: el servicio está controlado por narcotraficantes.
Ahí está el meollo del asunto. En un complejo de miles de habitantes, todos se ven obligados a comprar allí mismo cilindros de gas, pan, imágenes de televisión e internet. Algunos de estos productos pueden ser más caros que en otras tiendas. «Obligación» no es un eufemismo para la conveniencia de la proximidad: no hay libre elección fuera del poder local. El Estado, con sus aparatos y su retórica legalista, es sólo una ficción sin interés.
La realidad cotidiana de dos millones de personas en distintos puntos del territorio de Río, más del 50% ocupado por fuerzas ilegales, es la de una dictadura «molecular», más propensa a las ejecuciones sumarias que a la tortura.
El ostensible ascenso territorial de los bandoleros en una ciudad emblemática como Río de Janeiro es un fenómeno colateral a la polarización entre el estatismo de la dictadura militar y el liberalismo político posterior, lo que aumenta la ambigüedad del papel del Estado.
Es un síntoma grave del fracaso del Estado moderno, entendido como el conjunto institucional que hace funcionar el gobierno de una sociedad definida territorialmente. En la disfuncionalidad de este concepto, no hay orden que pueda considerarse político, es decir, constitutivo de la ciudadanía y de la vida democrática. Y no es solo un tema local, ya que el modelo narcotraficante-milicia se está replicando en otras regiones, como la Amazonía, con vínculos transnacionales. La amenaza al Estado-nación brasileño es interna.
La retórica de la democratización se ha vuelto vana ante la barbarie de la extrema derecha, que ha redefinido como delito la idea de una “canasta básica”: fusil y pistola en lugar de comida. Pero también se destaca el desequilibrio conceptual de la izquierda para dar cuenta de la profundidad de esta crisis, pues el campo democrático nunca ha logrado formular una política de seguridad pública. Sin embargo, la restauración civil del país requiere un pensamiento y una acción compatibles con las nuevas correlaciones de fuerzas en el territorio nacional.
Requiere, para empezar, combatir el fisiologismo autofágico y reconstruir la política.
ENLACE PRESENTE: ¿Te gustó este texto? El suscriptor puede liberar cinco accesos gratuitos de cualquier enlace por día. Simplemente haga clic en la F azul a continuación.
Noticia de Brasil
Palabras clave de esta nota:
#Milicias #dictan #reglas #para #residentes #Río #Janeiro #Muniz #Sodré