La madrugada del 29 de diciembre de 2017, Nahir Galarza, una joven de 22 años con rostro angelical, ingresó en el oscuro Olimpo de la historia criminal argentina cuando gatilló dos veces a sangre fría, con el arma reglamentaria de su padre policía, contra su novio de 20 en la ciudad entrerriana de Gualeguaychú.
El asesinato, por el que fue condenada a prisión perpetua, trascendió fronteras y la convirtió en la mujer más joven del país en recibir la máxima pena del Código Penal vigente. El caso se mediatizó como Nahir Galarza. La excepción a la regla. Recién en 2052, a los 54 años de edad, tendrá la chance de salir en libertad condicional.
La repercusión del policial se trasladó a la pantalla grande. La productora Zeppelin Studio firmó un contrato para producir un thriller sobre la vida de Nahir. Saldría por HBO Max. La pluma que dará vida al guión estará a cargo de la periodista Tamara Tenenbaum, escritora del best seller «El fin del amor”.
La serie abordará el perfil psicológico de Nahir, la denuncia de un falso secuestro en su adolescencia, la tormentosa relación que mantenía con Fernando, los detalles más crudos de sus distintas versiones del crimen, sus días en la cárcel y su irrupción en las redes sociales.
Testigo de Dios
La memoria es frágil y se destiñe con facilidad en el tiempo. Sin embargo, Roberto Correa Masaferro (45) recuerda cada fragmento de la madrugada en que la vida de Fernando Pastorizzo (20) se apagó para siempre ante la incredulidad de sus ojos. Los minutos finales de la trágica escena, que testificó casi en soledad, quedaron grabados en la retina del remisero al que la ciudad entrerriana de Gualeguaychú considera un “testigo de la Providencia de Dios”.
“En mis 23 años de trabajo nunca me había pasado algo así. Fue el peor viaje de mi vida, algo horrible que no me gustaría volver a transitar. Todavía pienso que, si hubiese transitado por la zona 10 minutos antes, este desenlace podría no haber sucedido. Es la impotencia de volver para ayudar y no poder hacer nada”, le confiesa a Clarín con la mirada enclavada en aquella memoria y convencido de que Nahir no alcanzó a borrar las huellas del crimen porque escuchó el ruido del auto. Todavía conserva una imagen en su teléfono celular de la víctima en el lugar del hecho “por seguridad”.
Sucedió cerca de las 5.30 AM en General Paz al 515, una oscura calle de tierra del barrio Tomás de Rocamora adonde Roberto llegó, casi por casualidad, a bordo del móvil 69 de la empresa “Oeste”, un Fiat Uno Way. Fue después de haber dejado a una pasajera en la esquina de Pueyrredón. Era el primer viaje de la jornada.
Algunos minutos antes, en la intersección de Artigas y Avellaneda, había escuchado un estruendo que acaparó su atención. Lo asoció con un petardo navideño, ignorando que se trataba del segundo disparo homicida (que quedó enterrado a 5 cm bajo tierra). El sonido también fue percibido por un parrillero, Oscar Otero (67), mientras recogía la basura cerca del lugar del hecho.
Roberto, que llevaba la ventanilla baja porque el termómetro marcaba una temperatura superior a los 30 grados, continuó su marcha. A la altura de Avellaneda y Pueyrredón visualizó un cuerpo tendido sobre el pasto con un ciclomotor de color gris encima de su pierna y a una persona agachada, de espaldas, quien más tarde sería identificada como Nahir Galarza.
Impactado por lo que creía un accidente, regresó al lugar para ayudar a dos personas, pero se encontró solo con Fernando. Dos cascos, uno abierto al lado del cuerpo y, más adelante, otro cerrado. La moto apagada, pero con la llave puesta.
“Cuando llegué, el joven estaba agonizando. No se movía. Tenía los ojos entreabiertos, gesticulaba la boca como queriendo respirar y una lágrima de sangre recorría su mejilla. Lo miraba y no sabía qué hacer. Se estaba ahogando por dentro. Lo vi morir queriendo vivir por las bocanadas de aire que intentaba dar. Lo primero que se me cruzó por la mente fue mi hijo porque tenían prácticamente la misma edad”, describe angustiado por lo shockeante del recuerdo y menciona que la sangre brotaba solo de su rostro, el pecho estaba limpio.
Hay una persona que se está muriendo, los pedidos de auxilio a los números de emergencia 101 y 107. La policía llegó a los 3 minutos y “alcanzó a ver el último suspiro”. La ambulancia del Hospital Centenario demoró cerca de 20 minutos. El médico certificó el fallecimiento.
Tras algunos papeleríos, Roberto siguió trabajando hasta que la policía fue a buscarlo a la remisería para que se presentara a declarar. “Fue un homicidio”, le confirmaron. “Asocié el estruendo con el disparo y sentí un escalofrío en la espalda. Hasta ese momento, era sospechoso, pero mi testimonio ayudó a comprobar que era inocente. También, los dermotest y la requisa del vehículo”, describe, y señala que fue el forense quien descubrió que se trató de un asesinato.
“Si no hubieses pasado por ahí, el diablo hubiese metido la cola. Dios te puso ahí para que ayudaras a saber quién fue el asesino de mi hijo”, le suele decir, hasta el día de hoy, Gustavo Pastorizzo (56) en agradecimiento por lo que hizo. De hecho, lo acompañó el día de la sentencia (le dio una palmada en la espalda tras escuchar la condena a perpetua) y además, conocía al tío de Fernando, por ser compañero de trabajo de su mujer.
Hay quienes sostienen que el crimen hubiese quedado impune sin su intervención. Los pasajeros que lo reconocen, lo consideran una especie de héroe. “Es lo que correspondía hacer”, les responde con orgullo.
El lugar del crimen es un pasaje oscuro que exige vueltas y contra vueltas para encontrarlo por sus diagonales y numeración discontinua. Ubicado apenas a 50 metros de una de las arterias principales, integra el entramado urbano de Gualeguaychú y mantiene “la paz de un cementerio y una relativa tranquilidad”, como indicó un vecino del barrio que lleva el nombre del fundador de Gualeguaychú. Es una zona inhóspita, poco habitada y con escasa circulación vehicular, donde el silencio de la siesta predomina a toda hora y los ladridos de los perros que la habitan parecieran no existir.
Un tapial vecinal, poblado de construcciones bajas con techos de chapa y galpones y sin luz de alumbrado público, aunque a mitad de cuadra se asoma un farol que aparenta ser nuevo. En una de las esquinas se distinguen un naranjo y un limonero. A mitad de cuadra, una pared gris desgastada con inscripciones de pintura blanca, un terreno en construcción con ladrillos a la vista, una mata de pasto y un portón azul con candado.
Una cámara de seguridad registró a Nahir Galarza cerca de la escena del crimen de su novio. /Foto José Almeida
“Cada vez que pasó por ahí, algo me lleva a mirar el lugar donde lo vi muerto a Fernando. Es un reflejo instintivo en mi mente”, insiste Roberto, que nació en Montevideo, pero vive en Gualeguaychú, con alguna intermitencia, desde los 6 años donde crió a sus 4 hijos biológicos y a otro del corazón.
“No tienen que soltar a esa chica (Nahir) porque es peligrosa. Lo que hizo es terrible. Dejó a ese pobre joven tirado como un perro. Gracias a Dios que el remisero llegó”, le dice a este medio una vecina que se asoma por la ventana. Conocía a Fernando de vista. Prefiere mantener el anonimato porque “ronda el miedo”. Espíritu pueblerino.
Nahir está detenida en Paraná. Foto José Almeida
“Se trató de un homicidio, no de un robo”, subraya. Confiesa que nadie escuchó el estruendo y que se enteró de lo que sucedió en la cuadra de su casa, donde vive hace más de 30 años, a las 7 de la mañana cuando la policía golpeó su puerta, mientras calentaba el agua para los mates.
Tres casas más adelante, la vivienda de la abuela de Nahir está deshabitada y en alquiler. Hoy, vive cerca de la costanera, en la planta baja del mismo edificio donde vivía Nahir Galarza con su familia. A unos metros, en Artigas y Pueyrredón, una plazoleta con el santuario de la Virgen de la Sonrisa, protectora de los deprimidos y los suicidas. Un guiño del destino.
Relación tormentosa
Un amor tóxico atravesado por celos, reproches y engaños. La relación entre Nahir Galarza y Fernando Pastorizzo estaba rodeada de agresiones, descalificaciones y reclamos recíprocos. Intercambiaron más de 104.000 mensajes por WhatsApp (un promedio superior a 285 diarios) durante el año 2017. Pasaban del amor al odio, de la reconciliación a la pelea, en cuestión de segundos. A las 21.03 uno escribía: «Te amo». A las 21.04, el otro le advertía: «Ojo con lo que haces porque…». Los altibajos se renovaban una y otra vez.
Ambas familias cruzaron acusaciones de malos tratos que nunca fueron denunciadas. Marcelo Galarza (59) lo culpa de haber hostigado y golpeado a su hija. «Ella me dijo que estaba sufriendo, que estaba mal. Yo, cuando la vi que estaba lastimada quería ir a hacer la denuncia. Pero me dijo ‘no mamá, no te metas, porque son mis cosas», le había contado su madre, Yamina Kroh (46), a Clarín en la puerta de los tribunales de Gualeguaychú; aunque el fiscal Sergio Rondoni Caffa nunca encontró pruebas para sostener que Nahir haya sido víctima de violencia de género.
Nahir Galarza ya cumple su condena en la cárcel de mujeres de Paraná, foto EL ARGENTINO
Para Carla Pastorizzo (27), en cambio, era su hermano quien padecía los golpes, pero lo ocultaba por vergüenza. “Ella le pegaba, y él lloraba de rabia, pero jamás le levantó la mano. Es más, nunca se peleó con nadie”, le dice a este medio uno de los mejores amigos, quien prefiere reservar su nombre.
No estudiaban en el mismo colegio. Él iba a la escuela técnica N 2 (terminó de cursar en el turno noche de la N 3) y ella a la Escuela Normal. Se conocieron dos meses después de la fiesta de 15 que Nahir celebró en el boliche Bikini Disco.
Carla y Fernando Pastorizzo de chiquitos en Gualeguaychú
Fue en el marco de otro cumpleaños por medio del vínculo que su amiga tenía con Elio Pereyra (24), amigo de Fernando desde la infancia con quien en los últimos cuatro años dejó de juntarse. Al final de aquella noche, Nahir recibió un WhatsApp de un número desconocido. Lo agendó cuando supo que era Fernando. Comenzaron a charlar desde entonces. También, se cruzaban con frecuencia en otras fiestas quinceañeras. Los dos eran reservados y esquivaban hablar de sus intimidades.
La relación amorosa se mantuvo viva desde su génesis en 2013 hasta, al menos, el 25 de diciembre del año 2017. Sin embargo, Fernando trataba de terminar el vínculo desde 2016, pero «tenía miedo a que Nahir hiciera algo contra sí misma”, según confirmó Manuela Basaldúa, íntima amiga de Perry (como le decían a Fernando), en el juicio.
Sin embargo, el noviazgo no era aceptado en cada ámbito familiar. Silvia Mantegazza (55), la mamá de Fernando, lo consideraba inconveniente. El día en que llamaron a su hijo a declarar por un supuesto secuestro de Nahir, le aconsejó que no siguiera con “esa chica”, a quien en su lista de contactos tenía agendada como “Nahir novia”, porque podría llegar a tener problemas.
Los padres de Nahir lo aceptaban “porque no les quedaba otra”. Brígida Gálvez (81) también se oponía al vínculo. “Mi abuela me dijo que vos no sos para mí. Que me busque otro», había escrito por chat el 14 de enero de 2017.
“Se ve que la quería y por eso nunca se separaron, pero existieron conflictos. Los viernes los tenía ocupados para verla. Aunque no lo decía, sabíamos que era así. Siempre lo perdíamos dentro del boliche porque, apenas ingresaba, Nahir lo apartaba del grupo”, recuerda uno de sus amigos bajo el anonimato.
Premonición y muerte
104 pasos separan la casa de los Galarza de la puerta del boliche Bikini Disco donde en la Nochebuena, cinco días antes del crimen, se desató una golpiza a Fernando. De acuerdo a su relato Nahir, junto a Sol Martinez (23), lo atacó «por no querer estar con ella», pero confiaba en que lo dejara tranquilo. «Valió la pena mi cagada a palos si se deja de joder», dejó escrito.
Al día siguiente, no hubo ningún intercambio de mensajes ni llamadas entre ambos. El quiebre de la relación se produjo en las primeras horas del 25 de diciembre. Pero, el 28 del mismo mes, en la víspera del desenlace fatal, la comunicación se reanuda. “Ni por un millón de dólares volvería con vos”, el texto que para la querella esbozó una sentencia de muerte para Fernando.
La noche del crimen no tenía previsto encontrarse con él. Según sus dichos, se vio obligada a ir a su casa para buscar el cargador original del iPhone que había olvidado. Lo desbloqueó del WhatsApp para comunicarse y se tomó un remis en la puerta del Casino de Gualeguaychú rumbo al barrio de Fernando adonde llegó cerca de la 1.15 de la madrugada. Él le dio el aparato y lo convenció para…
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Fuente: clarin.com