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«No sirvo más… matame»; la encarnizada batalla de los montes y la caída de Puerto Argentino /Titulares de Política

Sentado en una piedra en la altura del Monte Tumbledown, el subteniente Esteban Vilgré Lamadrid observó abajo a su derecha la quietud de esa aldea que era Puerto Argentino y detrás, en la bahía, el buque hospital Bahía Paraíso iluminado como una ciudad flotante. A su izquierda -y ya lo sabía porque venían de replegarse del Monte Dos Hermanas- estaba el infierno. A él, como a otros tantos, le había tocado estar allí.

Final de la guerra. Miles de soldados argentinos fueron tomados prisioneros. La mayoría fueron devueltos al continente en los siguientes días en los buques Canberra y Bahía Paraíso. AFP

“Mañana algunos no veremos la luz del sol”, le había dicho a sus suboficiales en una última charla. En los húmedos pozos de zorro, al abrigo dudoso de las rocas, bajo fuego de la artillería naval y terrestre propia y ajena que hacía temblar la tierra ante el imparable avance británico, los hombres sabían que en el término de pocas horas algunos habrían de morir.

La defensa de Puerto Argentino se jugaba dramáticamente en esas horas del 11 al 14 de junio de 1982 en la batalla final de aquellos montes cuyos nombres quedarían asociados a los combates encarnizados que allí sucedieron: Harriet, Dos Hermanas, Longdon; y más cercanos a la capital malvinense, Wireless Ridge, Tumbledown, Sapper Hill.

Las defensas terrestres argentinas habían estado enfocadas en la hipótesis de un desembarco frontal frente a Puerto Argentino. Pero el 21 de mayo los británicos habían hecho cabeza de playa en la bahía de San Carlos, en el noroeste de la isla Soledad casi sin oposición terrestre y pese la acción heroica de la Fuerza Aérea y la aviación Naval, que hundió buques y produjo severos daños a la flota en días sucesivos en el «corredor de las bombas» del estrecho de San Carlos.

Los británicos avanzaron luego a la guarnición argentina más débil, Darwin – Pradera del Ganso (Goose Green), donde hubo una feroz batalla que terminó el 29 de mayo. Consolidada su retaguardia, avanzaron hacia Puerto Argentino.

El 31 de mayo capturaron el Monte Kent, no defendido por los argentinos, una posición clave porque permitía observar las posiciones que defendían a Puerto Argentino. El 2 de junio a las 14.30, ingenieros del Ejército volaron un tramo de 25 metros del puente Fitz Roy, de 100 metros de largo y estratégico para acortar la distancia de Darwin a Puerto Argentino sin tener que hacer un engorroso rodeo de 20 kilómetros. Y el 8, el “día negro” de la flota británica, la Fuerza Aérea le asestó un duro golpe en el desembarco de Bahía Agradable.

Pero el rumbo general era inevitable. El 11 de junio, los británicos iniciaron el ataque final contra los montes Longdon, Dos Hermanas y Harriet. Empezaba la batalla por Puerto Argentino.

Ese viernes 11, en histórica visita, el papa Juan Pablo II llegó a la Argentina, y un día después rezó una misa en Palermo ante una multitud estimada en 2 millones de personas. “Los argentinos vivieron ayer, con inusitado dramatismo, un contraste que, sin embargo, no es ajeno al estilo del país. Oraron por la paz en la más grande concentración que se recuerda y supieron que había comenzado en las Malvinas la etapa tal vez más cruel de la guerra con Gran Bretaña”, se escribía en Clarín al día siguiente.

Y el domingo 13, cuando en alturas como Monte Longdon ya se contaban los muertos y los combates se sucedían en todas partes cerrando el círculo inglés sobre la capital malvinense, muchos soldados pudieron escuchar por radio el fallido debut de la selección nacional en el Mundial de Fútbol de España, con derrota por 1 a 0 frente a Bélgica. En Longdon hubo una lucha salvaje cuerpo a cuerpo, fusilamientos y muertos argentinos a bayoneta, contó el cabo inglés Vincent Bramley en Viaje al infierno.

Una defensa imposible

“Cuando llegan a Monte Kent me di cuenta que venía el combate sí o sí, y cuando asaltan Dos Hermanas y tuvimos que replegarnos a Tumbledown, supe que era el final de la guerra”, recuerda ahora, 39 años después, el hoy coronel Vilgré Lamadrid.

“Fueron dos los ataques finales porque el 12, cuando ven la resistencia -y a ellos la inteligencia les vende que no iba a haber mucha-, se toman ese día para hacer replanteos y planificar la continuidad. Por eso la segunda fase se da el 13 por la noche».

Vilgré era subteniente y jefe de la 3ra sección de la compañía de Infantería del Regimiento 6. Esa compañía tenía 47 hombres en total -incluyéndolo a él-, 5 suboficiales y 41 soldados. Eran reserva y se desplegaron en la base del Monte Dos Hermanas, para entrar en combate con el Comando 45 de los Royal Marines, en la noche del 11 al 12 de junio.

“Antes de iniciar el repliegue el suelo temblaba batido por la artillería, las municiones trazantes y los cohetes británicos buscaban nuestros cuerpos y las explosiones y bengalas iluminaban con sombras siniestras el lugar».

«En esa situación nadie te escucha, ni se oye, es aturdidor; ves tu pequeño lugarcito de combate y peleas por vos y el camarada que está a tu lado. No pensás en Dios ni en la patria… La guerra hace a la muerte compañera de camino y si tenía que morir, que fuera rápido y no desangrado. Mi miedo era volver como un cobarde, y enfrentar a mi padre», recuerda Vilgré Lamadrid.

En el repliegue, un proyectil de artillería cayó demasiado cerca y el joven subteniente y el soldado Marcelo Di Sciullo fueron levantados por el aire. La onda expansiva le arrancó el casco y el fusil. Quedó aturdido, sin saber si estaba herido.

“Me tocaba el cuerpo a ver si estaba bien, y escucho en la oscuridad ‘mi subteniente, mi subteniente… Guanes y Todde están heridos’. Guanes estaba muy mal y decía ‘no me deje morir, ayúdeme mi subteniente’. Otro también gritaba, era Todde, que tenía una esquirla clavada en el tobillo. El enfermero soldado Walter Goñi ya estaba a su lado asistiéndolo, ignorando las ráfagas de ametralladora a su alrededor».

A Miguel Todde lo pudieron llevar a un puesto de socorro cargándolo a través del valle. Héctor Guanes no sobrevivió.

Cruzaron el valle para reunirse con el Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5), que comandaba el capitán Carlos Robacio, con un guía que los condujo a través del campo minado, una maniobra que había sido planificada. Pero las cosas no terminarían allí.

“El 13 me llaman para guiar a mis hombres a un contrataque porque estaban los guardias escoceses penetrando la sección del teniente de corbeta Vázquez. Lo que iba a ser un bloqueo terminó en contrataque».

Elecciones USA

Un soldado argentino es tomado prisionero por los británicos en los feroces combates en las alturas que rodean Puerto Argentino. AP / PHOTO: TOM SMITH

“Yo estaba de muy mal humor por haber sido seleccionado para una misión extrema, teníamos que ir al sector de la infantería de Marina. El valiente teniente de corbeta Waldemar Aquino era mi guía, me impuso la difícil situación y escuchó con paciencia mis insultos por la situación. Lo cierto es que cuando ordené reunir a mi sección para el contrataque, en cinco minutos todos estuvieron presentes. Eso emociona«.

Desde lo alto del Tumbledown, adonde llegó con Aquino en medio de explosiones de artillería, el subteniente verificó que les tiraban de todos lados, y lo complicada que era la situación.

En primera línea, el ataque principal lo venía sufriendo la compañía Nacar del BIM5, particularmente la 4ta Sección, a cargo del teniente de corbeta Carlos Daniel Vázquez, que soportó tres asaltos.

“El enemigo está frente a nosotros, estamos combatiendo cuerpo a cuerpo, en cualquier momento pierdo la comunicación”, alcanzaron a informar por radio, en un mensaje dramático. Luchando codo a codo con los infantes de marina para mantener esas posiciones cayó, junto a cinco de sus soldados del Regimiento de Infantería 4, el subteniente Oscar Augusto Silva, sanjuanino, reconocido como un héroe.

El combate fue feroz. La sección de Vilgré Lamadrid tenía dos soldados ametralladoristas -los blancos más buscados por el fuego inglés-, Carlos Horisberger, quien murió de una ráfaga en el pecho; y Oscar Ismael Poltronieri, el único conscripto en recibir tras la guerra la condecoración más alta, la Cruz de la Nación Argentina al Heroico Valor en Combate.

En esas horas de tensión, desde el Tumbledown habían podido ver cómo caían el Longdon, Dos Hermanas, cómo los ingleses ganaban las alturas y cesaba allí el fuego. La previa del ataque que luego vendría sobre ellos.

A las alturas

El teniente primero Víctor Hugo Rodríguez era jefe de la primera sección de la compañía A del Regimiento 3 de Infantería. Venían de sufrir la muerte del soldado Julio César Segura. En los intensos bombardeos, un proyectil había caído en su pozo de zorro. “Segura tenía toda la espalda abierta. Lo sacamos de su posición y me dice: ‘No sirvo más. Matame’”, contó el soldado Rubén “Cata” Carballo, quien lo socorrió junto al cabo Guillermo Salort. Carballo fue corriendo por una ambulancia a 500 metros, pero no funcionaba y dentro, había un sargento muerto. Cuando regresó a la posición minutos después, su amigo Segura ya había fallecido. «Cata» Carballo, entonces de 18 años, era el hábil estafeta (mensajero) del teniente Rodríguez, y ya era boxeador. En 1984 tras la guerra sería uno de los 83 atletas argentinos que representaron al país en los Juegos Olímpicos de Los Angeles.

Conmocionados por la muerte de Segura esa tarde, la sección del teniente Rodríguez entraría en combate el 13 de junio cuando les ordenaron cruzar el valle de Moody Brooke para ir en apoyo del Regimiento de Infantería 7, que estaba resistiendo en la altura de Wireless Ridge.

Aunque hubo una orden de regresar impartida por el propio comandante de Brigada, el general Oscar Jofre, porque el RI7 ya se estaba replegando, Rodríguez y los suyos nunca se enterarían.

“Hablo con mi jefe que era el capitán (Rubén Oscar) Zunino, le dije que no tenía radio, que salía del valle y me iba a ir a la altura, y no me veían más».

 “Eramos 40 y avanzábamos en cadena, en un momento empiezo a ver enemigos arriba en Wireless Ridge. Me extraña porque había un Regimiento (el 7), yo no podía saber que se estaban replegando».

“Lo llamo al subteniente (Carlos Javier) Aristegui que iba al lado mío en primera línea. Le digo:  estoy a cargo de este contrataque, vamos a ir a ganar la altura. Pasaron segundos y le pegan un tiro en el cuello a Aristegui. Pensamos que era grave pero sobrevivió. Un soldado se le acercó, le dio una palmada en la cara y le dijo: ‘Quedate tranquilo pendejo, vos con nosotros te portaste bien, te vamos a sacar de acá’. Tenía la misma edad que sus soldados, al día de hoy, esa actitud del soldado para su oficial me emociona».

“Ibamos por el valle que era una turba de golf. Habíamos recibido una barrera de fuego que si el enemigo la corregía, nos mataba a todos. Voy adelante y les grito a los soldados… era de noche, caía munición, yo tenía 33 años y ya cuatro hijos… ‘¡Arriba carrera mar…! Me dispuse a morir. Yo tenía miedo de que los soldados no me siguieran, pero lo hicieron».

Uno de esos soldados era Esteban Tries. En su memoria: 

 “Estábamos en posición defensiva, y a las 3 de la tarde lo matan a Segura. Esa noche nos mandan a apoyar al regimiento 7, cruzamos el valle de Moody Brooke con el cielo iluminado por bengalas. Teníamos el infierno cada vez más cerca. Llegamos a la base del Wireless Ridge, donde sabíamos que empezaba el riesgo mayor, y ahí aparece el grito del teniente Rodriguez: «¡Viva la Patria!” que nos metió una inyección de fuerza y de ejemplo. Atrás de él, que ya corría monte arriba, todos empezamos a subir”.

Rodríguez retoma su relato: “Años después me vino a hablar uno de mis soldados. Me dijo ‘yo soy de avería mi teniente primero’ -porque aún me llama así- ‘no debí hacer el servicio militar porque era único hijo de madre viuda, pero si me quedaba en mi barrio me mataban. Los soldados lloraban y yo no, yo venía de otro mundo. Por eso en el combate sabía lo que tenía que hacer, me tenía que rajar. Pero lo vi a usted adelante, que lo iluminó una bengala, nos arengó, y dije a este tipo lo tengo que seguir. ¡No entiendo cómo no tuvo miedo!«.

El mensaje del comandante Jeremy Moore a Londres, dando cuenta de la rendición argentina, los arreglos para devolver las tropas argentinas al continente y que nuevamente las Islas están bajo mando del gobierno británico.

“’Tuve dos miedos, vos te equivocás’”, cuenta Rodríguez que le respondió. «No fue un hecho de heroísmo -refexiona hoy- héroes fueron los que murieron. Yo tenía que lanzar el asalto, eso está en la formación. Y el que se quedaba abajo estaba ‘muerto’. Corrimos y algunos me sobrepasaron en la carrera, lo que me dio más ímpetu.

“Arriba del Wireless Ridge había soldados muertos, y las posiciones de morteros vacías. No estaba el RI7… Ahí tomo conciencia de que se habían replegado, y tuvimos el combate de encuentro con el pelotón del teniente Page, del Para 3 [Regimiento 3 de Paracaidistas ingleses]. Nosotros subiendo y ellos llegando… ¡Ellos creían que venía un gran contraataque!»

Rodríguez había perdido contacto con el sargento Manuel Villegas, que caería gravemente herido. El ex soldado Tries recordó: “Eso era un infierno de municiones, balas, veíamos sombras que se desplazaban, explosiones de todos los colores. Cae herido el soldado Russo y cuando le aviso al sargento Villegas, que estaba a 8 metros, me dice ‘tengo un tiro en la panza’. ‘Tírenles que yo estoy liquidado’, nos decía. ‘No podemos, usted está en medio’. Villegas estiró el brazo para agarrar su fusil, y un francotirador le pegó un tiro en la mano. Lo tenían en la mira».

Tries pidió ayuda a su compañero, el soldado José Luis “Lupin” Cerezuela. Arrojaron ostensiblemente sus fusiles y pese al fuego se lanzaron a rescatar a Villegas, cuyo vientre ensangrentado le quemaba como fuego. Cuando estuvieron a su lado Villegas le pidió a Tries que lo despidiera de su mujer y de su hija pequeña. “Cuando nombra a su hija, se pone a llorar y a rezar».

-Pegame un tiro. No aguanto más, dijo Villegas.

-De ninguna manera, usted me debe un asado, le replicó Tries.

A la distancia, el ex soldado veterano analiza que el francotirador no quiso matarlos y dejó evacuar al herido. Fueron 8 duros kilómetros de marcha llevando al sargento hasta el hospital, donde pudo salvar su vida.

Tries recuerda a sus otros compañeros conscriptos del RI 3: “Allí cayeron Segura, Andrés Folch, José Reyes Lobos, el maestro Cao (Julio, docente en una escuela de Gregorio de Laferrere), y el soldado Oscar Soria, que había muerto dos días antes en un campo minado”.

El largo adiós

En la sección de Vilgré Lamadrid, una de las que más bajas tuvo en la guerra, fueron 7 los muertos, 12 heridos, y varios prisioneros. Apenas 13 hombres de la sección pudieron volver a Puerto Argentino con las luces de la mañana del 14 de junio. Hacía mucho frío y caía una nevisca. Una fina capa blanca cubría la tierra malvinense.

“El silencio repentino lastimaba los oídos. Yo me sentía muy culpable. Ahí se me acerca el soldado Britos y me dice de sacarnos la última foto que le quedaba  a su rollo», recuerda Rodríguez.

-Vos sos boludo…, acabamos de perder la guerra.

-No mi subteniente, les peleamos muy bien… les costó muchísimo ganarnos.

«Llevo esa foto como un ejemplo, un subalterno que levantó al jefe en ese momento».

«Esa noche nos mandaron a una barraca. Yo me sentía muy mal, el más perdedor de los jefes, que les había fallado. Estaba en un rincón y se me acercan soldados de mi sección. Creí que venían a recriminarme. Pero no: ‘Feliz cumpleaños mi subteniente’!. Yo cumplí ese 15 de junio 22 años».

El soldado Carlos Daniel Britos (izquierda, con la mano recién vendada por una herida de una esquirla) se toma la última foto de su rollo con el subteniente Vilgré Lamadrid, tras el repliegue de Tumbledown, al mediodía del 14 de junio.

“Reivindico los valores del soldado argentino luchando por su nación, no la guerra que es horror, pérdida y muerte. Hablo de un grupo de jóvenes que sabía que la guerra estaba perdida y le dio honor y coraje”.

Tries recuerda lo que sucedió después: “Ya prisioneros nos obligaron a formar frente a la casa del gobernador y vimos cómo arriaban nuestra bandera. Fue un dolor enorme. Días después nos embarcaron en el Canberra y el 19 de junio llegamos a Puerto Madryn. La ciudad nos recibió con el corazón abierto de par en par”, rememora.

A su regreso Tries inició la otra batalla, contra el olvido.

Condujo por años un programa en la FM Soldados, es docente, y desde hace años transita por las escuelas del país en charlas que llevan la memoria de lo vivido en la guerra.

“Fuimos los últimos en bajar de Wireless Ridge -cuenta el teniente coronel (R) Rodríguez. El dolor de ver la patria vencida, un vacío inconmensurable. Me recuerdo en una casa donde estábamos algunos oficiales de RI3, en posición casi fetal, con una gran contradicción, por un lado la derrota, por otro la alegría de pensar que iba a volver a ver a mis esposa y a mis hijos, algo de lo que uno había ido desprendiéndose”.

«Chuly» Rodríguez preside la Asociación Sanmartiniana de Rosario y desde hace 24 años sin interrupciones lidera todos los veranos el cruce de los Andes en mulas y caballos, por los mismos pasos que empleó el Libertador, en homenaje a la epopeya de San Martín y su ejército. Hace unas pocas semanas el Círculo Militar publicó su libro Llevando la Patria al hombro, su testimonio de Malvinas.

La recuperación argentina de las Islas se extendió durante 74 días, y 45 días duraron los combates hasta el 14 de junio. En el clásico Malvinas, la trama secreta, Oscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Koy dieron cuenta de los patéticos mensajes y arengas voluntaristas del teniente general Leopoldo Galtieri, el dictador en la Casa Rosada, en sus diálogos con el gobernador militar de las islas, general Mario Benjamín Menéndez.

A las 19 horas de aquel 14 de junio, en Puerto Argentino, Menéndez firmó la capitulación con Jeremy Moore, el jefe de las fuerzas británicas de tierra.

La rendición de Puerto Argentino precipitó el 17 de junio la caída de Galtieri, y alumbró el final de la dictadura que había buscado legitimarse y perpetuarse explotando la causa nacional de Malvinas.

Vuelta a casa. Vilgré Lamadrid con dos camaradas y su familia, en el Regimiento 6 en Mercedes el día en que regresaron de la guerra.

Había muchos políticos contemplativos con los militares, y otros que no. “El Gobierno debe irse ya, debe cesar la usurpación del poder y hoy mismo debe poner en marcha un período de transición civil hacia la democracia, se pronunció el radical Raúl Alfonsín, figura ascendente de su partido, en las horas inmediatas al fin de la guerra.

La descomposición de la dictadura instaurada en marzo de 1976 se aceleró, lo mismo que la transición, y Alfonsín ganaría las elecciones de la restauración democrática poco más de un año después, el 27 de octubre de 1983.

HG

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Fuente: Clarin.com

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