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nos asustaban con la colimba, en el cine no se comía y pensábamos el futuro con ilusión / Sociedad

Estimado Julio:

Respecto a tu pregunta sobre cómo va la vida ahora que he cumplido años, debo reconocer que me he sumergido en un proceso de reflexión del que quiero ponerte al día. Ojalá pudiera hacerlo con un mate de por medio, pero la distancia nos impone este formato, que también conlleva la osadía de escribirte una carta en estos tiempos. Disfruto el hecho de usar mi bolígrafo, escribir papel, poner esta hoja en un sobre, escribir tu dirección a mano, comprar sellos y encontrar un buzón para dejarlo. Siempre desconfío de que alguien de Correos siga pasando por ese rincón medio olvidado del barrio. A la que nos referimos como la que tiene el buzón antiguo. Creo que debo ser el único que lo usa y que el cartero debe saber que de vez en cuando tiene que ir a buscar mis cartas. No necesito hacer un seguimiento o estar seguro del día en que lo recibes. Incluso esa incertidumbre me alegra.

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No es que tu inquietud fuera diferente a la que me surge a diario, en no pocos momentos del día, y que hemos abordado en nuestras cartas anteriores. Yo diría que, desde los años cincuenta, en medio del camino de la vida, como escribió Dante, donde sentimos que nos adentramos en esa jungla oscura que es el mundo de hoy. A esta edad, ya con más de 60 años, cuando salgo de madrugada los paseos se han vuelto largos y ceremoniosos, a veces lo hago escuchando música clásica, o jazz, y ese curso de filosofía del que os hablé el año pasado que han cumplido rigurosamente en estos meses.

Esteban Charpentier, en un «minestrone poético» (encuentro de poesía que hicieron en el Abasto).

Me pregunto cómo alguien vuelve de la peluquería y quiere que le digan cómo le quedó el peinado, si en mi cabeza se nota tanto reflejo. La filosofía, dice Fernando Aramburu en «Los Vencejos» (ese libro que me insististe en leer), hace tiempo que cumplió su encomiable misión: líbranos de las supersticiones religiosas e infunde en nosotros una cierta fe, mientras la humanidad se dedicó a descubrir la luz eléctrica, transformándose en lo que conocemos, simple y llanamente, como literatura. Buena literatura, por cierto. Y esa receta de cómo ordenar las circunstancias de vida que nos rodean y llevar a cabo una suerte de clasificación de ideas que, tarde o temprano, acaban sirviendo de salvavidas. Tú y yo sabemos que no fueron pocos los naufragios, y no fueron menos los rescates que nos han sucedido o en los que nos vimos obligados a participar.

Ya hemos hablado en otras ocasiones de lo extraño que nos resulta pensar que nuestras decisiones de hoy son más el resultado de nuestras mentes de ayer que de los actuales análisis elaborados.

El famoso sentido común, tan raro como dicen, nunca ha sido nuestra búsqueda. Pensar lo mismo como parte de nuestra generación no nos satisfacía y siempre nos llevaba a decisiones controvertidas pero propias; subir un par de peldaños hacia un sentido que no era común, que viajaría más sobre los aprendizajes y experiencias que acumulamos a lo largo de los años.

Esteban Charpentier en la «contraferia» del libro que organizaron para dar visibilidad a autores desconocidos o pequeñas editoriales.

Cuando éramos jóvenes, no hace tanto, todavía hay días que nos sentíamos así, nos decían “ya verás como te despiertan cuando hagas el reclutamiento”, le llamábamos la colimba. Habrá quien no sepa de lo que hablo, supongo. «Allí aprenderás disciplina, puntualidad, orden». Por si fuera poco, dijeron, «vas a aprender a obedecer, a forjar tu carácter, a mejorarte». Y ambos sabemos qué fue todo eso y en qué se convirtió. Siempre había un «ya verás cuando…». Recuerdo las gestas que nos cantaban y nos conducían a la exaltación: Mayo del 68 y su espíritu poético, las manifestaciones contra los gobiernos militares, las películas que veíamos en el Cosmos o en la Hebraica. Los ciclos de Eisenstein, Kurosawa, Bergman, Polanski. Salimos del cine pensando que íbamos a devorarnos el mundo, y cambiar sus injusticias y sus desigualdades. Como extraño el cine de aquellos tiempos, las entradas estaban a nuestro alcance y no debíamos apuntarnos a promociones ni tener tarjetas especiales para pagar dos entradas simples y entrar al cine a ver una película.

Ahora parece que la gente entra a pasar unos días adentro, traen bebidas, comida y teléfonos. Ya no se puede silbar cuando alguien hace ruido, el ruido parece ser una seña de identidad y un derecho adquirido. ¿Cómo apoyar a un chico enviando y recibiendo mensajes sin parar? ¿Qué pensará ese tipo?

Nos devastó la tremenda circunstancia vivida durante los años 70, con tantas bajas entre nuestro pueblo, entre ellos, entre todos nosotros. Los nunca más que… El pensamiento de que llegaríamos a esta edad ahora, que nos sentaríamos a recopilar todas estas historias, y nos regocijaríamos en su audacia y desequilibrio, no cruzó por nuestras mentes, pero anhelábamos que nos sucediera. El presente era aquello de lo que vestíamos todo en nombre, y nuestras banderas del futuro eran parte de una utopía que nos poseía. Y eso, quizás, lo hemos cumplido en algunos aspectos. Caminamos por los pasillos de la facultad y derribamos carteles o pintamos, creyendo que ese pequeño granito de arena cambiaría esta parte del mundo. ¡Qué audaz!

Estaba pensando en lo que escribiste en la última carta, cuando me dijiste que otro de tus hijos se iba a vivir a Australia, y que había dejado su trabajo, que abandonó su tesis, su carrera, y que prefería ir a limpiar baños o lavar bebidas antes de seguir en este país sin futuro.

Estaba muy triste, porque sé el esfuerzo que hacían en tu familia. Pido disculpas si no puedo ofrecerle un bálsamo para su dolor. Nos llevará, y lo sabemos, acostumbrarnos a este nuevo mundo.

El hecho de sentirnos tan cerca, de compartir las cosas que nos pasan, Produce estos vacíos que pueden dejarme destrozado y por otro lado esos arranques de alegría que me impulsan a poder continuar.

También te he dicho que las conversaciones con mi padre son, en cambio, cada vez más importantes. Han mejorado mucho desde su muerte, aunque hay quien piensa que estoy loco. Los consejos que me prodiga han sido de gran valor a la hora de tomar decisiones que, de no ser por ellos, no hubieran sido posibles las decisiones tomadas.

Ambos hemos corrido, corrido, nos hemos equivocado y hemos encontrado atajos. Hemos estallado y ahogado en emociones. Evitamos obstáculos e inventamos otros, adoramos los ritos religiosos, paganos y mundanos. Éramos sociables, socialistas, socializados, pero sin abandonar nuestra permanente entrega a la soledad. Ella, que tantas veces cuidó de nuestra alma y destino. Pensamos que la pasión lo era todo y que tal vez solo teníamos que aceptar la realidad, punto.

Pero eso me lleva a preguntarte. ¿Crees que el sentido de la vida nos lo da la pasión? ¿Que lo que se apoderó de nuestros sueños, arderá dentro de nosotros hasta morir? Pase lo que pase, ¿se quemará?

¿Esa pasión de la que nos sentimos tan orgullosos tantas veces nos abandonará a nuestra suerte ahora que somos mayores, ahora que somos «viejos»? Se dice que la pasión no conoce el lenguaje de la razón. ¿Recuerdas ese verso que escribí sobre la cita de Pascal, decía: la razon tiene corazones que los corazones no entienden. No quería parecer demasiado shakesperiano, pensar que esa pasión se basta sola, siempre acaba en la desesperación, lo siniestro se suple o se determina. Debo decir que esta pasión ha sido un motor que sigue funcionando y me lleva a los lugares donde me gusta deambular. Cada vez son menos, lo sé, pero no importa.

Últimamente he estado pensando en nuestro amigo Pedro, no sé si pensar o recordar, no sé si es lo mismo. A veces se preguntaba, me preguntaba yo, si después de muerto habría algo que lo prolongara, si había hecho lo suficiente para que alguien lo recordara, lo extrañara, pensara en él. Muchas veces me pasa lo mismo. Los amigos que se fueron, que murieron antes de lo debido, se llevaron muchas respuestas a las preguntas que nos gustaría hacerles ahora o, en algunos casos, o muchas preguntas para respuestas que nos hubiera gustado pensar.

Aunque a veces vuelven viejos amigos, como te dije Pedro volvió hace unos días, y nos quedamos en silencio como si estuviéramos vivos los dos y ninguno de los dos se atreviera a decir quién, y normalmente se me escapa una sonrisa o una lágrima. , y continúa su viaje por donde vino. Sin mirar atras.

¿Alguna vez me han criticado por mi constante metaforización del mundo, por mi afán utópico de hacerlo poético, pero mi vocación por la belleza, mi férrea defensa del concepto de belleza me es inherente? Pero la belleza es mi burbuja protectora. Concentrado en la música, la poesía y no mucho más.

He leído en alguna parte que la belleza es la salvación de lo diferente. Y el arte encarna esa salvación, creo que por eso la respuesta a tu pregunta inicial: la vida continúa si sostengo mi vocación de escribir. Como ya os he dicho, estoy preparando la publicación de un nuevo libro que, esta vez, versa sobre cuentos. Uno se refiere a nuestra amistad. Nos describo caminando y teniendo estas conversaciones mientras el sol comienza a salir sobre el mar. No te preocupes, he respetado fielmente tu pensamiento.

Estoy seguro de que te gustará. Algún día deberíamos pensar, como me dice mi hija, en publicar estas cartas en un libro. Me gusta que ella piense que un libro es un lugar para esconderseAntes me reprochaba que le aconsejara leer y leer. Seguro que ese libro encontraría un lector cariñoso con nuestras inquietudes. Y, quizás, se unirá a nosotros en la intención de salvar lo diferente.

Hay una cosa más que quería proponeros y es en referencia a un tema que me ha tenido ocupado estos días. Tienes más conocimientos que yo en materia digital. Y es que, en muchas ocasiones, hemos hablado de la influencia de las redes sociales en el hombre moderno, tal y como lo vemos nosotros, el hombre digital. Ahora resulta que este hombre, a través de lo que llaman inteligencia artificial, podría reemplazar esta carta con la simple orden de que te escriba, respondiendo cómo va mi vida. Les confieso que lo he hecho y que el resultado fue formalmente satisfactorio, pero repugnantemente falto de sentimiento, le faltó el carácter y la emoción que nos distingue. Te hubieras preocupado por tanto maquillaje. Por esta razón, me gustaría que nuestro próximo intercambio, si lo desea, sea sobre este tema. Lo que algunos llaman la catástrofe final.

Desde ahora te agradezco el tiempo que me dedicas, no sólo al leer estas cartas, sino también el que tienes para tu respuesta, tan necesario para mi espíritu. Es sino que sepas entonces, como colofón, que la vida va bien, que tu compañía y la de mis afectos, contribuyen al mantenimiento del espíritu y su alegría.

Te extiendo mi abrazo, esperando tu respuesta.

Esteban.
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Esteban Charpentier. Abogado y poeta. Presidió la Fundación PIBES durante 15 años, en los que construyó escuelas, puentes, bibliotecas y merenderos. Siempre lo caracterizó como rebelde. Dirigió la Contraferia del libro con otros poetas, y Buenos Aires nos duele. Lleva 27 años conduciendo programas de radio dedicados a la poesía. Dirigió el ciclo poético “Maldita Ginebra” durante 10 años. Publicó 20 libros, los últimos 4 son «Nunca me verás como me viste», «Grandes éxitos volumen 1» con H. Urruspuru, «Los que el viento se llevó» (Poesía en cómic) y «París París» publicados en Francia en edición bilingüe. Hace 25 años que vive en Pilar donde le gusta ir a leer poesía a los niños de los barrios. Está felizmente casado y tiene dos hijas a las que pretende dejar un mundo mejor.

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Fuente: Titulares.com

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