La tregua del Planalto duró poco después de los ataques golpistas del 7 de septiembre, cuando Jair Bolsonaro se vio obligado a contener los robos contra la Corte Suprema. Acorralado, el presidente puso la artillería del gobierno en la vacunación de adolescentes contra el Covid-19, que estaba despegando.
A tanto se le sometió Marcelo Queiroga, médico que venía arreglando algo del daño a la Salud del general Eduardo Pazuello. Al contradecir a especialistas dentro y fuera del ministerio, la directiva de no recomendar más la inmunización de los jóvenes avivó los rumores del riesgo de efectos adversos graves.
Queiroga se equivocó aún más: citó un caso de muerte en un adolescente en São Paulo que está bajo investigación, y no se puede decir que esté relacionado con un agente inmunizante. El ministro y Bolsonaro reeditan así un vil momento de la Presidencia en la pandemia, cuando explotó un suicidio —otra vez, un paulista— para desacreditar la vacuna del Instituto Butantan.
El efecto de la nueva redada de Queiroga con gobernadores y alcaldes fue detener la vacunación de jóvenes en al menos siete capitales. Si bien se admite cierta precipitación al inocular esta cohorte antes de avanzar con la inmunización completa (menos del 40% de los brasileños), el vuelco refuerza la desconfianza de sectores de la población con el mejor instrumento contra el Covid.
Paralelamente, se profundiza la falta de coordinación entre las entidades de la Federación para hacer frente a la pandemia. El ministerio, que se suponía iba a orquestar la reacción al nuevo coronavirus, es visto una vez más no como un agente técnico, sino como un actor político sumiso a las ignorantes locuras de Bolsonaro.
Un gobierno que cambia de ministros tres veces en medio de tal emergencia de salud demuestra que tiene otras prioridades por encima de la salud. Las soluciones de continuidad se acumulan y resultan en graves fallas logísticas, como se observa en la reciente escasez de dosis y las fechas de vencimiento de medicamentos por valor de R $ 240 millones.
No se descarta que la incompetencia en el reparto de vacunas sea otro motivo oculto de la disputa abierta por el ministro. A Queiroga le interesa estigmatizar como trofeo político la osadía de alcaldes y gobernadores que lograron acelerar la vacunación pese a la ineficacia del Planalto.
El médico debe prestar atención a la experiencia de su predecesor. Halagando al presidente y aceptando sus excesos en materia de salud pública, entra en una pendiente resbaladiza donde la reputación se sacrifica por nada.
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