Por Adriana Alves
No siempre podemos predecir la naturaleza
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Desde el 19 de septiembre, las imágenes del volcán Cumbre Vieja, en la isla española de La Palma, en las Islas Canarias, se han apoderado de la noticia. La vista del río incandescente que desciende en una cadencia voraz ha deslumbrado a todos, científicos o no, afligiendo a los vecinos.
Después de medio siglo de sueño, la Cumbre Vieja se despertó furiosa y sus lavas ahora cubren cuatro kilómetros cuadrados. La llegada de la lengua de fuego a la costa ha encendido la alerta por la potencial emisión de gases tóxicos diseminados por el repentino enfriamiento de la lava que choca con el mar.
Pero, ¿cómo entra en erupción un volcán inactivo sin dar una pista? ¿Por qué las autoridades no evacuaron previamente las casas en la ruta de lava? ¿Por qué no fue posible evitar la destrucción de unos mil edificios en los alrededores?
Preguntas similares, que varían solo en la ubicación del fenómeno, se han investigado durante décadas, y la geología ya tiene respuestas satisfactorias para cualquier volcán terrestre inactivo pero aún activo. Ya en enero de 2021, investigadores de diferentes nacionalidades firmaron un texto en la revista “Scientific Reports” advirtiendo de la inminente erupción del lado más joven de la isla, Cumbre Nueva. El trabajo, utilizando datos de radar de alta resolución y una innovadora técnica de procesamiento e interpretación de imágenes, destacó el aumento anómalo del edificio volcánico, uno de los principales signos del regreso a la vida de los volcanes inactivos.
El crecimiento inusual es el resultado de la inyección de un gran volumen de magma desde las profundidades del manto terrestre, una masa caliente cargada de especies volátiles, especialmente agua, dióxido de carbono y dióxido de azufre. Para que os hagáis una idea, el volcán ha expulsado alrededor de 250.000 toneladas de azufre desde el primer día de su erupción… El olor en los alrededores no debería ser agradable, pero la irritación de los ojos y las vías respiratorias debería ser mucho más molesta.
Los volcanes permanecen inactivos cuando el magma del depósito que los alimenta se cristaliza, lo que impide que la lava se mueva. La llegada de nuevos pulsos de magma “rejuvenece” el reservorio al derretir parte de estos cristales, permitiendo que el sistema fluya nuevamente.
La presión excesiva provocada por el efecto combinado del volumen de magma recién llegado y la expulsión de especies volátiles de estas nuevas legumbres (más o menos lo que ocurre al abrir la tapa de una botella de bebida carbonatada) conduce a la «hinchazón» de la estructura, provocando la rotura de las zonas débiles del edificio y la consiguiente erupción. Todo este proceso va acompañado de un cambio drástico en la composición y volumen de los gases exhalados por el volcán. Este cambio, sumado al aumento en el registro de terremotos, son los marcadores de la llegada de nuevos pulsos de magma, potencialmente desencadenantes de erupciones.
En el caso del sistema volcánico de La Palma, todas estas señales estaban presentes, y lo que impidió que el plan de conservación del edificio fuera exitoso fue la imprevisibilidad de los fenómenos naturales. Los científicos se sorprendieron por una migración del conducto volcánico principal que implicó un cambio en el punto de salida de la lava, que se esperaba para la región de Cumbre Nueva, donde la hinchazón del edificio fue más evidente a principios de año. Sin embargo, la erupción se desplazó hacia el sur y la lava cubrió depósitos volcánicos más antiguos de la Cumbre Vieja. Aunque la naturaleza siempre toma el camino más fácil, no siempre es obvio, a pesar de los avances tecnológicos.
Tales avances tampoco implican mayores posibilidades de alterar el curso de las lavas, ya que los ejemplos “exitosos” son irrisorios y dudosos. En Italia, alrededor de 1670 se construyó una trinchera alrededor del monte Etna con la intención de redirigir el flujo de lava. La iniciativa funcionó en términos, ya que la lava se desvió a una comunidad vecina. Muchas escaramuzas y algunas muertes más tarde, la trinchera resultó insuficiente para acomodar el creciente volumen de lava y ambos lugares se vieron afectados por la erupción.
Si no tenemos el poder de afectar la dinámica interna de la Tierra, tampoco tenemos medios efectivos para evitar que su poder nos doble bajo el peso de nuestra insignificancia.
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Adriana Alves es geóloga y profesora de la USP.
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Fuente: uol.com.br