No es irrelevante que quienes deben decidir el futuro del orden político de su sociedad no puedan ver mucho más allá de su propio drama medido en horas y como parte de un contexto igualmente pesimista.
La historia del ciclo democrático abierto en 1983 encuentra un par de antecedentes ya lejanos, en los que los argentinos salieron a votar aturdidos por picos altísimos de angustia económica recurrente.
El 14 de mayo de 1989, un electorado sacudido por una hiperinflación reciente, hija de desastres económicos de larga data heredados por Raúl Alfonsín, decidió cambiar y nombró presidente a Carlos Menem.
La elección que llevó al poder a Néstor Kirchner, el 27 de abril de 2003, ocurrió cuando el país comenzaba a recuperarse de la catástrofe de fines de 2001 y puede tomarse como un precedente más de votantes tan descontentos como preocupados por su futuro y el de su pais. Fue la primera elección después del agotamiento hacia la clase dominante que se resumió en el «que todos se vayan».
Todo es pasado que se acumula bajo una cruel decadencia. Es imposible no mirar estos días como consecuencia de tantos años: la combinación de estos lamentos es un punto más en un largo ciclo.
La recesión de la economía retroalimentada por el largo cierre del año pasado y luego intermitente de estos meses, instala el deseo de que la pesadilla termine de una vez por todas. Sin embargo, la complejidad de la pandemia y los errores para remediarla convierten un sentimiento natural en un pensamiento mágico.
Por más triste que sea, el coronavirus en sus diferentes versiones no desaparecerá definitivamente incluso cuando, por fin, el Gobierno obtenga todas las vacunas necesarias.
Los consumidores formados por una cultura recurrente de alta inflación, sin embargo, no dejan de sorprenderse por la continua subida de precios hasta el punto de perder la noción del valor de todo. La única conciencia que sobrevive es la constatación de que los ingresos familiares no son suficientes para mantener el nivel de consumo de un extremo al otro de la escala social.
Todos somos más pobres en un país con una inflación superior al 50 por ciento y una moneda golpeada por una emisión sin respaldo. Peor aún, el gobierno aplica la táctica de decir que no tiene un plan económico porque su verdadera política es liquidar las deudas en los bolsillos de los consumidores que sobreviven con un salario devastado por los aumentos de precios. La cuenta del Gobierno dice lo contrario, pero la realidad está en la compra cada vez más escasa de productos básicos.
¿Cuánto más pobres somos? ¿Cuántos pobres más hay? La primera pregunta puede marcar un límite de paciencia con consecuencias electorales. El segundo indica el riesgo de un descontrol social que rompa los diques de la distribución de ayuda y la contención política.
Los niveles de malestar se registran en todas las encuestas que comienzan a medir con creciente obsesión la carrera de los candidatos hacia las urnas en septiembre y noviembre.
En el partido gobernante se preguntan con razón hasta qué punto ese mal humor en muchos casos convertido en tristeza y depresión puede convertirse en castigo. Cristina Kirchner fue la primera en advertir esta secuencia y exigir un mayor reparto entre su propia clientela. No se trata de capturar nuevos territorios, sino de evitar que las tropas más leales se dispersen.
La campaña electoral del oficialismo estará dirigida más a defender los territorios ganados que a conquistar enclaves controlados por la oposición. No es necesario que ningún líder lo diga; obvio.
La adversidad es un lastre que Cristina y Alberto Fernández intentarán descargar sobre la presidencia de Mauricio Macri, cuya coalición asume un proceso de transferencia de liderazgo que puede servir para esconder al expresidente. El intento del peronismo regido por el kirchnerismo no se consuma, ni el eclipse de Macri y la llegada de Horacio Rodríguez Larreta es un hecho sin retroceso.
Cada elección legislativa de mitad de período se convierte en un plebiscito de respaldo o rechazo del Gobierno. Respaldar la situación actual a sus adversarios es, es obvio, una tarea tan esencial para el kirchnerismo como resaltar lo que considera sus logros.
En la encrucijada entre el ánimo descompuesto de los votantes y la capacidad de las dos coaliciones en competencia para traspasar la responsabilidad de estas desgracias, se bloqueará el resultado electoral que se empezó a construir con el cierre de las listas de candidatos a las PASO.
Una economía que no se recupera, precios que suben hacia porcentajes más altos y la sinuosa evolución global de las nuevas versiones de Covid serán datos que difícilmente podrán esconder las maquillajes de campaña y aventuras.
Se realizarán viejos y nuevos trucos ante un país en problemas. De nuevo.
* Por la Nación
Fuente: diariocordoba.com.ar