">

cómo creé una relación afectiva a la distancia con alguien tan chiquito. / Sociedad

Me enteré de que ibas a nacer en una videollamada. Iba a ser tío por primera vez, no es que no esperara serlo nunca, pero son roles nuevos.

Mirá también

Tu mamá (mi hermana) se había mudado a Estados Unidos hacia unos años y yo me había quedado en Argentina. Nos visitábamos seguidos, pero ese día, cuando me contó de tu llegada me di cuenta de que la distancia no sería más una anécdota o una excusa para viajar sino que empezaría a ser el obstáculo para nuestro vínculo.

Las videollamadas y las fotos por chat me iban a permitir ver cómo crecías, aunque no permitirían darte esas primeras caricias diferidas a través de la panza de mamá. Tampoco sentir las pataditas, esas que capaz a ella le duelen, pero nosotros festejamos como las primeras charlas que tenemos con vos.

Lorenzo, el sobrino de Facundo Gárriz, con sus papás en los Estados Unidos.

Con el paso de las semanas (no entiendo por qué las embarazas cuentan en semanas), me di cuenta que para construir un vínculo a la distancia íbamos a tener que hacerlo con una herramienta que a mí me era familiar: contarte historias. Cuentos del pasado que nos hagan crear un futuro, que fomenten la ilusión de cercanía que la realidad se empecinaba en impedir. Hacer que vos y yo, ya desde ese momento en que me enteré de que llegabas, fuéramos familia.

Nada mejor que empezar esa nostalgia del pasado por la casa familiar. La que en nuestro caso quedaba en Soler 29, Chascomús. Tus abuelos (mis papás) tuvieron primero a tu mamá, luego a mí y finalmente al tío Juanchi y en esa casa vivimos hasta que fuimos muy grandes y decidimos mudarnos.

Soler 29 tenía espacios con nombre y apellido, tenía reglas claras pero no escritas, costumbres que nadie explicaba pero todos conocían.

Acariciando a la abuela. El sobrino de Facundo Gárriz en su primer viaje a la Argentina.

Uno de esos espacios era “la pieza de los chiches” una habitación donde había escritorios, estantes para acumular cajas -el pasatiempo favorito de los adultos-, y lo más importante: canastos con juguetes. Tu tío Juanchi, que era el más revoltoso, tenía como pasatiempo preferido dar vuelta el canasto. Yo no te digo que era obsesivo del orden, pero me molestaba que ese fuera el juego porque no tenía gracia, no me divertía. Tu mamá, por el contrario, tenía su casa de muñecas toda ordenada porque al ser la única mujer, ella sí podía manejar sus propias cosas. Pero tu tío y yo compartíamos todo, pieza, televisor, canasto de juguetes, incluso los juguetes.

Con el pasar del tiempo en la pieza de los chiches aparecieron las computadoras y de a poco pasó de ser el lugar donde jugábamos, al lugar donde hacíamos la tarea. Esas cosas raras del crecer. Juanchi y yo teníamos un escritorio compartido y tu mamá un escritorio separado (te dije que siempre fue así). La pieza de los chiches fue mutando pero nunca perdió su nombre y apellido.

En Soler 29 había un objeto curioso, uno que tenía reglas estrictas pero no escritas: “la cajita”. Ahí la abuela iba dejando los vueltos de cada compra que hacía para que nosotros lo usáramos para comprar algo en lo de Tito (el kiosko de la esquina). No recuerdo que la abuela nos haya retado por alguna vez haber sacado de más, pero tampoco recuerdo que alguna vez alguien haya sacado de más. Porque así eran las reglas de la cajita, estaba al alcance de todos, pero no por eso todos íbamos a alcanzarla. Y eso me enseñó que no siempre hace falta escribir reglas, sobrinito, haciendo caso a lo que te diga mamá es suficiente.

Otro lugar con nombre y reglas era el “techito”, un lugar al que estaba prohibido subir, pero para el que cada uno tenía su técnica. No es que quisiéramos desafiar lo que tus abuelos nos prohibían, pero las pelotas siempre terminaban en ese techito del patio y había que ir a rescatarlas. Porque así como te digo una cosa, te digo la otra, y a los juguetes siempre hay que rescatarlos.

En Soler 29 había dos baños, obvio que con nombre y apellido: el baño rojo y el baño gris. El gris era el de los abuelos y a donde solo se entraba con objetivos particulares y pidiendo permiso. El rojo era el nuestro, que quedaba al fondo antes de la pieza de los chiches y a pesar de que estaba más lejos era a donde llevabas a las vistas porque te repito, el baño gris era el de los abuelos; no se insistía con querer entrar sin permiso, aunque nunca nadie iba a echarte a los gritos si lo hacías.

Soler 29 tenía otra particularidad, y es que quedaba frente al colegio. Me acuerdo de amigos que ya no tocaban la puerta, sino que entraban directo como si fuera una pieza más de sus casas.

Pero lamentablemente ya no vivimos más en Soler 29. Ese refugio de nuestra infancia y adolescencia, hoy es hogar de otras personas que estarán creando sus propias reglas. Y al contarte esto me doy cuenta de que lo importante son esos recuerdos que nos quedan de las cosas, eso que compartimos y no permanece anclado a ningún espacio o tiempo.

De a poco el miedo a la distancia se me va yendo. Capaz nos veamos pocas veces al año, pero en cada una de ellas vamos a generar una anécdota, un recuerdo, un vínculo que va a ir creciendo.

Ya vamos a inventarle nombres ridículos a la casa donde quieras vivir, reglas no escritas que aprenderás a respetar y costumbres que solo vos y yo vamos a entender. No será en una casa, no estaremos siempre juntos, pero vamos a ser como esa familia que empezó en Soler 29 y hoy sigue en distintas partes del mundo Y llegaste un día, Lorenzo. Dos meses tuve que esperar para tomarme ese vuelo que tanto esperaba. Eras la persona más chiquita que me animé a alzar y babeaste una de mis remeras preferidas para sacarnos la foto más tierna que vayamos a tener.

Me quedé visitándote unos días, hasta que las responsabilidades del adulto que soy hoy me obligaron a volver. Ibas a nacer en otra cultura, con personas muy distintas a nosotros, con un idioma diferente. Y mientras te veo ahí tan chiquito y ajeno a lo que pasa, me pregunto si Halloween será parte de tu normalidad, si vas a pensar que las navidades son con nieve en todos lados, si te va a gustar el mate. Vas a nacer entre aviones cuando yo me subí a un colectivo por primera vez a los 18 años -cosas de nacer en un pueblo-.

Quería quedarme, quería ver cómo cada uno de tus dedos iba creciendo, adivinar el color de tus ojos cuando se definieran, escuchar tus llantos, ver el popó de tus pañales, sentir tu olor a bebé, apañar a tu mamá cuando las horas de sueño fueran pocas, estar para salir a comprarles cualquier cosa que necesitaran. Pero la distancia es el vínculo que nos toca y de alguna extraña forma lo celebro.

De esa primera vez, me volví con la angustia de no saber si la próxima visita ibas a saber que yo era tu tío. Nada nos obliga a ocupar el rol que ocupamos en la vida de un familiar, la familia es un vínculo infinito que no se elige, pero del que se puede prescindir. Y yo tenía miedo de que vos quisieras no hablar demasiado con tu tío de Argentina, que lo desestimes, que no lo elijas para las fiestas, que no te divierta llamarlo de vez en cuando para ver cómo anda.

Y a pesar de que muchos años, por no decir décadas, me separaban de esos momentos decisivos de nuestra relación, yo los pensaba.

Pasaron varios meses hasta que nos volvimos a ver. Estabas más grande. Ahora sabías que los fideos te gustan y que las galletitas que yo le pido a tu mamá que me traiga son ricas (perdón si no te las comparto). Te gusta quedarte despierto hasta tarde y como buen primer nieto, la atención no se comparte.

Y si bien sonreías y te portabas bien, en lo referente a nuestro vínculo sucedió lo que me imaginaba: no me reconociste. Podría haber sido el extraño que acabas de cruzar en un subte de hora pico, podía ser un personaje de la serie que ve tu mamá (mi hermana), podía ser absolutamente nadie. De vuelta traté de acudir a mi manía por contar historias, pero tu disputa entre dos idiomas que te son nativos me impedía explayarme. Teníamos que generar un contenido con los bla bla du bla bla que a veces creíamos entendernos. Me mostrabas un autito que yo creía que tenía que hacer carretear, pero vos querías que yo haga volar; me pedías prender el ventilador y yo creía que querías upa y besos; te acompañaba en los gateos eternos, cuando vos solo querías privacidad para llenar el pañal. De vuelta me sentía forzar un vínculo que no sentía mutuo. A nosotros nos habías cambiado la vida, pero nosotros no parecíamos sumar mucho a la tuya.

De esa visita, en la que vos viniste a la Argentina y te portaste súper bien en el avión, te fuiste un poco más grande. Ya con una pronta promesa de empezar a caminar, ya con la confirmación de ojos claros, ya con la incipiente obsesión por los autitos.

Por suerte pasó poco tiempo para volver a vernos. Se venía tu segunda Navidad y no podíamos permitirnos la distancia otra vez. No bien me enteré de que se confirmaba tu asistencia salí a buscar el mejor disfraz de Papá Noel, tenías que tener ese recuerdo a como dé lugar. Y lo tuviste, creo que tu tío (mi hermano) lo disfrutó más que vos, pero por suerte no lloraste y me abrazaste. Se iban generando los recuerdos. Mi cara era un poco menos extraña para tus ojos, pero seguíamos sin ser eternos. Vos eras mi sobrino, pero no sé cuánto de tío tenía yo para vos.

Y finalmente un día, en una de las tantas videollamadas que compartimos, mi hermana creyó escuchar algo. Un monosílabo. Uno que decías casualmente cuando aparecía yo en pantalla. Y si bien al principio no quise creerlo para que no me consideraran el egocéntrico de siempre, estabas llamándome por mi nombre: “Fa” era lo que decías sin dudar en señalarme.

¿Era esto acaso posible?

No iba a tener un buen año ese año. Y en una videollamada hablando con mi hermana (tu mamá), te vi sonreír de fondo. Solo querías señalar y decir mi nombre y ahí entendí que no se trataba de distancias o tiempos. Que de verdad la familia puede no elegirse, puede no ser la que hubiésemos querido, puede necesitar de muchas horas de diván para sanar, pero es la que nos hace bien cuando no lo estamos. Quería tu sonrisa. Quería comprobar que esa compulsión al “Fa” estaba relacionada conmigo y el vuelo partió unos meses después. Cuando me bajé confirmé que era posible. Que al que llamabas al cántico de Fa y tu sonrisa infinita era a mí. Celebrabas el vínculo que la distancia se había encaprichado en dificultar.

Había llegado a creer que no iba a ser posible. Yo no sé qué verás cada vez que me ves, pero tu sonrisa me abraza. Las idas y vueltas se volvieron una rutina. En casa de tus abuelos hay tantos juguetes como en la tuya propia. En mi auto quedó un zapatito tuyo que yo guardo como si la próxima vez que nos veamos te lo fuera a devolver. Fingimos una cotidianidad llena de excepcionalidad. Hay un juego que me parece hermoso en el que todos desaparecemos de la pantalla y vos te sorprendés, luego aparecemos y cada uno desde su punto cardinal grita con la emoción de un reencuentro distante. Somos desde acá a quienes tu mamá llama para que la ayudemos a entretenerte, somos un calendario andante lleno de millas tratando que cada uno tenga su tiempo con vos .

Hay meses largos en los que no nos vemos, y días cortos en los que podemos abrazarnos. Momentos que aprendí a aprovecharlos, a saber que cada uno de ellos es generador del vínculo infinito que nos va a unir por siempre. No quiero dejarte grandes enseñanzas, tremendos regalos o recuerdos rutinarios, quiero verte reír, quiero escucharte gritar, quiero darte besos que te molesten en esos pocos días que podemos hacerlo.

Quiero decirte que estás ahí, yo acá, y los miedos por la distancia y el tiempo en recuerdos ya casi olvidados. No temo por ser un desconocido de subte porque desde ese día que llegaste al mundo y para siempre, vas a ser el Sobri de Fa.

Te amo, sobrino.
————-

Facundo Eneas Gárriz, emprendedor, comunicador y escritor. Estudió Comunicación Social en la UNLP y cursó su MBA en el IAE. Actualmente divide su tiempo entre administrar sus propias cafeterías y escribir lo que su imaginación atraviesa. Publicó su primer libro “Delirios de Hadas y Sirenas” y varias columnas de opinión en un periódico online sobre la óptica económica de un millennial. Sube sus escritos y reseñas de libros en Instagram @eneas_garriz y una nueva historia de fantasía épica en Wattpad (el reino de las dos coronas), a la vez fomenta el crecimiento de Elocuente café y libros en el barrio de palermo como una experiencia gastro-literaria. En los tiempos post-pandémicos se ha permitido tomar varias semanas al año para disfrutar de Lorenzo, su primer sobrino, a quien cruza en cualquier lugar del mundo en donde él decida estar.

#cómo #creé #una #relación #afectiva #distancia #con #alguien #tan #chiquito
Fuente: Titulares.com

Salir de la versión móvil