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El Gobierno camina en tinieblas y las internas en el oficialismo hierven

Tres plataformas vertebrales del gobierno de Alberto Fernández no han podido ser reparadas tras la paliza electoral de septiembre en las PASO. Esa realidad explicaría el desorden y la confusión del gobierno. También la desintegración que, más allá de las arengas públicas, se advierte en el Frente de Todos.

La figura del presidente sigue cayendo. Una seria dificultad para un sistema democrático construido alrededor del primer presidente. El laboratorio kirchnerista imaginó, incluso antes de la derrota, que esta posible deficiencia se corregiría con el liderazgo de Cristina Fernández. Pero el veredicto en las urnas también ha debilitado fuertemente al vicepresidente.

El tercer aspecto se refiere a la estructura política del partido gobernante. Se pensó ubicar a La Cámpora como epicentro de la escena. En detrimento del peronismo tradicional. Septiembre expuso la rusticidad de esa organización. También el de su conductor, Máximo Kirchner. Cuando se quemaron las patatas tuvieron que recurrir al rancio peronismo feudal para apostar los gobiernos de Alberto y Axel Kicillof, en Buenos Aires.

Esa radiografía ayuda a comprender muchas de las cosas que suceden. Alberto ha perdido el enfoque y la agenda. Santiago Cafiero, el nuevo canciller, dijo asumiendo que su aspiración era reunir al presidente en una foto con Joe Biden, titular de la Casa Blanca. Tenía que conformarse, por ahora, con un amable diálogo con L-gante, el popular cantante de cumbia.

Cristina hizo una aparición fugaz en el Senado. Aún sin intercambiar con Alberto. Pero utiliza el Instituto Patria para gestiones discretas: en los últimos días convocó a dos economistas, uno de ellos de renombre. Quieres diagnósticos distintos a los que ofrece Martín Guzmán. ¿Estos encuentros han tenido que ver con la salida de la Secretaria de Comercio Paula Español?

El funcionario, al abrigo de Kicillof, perdió un pulso con Julián Domínguez, jefe de Agricultura. El gobernador es pura resignación; vio cómo el vicio colocaba allí a Roberto Feletti, el suyo sin discusión.

Tanta falta de armonía acrecienta los enigmas sobre el mes que queda por recorrer hasta las elecciones del 14 de noviembre. El Gobierno hizo dos lecturas básicas. Actuó en consecuencia. Interpretó que el golpe se debió, sobre todo, a las penurias económicas y al impacto de tantos meses de pandemia.

Decidió distribuir el dinero de diferentes formas, incluso obscenas, sin prestar atención a las consecuencias futuras sobre una macroeconomía desmembrada. Casi puso fin a las restricciones del Covid sin vincularlas ni siquiera a una base mínima de política de salud. Argentina salió de su encierro como había entrado: de repente.

El kirchnerismo ─en menor escala también Juntos por el Cambio─ no estaría descifrando la saga electoral que se viene gestando en el país desde años después de la crisis de 2001. Quizás la última apuesta colectiva, que tuvo un origen fragmentario, ocurrió con Néstor Kirchner. El caso de la reelección de Cristina en 2011 fue excepcional. Explicado por motivos emocionales y económicos. Desde antes de tal fenómeno, el predominio del voto de castigo comenzó a instalarse sobre proyectos esperanzadores.

El punto de partida fue 2009. La sociedad condenó el fútil conflicto con el campamento que fue detonado en 2008. Tras el 54% de su segundo mandato, Cristina perdió las elecciones de mitad de período apenas dos años después. En 2015 fue desalojada por Mauricio Macri.

El ingeniero contuvo las expectativas sociales hasta 2017 gracias a una enorme deuda externa que le permitió manejar el gradualismo. Cuando se agotaron los recursos, entró en una pendiente que apenas le permitió convertirse en el primer presidente no peronista en terminar un ciclo en 90 años.

Los Fernández, con una ingeniosa construcción política para las elecciones, pero incompetentes para gobernar, ganaron con la promesa de «ser mejores». En un par de años más, parecen haber sido condenados a la intemperie en un desierto.

La descripción indicaría que, durante mucho tiempo, ha existido una enorme brecha entre la oferta de la clase política y las demandas cada vez más apremiantes de la sociedad degradada. Las mayorías en el poder son más circunstanciales que duraderas. Esto suma inestabilidad e incertidumbre a la necesidad de afrontar la solución de los viejos problemas que arrastra Argentina. Podría haber una interpelación: ¿no sería hora de que la clase dominante pruebe otra fórmula que la de esas mayorías que ganan y pierden con igual facilidad?

Pretender que hacer ejercicio en esta coyuntura sería más que una utopía. El Gobierno está decidido a recuperar votos de cualquier forma para revertir la derrota en las PASO o, al menos, mitigar sus dañinos efectos políticos. Debe arreglárselas hasta el 2023. Eso significa, precisamente, el gran objetivo de Juntos por el Cambio a partir del segundo domingo de noviembre.

La campaña oficial está plagada de inconsistencias. El rostro visible del kirchnerismo se convirtió en un peronista de la vieja guardia. Juan Manzur, ex gobernador de Tucumán, de vínculos con la Iglesia más conservadora y relaciones fluidas con Washington. Quizás tenga mejores canales que Cafiero para hacerse con esa ansiada foto de Alberto con Biden.

El presidente inició sus viajes de campaña para reemplazar el timbre que, en algún momento, dio resultados al macrismo. También se blandió la idea de copiar la versión 2019 del ingeniero. Tras su debacle en las PASO, lanzó caravanas por el país que, al final, vistieron la derrota con un decoroso 40%. El presidente y los movimientos sociales regresaron con actos masivos. Sin cuidado. Con el descaro que selló el velatorio de Diego Maradona o la fiesta clandestina en Olivos de Fabiola Yáñez, la Primera Dama.

El oficialismo incluso planea una gran movilización para el 17 de octubre. Pero no habría simetrías con esa experiencia del macrismo. Las caravanas del expresidente representaron la novedad de la revitalización de las clases medias. Cierta epopeya. Los previsibles actos peronistas parecen no prometerlo por ahora. Se observó el jueves en New Chicago.

Alberto y Cristina podrían estar cometiendo un error. Inducido por mareos. Insisten en reemplazar a Macri como anabólico indicado para la remontada. La vicepresidenta le dedicó un tuit irónico, en una de sus dos intervenciones públicas en los últimos días. El presidente lo arremetió con organizaciones sociales. El fantasma del expresidente serviría para retener los votos que obtuvo el Frente de Todos en las PASO. El dilema es que requiere agregar muchos más para reparar el desastre.

Por eso, hay un intenso debate en los equipos oficiales de campaña. Dos consultoras que asesoran al Gobierno señalaron la insuficiencia del “método Macri”. Con un dato estadístico: las primeras encuestas en Buenos Aires después de las PASO marcan un flujo de desencantados hacia las fuerzas de izquierda. Muy pocos regresan al Frente de Todos. No es posible reducir la diferencia de 4 puntos entre lo obtenido para la diputada Victoria Tolosa Paz en las PASO y las cifras de las listas de concejales en el Conurbano.

La verificación llevó a uno de los expertos de K a desempolvar, adaptar, la famosa frase de la campaña de Bill Clinton de 1992. «Es la economía, estúpido», dijo el ex presidente de Estados Unidos en ese momento. “El problema ahora somos nosotros. No es Macri ”, dijo la consejera. Sin recurrir a delitos.

El kirchnerismo, sin embargo, está lejos de ordenar algún plan. A través de la Justicia, Macri también se colocó como actor principal. El juez de Dolores, Martín Bava, ordenó la investigación del expresidente por presunto espionaje contra las familias de las víctimas del submarino ARA San Juan, hundido en 2017. Detrás de la decisión del magistrado, se esconderían las manos de la política.

En el primer caso, los del ministro de Seguridad, Aníbal Fernández. En segundo lugar, los de la titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Cristina Caamaño. Dicen que las mujeres nunca espían a nadie. Por casualidad, el ex presidente fue citado para el 20 de octubre. Tienes un pasaje de regreso desde el extranjero para el día 19. La precisión del magistrado se sorprendió.

El Poder Judicial, como la nación en general, atraviesa momentos de reorganización a la espera del resultado de noviembre. Muchas de sus decisiones se deben al imperio de los vientos cruzados. La vacante que dejó Elena Highton en la Corte Suprema está relacionada con ese clima. La composición de fuerzas cambió en el Tribunal con el nombramiento de Horacio Rosatti como presidente. Y los apoyos de Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda. La mujer ya no tiene la voluntad ni la cintura que exhibiría Ricardo Lorenzetti para ajustarse a la nueva realidad.

La novedad no ha sido grata para el Gobierno. También es una molestia para el funcionamiento de una institución clave. Dependerá del Gobierno y de Juntos por el Cambio que la carrocería se pueda completar en los próximos dos años. La ilusión de criar a Daniel Rafecas, apoyada por la oposición a la Fiscalía General, se diluye por dos motivos. Cristina no lo quiere. El lugar corresponderá a una mujer. Los radicales fantasean con Monica Pinto e Hilda Kogan como alternativas.

La justicia también ofrece otros paisajes. Relacionado, quizás, con un viejo mapa político. Los jueces del Tribunal Oral Federal 8 anularon el juicio por el Memorando de Entendimiento con Irán, vinculado al atentado contra la AMIA, que dejó 85 víctimas. Y a la misteriosa muerte de Alberto Nisman.

La decisión implicó el despido de Cristina. El silencio más 300 testigos que tenían cosas que decir. Ese pacto políticamente vergonzoso puede no haber sido adjudicable. Ese dilema había que resolverlo escuchando las explicaciones que el vicepresidente siempre se negó a dar. Nunca condenando la tragedia a la oscuridad eterna.

* Para Clarín

Fuente: diariocordoba.com.ar

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