Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.
Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.
Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.
Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.
Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.
Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.
Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.
Mi papá decía que el mejor lugar del mundo es Amaicha del Valle, en la esquina del bracito truncado del mapa de Tucumán, cita obligada de verano para nuestra familia. Y es la tradición familiar y los recuerdos lo único que nos sigue llevando al pueblo de sol permanente. Aunque cada visita, desde hace 3 años, nos entristece más y más. Además de la importante consecuencia del confinamiento por la pandemia, los gestores (ir)responsables del pueblo están ausentes (rara vez están en la sede de la comuna), indiferentes a las necesidades de una población que muestra los estragos de la extrema la pobreza, de los vicios, las limitaciones para acceder a la educación superior ya la medicina, los trámites en las instancias gubernamentales, las políticas populistas que domestican y reducen el horizonte de la planificación a lo inmediato. Tanto la falta de recursos para emprender y para proyectar como la desesperanza se están apoderando de todo el pueblo. Intentar transitar los accesos y los alrededores de la plaza principal se convierte en misión imposible por el deplorable estado de las calles y aceras. Es que alguna obra pública inconclusa dejó zanjas en el asfalto, a lo que se sumó el normal deterioro de las calles y la absoluta ineficacia de la comuna para reparar los pozos, son la fórmula perfecta para el pueblo abandonado. Y si el intento de desplazamiento es de noche, se comprueba que el alumbrado público es casi inexistente. De hecho, el puente de acceso y la mayor parte de las calles están sumidas en la oscuridad total, y los transeúntes deben recurrir a las linternas. Otro problema es la falta de agua en gran parte del pueblo, lo que muestra un par de tanques relucientes… que no están operativos. El pueblo que he frecuentado desde que nací ya no existe, solo queda una vaga idea de lo que fue y que su tendencia a la extinción difícilmente cambiará mientras el delegado comunitario, los legisladores que representan a sus habitantes, los gobernador y su gabinete, siguen ocupados de temas electorales y no de generar las condiciones de sustentabilidad ambiental y económica de los olvidados amaicheños.