Se encienden las luces, música de violines, violonchelos y trombones. Grand Albert anunció con capa, chistera y cuatro kilos menos: ha sido remasterizado. El escenario se inunda de palomas y conejos, el emular de Houdini y Copperfield abre los brazos, extiende su manto negro y, solemnemente, exclama: “Ya ganamos”. La ficción de Drácula también: chupamos la sangre del FMI. Es una nueva versión de las últimas elecciones, cuando el presidente asumió por la noche que había triunfado sobre la oposición. En este nuevo caso, se espera la repetición del circo para el momento en que se cierre un acuerdo con el organismo internacional, si puede este próximo mes, ya que el tiempo se ha convertido en un rival con plazos apremiantes. El hombre bala de ese pase mágico es el ministro Guzmán, su socio, solo el holgazán que más tiempo pasa colgado de las sucursales, como también quedó demostrado en la última negociación con acreedores extranjeros. Los nuevos trucos y escenografías, correcciones juradas en la economía y la dieta recomendada del presidente, no parecen tentar al mercado: en ciertos registros, Argentina está igual o peor que hace 20 años, cuando atravesó la dramática crisis de el desalojo de Fernando de la Rúa, ahora con más inflación y más paro, el mismo riesgo país (1.800 puntos) y la fuga de activos depreciados en una deposición sin límites. Hasta que se derritan los lazos con la legislación extranjera, hay más de uno que no cree en el ilusionismo que el Presidente pretende infundir con los artículos que compra en la ventana mágica de un asesor.
Si uno se apega al rosario del Gran Alberto, faltan detalles para que el FMI acepte un plan plurianual que estabilice la economía y permita la fabricación de dólares con exportaciones. Parece que los operadores tienen información contraria: en su fuga advierten que el FMI no consiente ciertos reclamos (ya ha rechazado como obvia la extensión de los plazos de pago y la reducción de adicionales por no cumplir en tiempo) y que, en el gobierno, se perpetúa la división entre el presidente y el vicepresidente. En el peor de los casos, para ellos, si la caída se detiene y el gobierno inspira confianza, en el futuro volverán a comprar bonos o acciones a precios ridículos. Mientras la varita de Fu Manchu haga milagros. Por ahora, también estiman que el gobierno podría verse atrapado por una sugerencia empresarial local, que admite cierta ventaja en no ajustarse a la inflación en sí para licuar parte del gasto público. Atajos, como no reconocer la incidencia del riesgo país en la inestabilidad, quizás el signo más característico del momento para dar la vuelta a De la Rúa. Hoy lo asocian con cierta picardía de Perón sobre el dólar y lo actualizan como corregido: ¿Cuándo alguien vio un riesgo país? El general podría haberlo dicho.
La inevitable comparación con los episodios críticos de hace dos décadas es tan atractiva como la mirada de la serpiente sobre el pájaro que va a ser devorado. Casi un libro político para escribir sobre esta reiteración circular, una especie de golpe democrático dentro de la democracia. En esos días, los alcaldes de los suburbios promovieron la destitución presidencial, lo contrario de hoy; los dos hombres fuertes de la política (Duhalde y Alfonsín estaban en contra de la Casa Rosada) dieron aire a las protestas, la economía y lo social temblaban. Como ejemplo menor de lo que estaba sucediendo, basta recordar que el alfonsinista Leopoldo Moreau se volcó en un sector de la UCR para violar las medidas de Ricardo López Murphy primero y luego Domingo Cavallo apenas asumió el cargo. Curiosamente, Moreau ya ha cambiado de partido y está al lado de Cristina de Kirchner como confidente, esa dama silenciosa que hoy acredita el mudo por estrategia o porque no sabe qué decir. Además, hay que reconocer que Cristina debió haberse dedicado al proceso de salud de su hijo Máximo, quien habría estado ingresado en el italiano durante tres días por un cólico renal. Mientras tanto, asiste a las manifestaciones atribuidas al Gran Alberto, quien jura haberse cortado el cordón umbilical con su maestra y no retiene el mejor vínculo por promesas incumplidas. Como esos matrimonios mal emparejados en los que se encuentran las amenazas incluso de dejar el hogar. En general, la mayoría no va más allá de esas declaraciones.
A medida que se acerca el iceberg, dicen que la discusión de la pareja se ha suspendido, solo persiste el estado latente de guerra y un diálogo mínimo que evita más escándalos en la familia. Si, por ejemplo, Cristina exige cambios en el gabinete y Alberto se niega, esa transacción final se mantendrá hasta después de la negociación con el FMI. Hoy no pido nada, dice la viuda de Néstor para regocijo de Kulfas y Beliz, tal vez esperando un arreglo que permita repartir la incipiente recuperación económica -como creen algunos de sus fieles- y no condenarla a ahorros para reducir el costo. déficit. Otra historia. Pero ese número de déficit es lo que debe abrocharse con el FMI para el próximo año, también la forma de lograrlo. No es lo único: todavía hay cierto compromiso de reducir la brecha cambiaria, un desvío perverso para cualquier economía. Como se corrige con la devaluación cambiaria, según el organismo, se debate el instrumento: el gobierno aspira a evitar un golpe del 30%, quiere preservar el actual sistema progresista para equipararlo en todo caso a la inflación. De tarifas, por no mencionar. Por ahora. Gran Alberto y su ministro vislumbran otras medidas, en su futuro acto de presentación, que les permitan predecir un crecimiento sostenible. O sostenible. Eso no importa. Al menos para los alcaldes que se reunieron con Kicillof para compartir hace horas cómo serán reelegidos los jefes de distrito a pesar de la ley que los impide. Una tarea bíblica, superior al arreglo con el Fondo, tan vital para Alberto y Cristina. No va a ser que den la vuelta y procedan como hace 20 años con De la Rúa.
* Para www.perfil.com
Fuente: diariocordoba.com.ar