En este mundo en el que vivimos, parece que todo es negociable: productos, servicios, favores, salarios, leyes, ideales, personas y hasta el sexo y las figuritas (sex figurines también). Todo tiene un precio en el mundo de los negocios. Está el precio que te pones tú, que depende mucho de tu autoestima, y el precio que te ponen los demás, que depende de lo poco que te estimen.
Luego está el precio de «mercado» – que nunca se parece a su salario de «mercado» -, y el precio más común de todos: el precio remarcado en el supermercado.
Lo que más me molesta es el negocio que hacen los que hacen grandes negocios. Porque la golpean antes que nadie y luego hasta negocian la historia de cómo la golpearon para hacer un libro o una serie. Y ahí es donde crece el negocio de hacer negocios.
Eso no es algo para todos. Hay gente que lo tiene claro: son los primeros en montar una dietética, una cervecería artesanal o un partido político. Y son los que después te venden la franquicia, y siguen vendiendo franquicias, hasta fundir a todos los que las compraron saturando el mercado.
¿Y cómo te das cuenta de que no tienes ese instinto? Fácil: cuando te apetece ponerte un mocoso después de haber visto 15 en el camino de vuelta a casa, que son apenas 20 cuadras. Es demasiado tarde. Y si entras en el negocio, el que acaba en la parrilla eres tú.
Y es que no todos nacimos para hacer negocios. Es como un instinto. Lo tienes o no lo tienes. Por mucho que vayas a la universidad, lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta. Ni siquiera en cuotas. Por algo los que dan clases de negocios en la universidad apenas viven del sueldo de un profesor, que no parece gran cosa, y en muchos otros casos dan clases en la universidad solo para tener una obra social.
Tampoco sirve de mucho comprar los libros autobiográficos de los grandes empresarios para ver cómo hicieron su fortuna, porque no te van a dar el post y mucho menos por los asquerosos 4.500 mangos que te puede costar el broli. Nadie te va a vender el secreto del éxito por el precio de dos kilos de peceto. (Para la posteridad, precio aproximado en octubre de 2022).
También, el trato que los hizo multimillonarios está hecho. Ya se inventaron Internet, Google y los tamgochis. Ya llegas tarde al negocio del dólar azul, las minas de litio y las figuritas para el Mundial. Y si eres como yo cuando se trata de negocios, el día que montaste un quiosco de 24 horas, uno de la cadena de quioscos de 48 horas abrió al lado.
E incluso el paso del tiempo juega en tu contra. Te fusionaste con unas pistas de pádel a finales de los 90, y te costó años deshacerte del suelo. Afortunadamente, finalmente logró venderlo, aunque por mucho menos de lo que lo compró. Y el que lo compró se está llenando los bolsillos porque puso pistas de pádel, ¡porque el pádel vuelve a estar de moda!
Como todo en la vida, para hacer un gran negocio se necesitan, además de salud, dinero y amor, otras tres cosas en la vida:
1. Un poco de conocimiento. No se trata de ir a montar una cervecería artesanal en Qatar.
2. Un poco de sentido común. No es el mejor momento para dedicarse a hacer barbijos por la pandemia. Se acabó.
3. Un poco de suerte, por ejemplo, montar una agencia clandestina de billar para que no salgan los números a los que apuesta la gente, o para que no te pillen. Sin suerte, estás frito como cornalito del hombro de Mardel.
Uno de los grandes secretos para hacer buenos negocios puede ser, ante todo, ser un buen negociador. Y para eso hay que ser frío, calculador, inexpresivo porque como en el poker, aunque tengas una escalera real al as, tienes que mantener la cara de nada. Y tampoco sirve de nada exagerar. Tienes que poner la cara correcta. Como cuando tu pareja te pregunta: “¿Me amas?” Un gesto equivocado, y te fuiste.
Y para colmo hay que aguantar el dicho de los ricos de que “no sabes lo difícil que es tener mucho dinero”. Y en eso les doy la razón: nunca supe lo que es tener mucho dinero. Si supiera, sé y sabré cómo son los negocios y la vida: mucho más difícil si no haces grandes negocios.
Pero para no dejarles un sabor amargo, un consejo. No perder la fe, y si la pierdes, trata de recordar dónde la perdiste.
Con información de Telam y otras fuentes de noticias.