Gaziantep, sureste de Turquía. Es de noche, pero las grúas continúan retirando escombros de los edificios derrumbados, con la esperanza, cada vez más frágil, de encontrar a alguien con vida. La barrera de los 12.000 muertos por el terremoto del lunes ya se ha superado, 9.000 en Turquía y unos 3.000 en Siria. La ONU teme que la cifra final supere los 20.000.
En Nurdagi, una ciudad devastada a solo diez kilómetros del epicentro, las familias comienzan a aceptar lo inaceptable, que sus seres queridos probablemente ya no estén vivos.
Serhan ha llegado al lugar donde vivían sus abuelos y primos. «Todos siguen bajo las ruinas. Solo esperamos sus cuerpos, sus cadáveres»dice con tristeza.
«Mi tía y mi prima todavía están en algún lugar debajo de los edificios -dice Samet, otro vecino de Nurdagi-. No tenemos esperanza. Si los hubiéramos encontrado anoche, habría habido una posibilidad. Pero ahora hace demasiado frío».
El movimiento de excavadoras y vehículos pesados es constante.
Un grupo de mujeres y niños están junto a una hoguera. Están en la calle desde el lunes. No les queda nada.
La OMS ha pedido que se restablezcan cuanto antes los servicios esenciales en Turquía y Siria para evitar una crisis sanitaria que podría tener consecuencias más graves que el propio terremoto.